Capítulo 3
Galletas de Jengibre ¿Será esa realmente la clave para descubrir al asesino o será una pista distractora y sin relevancia? Stephen y Brian sienten la densidad del ambiente, algo se viene, algo tiene que suceder, el asesino se siente acorralado...
Un misterioso llamado telefónico alertó a la policía. Una voz obviamente desfigurada por algún tipo de recurso dejó oír estas crípticas palabras:
-Ya el soldado, el ministro, la monja y el sacerdote han actuado. Ahora viene el turno de la anciana…
-¿Qué significa esto?- se preguntaba el detective Brian, mientras trataba de descifrar la curiosa llamada. -¿Localizaron la llamada?
-No hubo tiempo- dijo el policía a cargo.
-¡Jefe!- Stephen ingresó jadeando al despacho del capitán. -Alguien dice que parece conocer al misterioso asesino come galletas-.
El empleado de la panadería, ése el tipo grueso, taciturno y de caminar pausado, le informó a la policía que tenía un cliente frecuente asiduo a las galletas de jengibre y que a la fecha le adeudaba varios paquetes de las mismas, cosa que le había significado una seria reprimenda por parte de su patrón, puesto que le tenía extrictamente prohibido fiar a los clientes. Sabía donde encontrarlo porque un par de veces lo siguió con la idea de volver más tarde para cobrarle la deuda, pero no se había atrevido a golpear la puerta por el inmenso y fiero can que le franqueaba el paso mostrándole unos colmillos que no había probado alimento por varios días.
Los detectives siguieron las indicaciones con riguroso cuidado hasta llegar a una vieja casa abandonada que se arrendaba por cuartos.
Más tarde, en una sucia y miserable pieza custodiada por un famélico y no menos bravo perro, encontraron varias prendas de vestir de la más diversa índole que bien vistas podrían corresponder a diversos disfraces. Dentro de un mueble desvencijado se encontraron fragmentos de libretos teatrales, una multitud de fotos de actrices antiguas, todas con diversas perforaciones y lo más concluyente: una Biblia con una de sus hojas desgarradas.
-Lo tenemos ya en nuestras garras. Sólo deberemos poner vigilancia-dijo Stephen
-Me parece que no debemos confiarnos en esto ya que el individuo es demasiado astuto, prudencia mi amigo- le dijo Brain... la voz de la experiencia.
-No tanto como para ocultar lo que puede incriminarlo- dijo Stephen, extrayendo de uno de los cajones de un mueble aún más destartalado, una bolsa de galletas de jengibre a medio consumir.
-El perro se va con nosotros- Y luego de hacer maromas para lograr ponerle un bozal lo subieron al automóvil en calidad de testigo.
-Me parece que el animal no es responsable de ninguno de los crímenes- bromeó Brian, acariciando la cabeza del flaco quiltro.
-¿Quién es este tipo tan misterioso, del cual todos hablan pero que muy pocos han visto?- se preguntaba el detective Brian en su despacho, revisando los datos aportados por los testigos.
Allí aparecían el tal Veinte, el Centenario y el Zorro más otros que fueron oportunamente descartados. Ahora se da el caso que al parecer, el tipo no veneraba a las actrices a juzgar por los destrozos en sus fotografías.
-Estos tres tipos son los que me tienen intrigado puesto que nadie coincide con las descripciones de cada uno de ellos. Son como personajes de un historieta en donde los lectores ven solo lo que quieren ver, aquello que los identifica o el rasgo que más les cae en gracia- pensaba Brian con el ceño fruncido.
De pronto, una lucecita pareció iluminar el enrevesado puzzle en que estaba sumido el capitán.
-¡Claro! Si era asunto de atar cabos. Nadie se pone de acuerdo en la descripción sencillamente porque el tipo es un as de los disfraces.- Dijo golpeando los puños contra las pruebas incriminatorias moliendo las galletas y salpicando migas por todas partes.
-Exacto- contestó Stephen mientras cotejaba varios datos. -Mire jefe: los trajes encontrados en esa choza coinciden perfectamente con la lista de personas que podrían utilizar dichas prendas y que aquella misteriosa voz nos mencionó. Están el sacerdote, el soldado, la monja y este terno que bien pudiese pertenecer a un ministro-.
-Eso es- prosiguió entusiasmado el capitán. –Y bien pudiera ser que Veinte, Centenario y Zorro…
-¡Sean la misma persona!- terminó Stephen.
El capitán frunció sus cejas como si estuviese meditando algo muy trascendental. Entre titubeos y certezas proclamadas a intervalos, de pronto dijo: -Si te das cuenta, Zorro en inglés es fox.
-¿Y eso qué?
-Veinte es Twenty y Centenario podría interpretarse con Century…
-¡Twenty Century Fox! ¡Prodigioso! Pero ¿A qué nos lleva eso? Dijo Stephen con cara de escolar ansioso.
-Que el tipo nos ha ido entregando pistas porque de algún modo desea que lo capturemos, además siempre ha sido el “modus operandi” de los asesinos en serie, siempre quieren ser descubiertos y poner a prueba la inteligencia de la policía... nos subestiman Stephen-
-¿Y por qué no se entrega y ya?
-Porque desea que lo descubramos, es un personaje, a su manera, un tanto romántico, un tanto lúdico y como te digo se siente muy superior a nosotros intelectualmente, para él es todo un desafío que lo descubramos.
- Yo apuesto a que las galletas algo tienen que ver Jefe-
-O bien, el tipo es un antiguo funcionario de la empresa cinematográfica o el teatro. O bien puede ser un asiático, un cocinero de algún restaurant chino por la pericia con que maneja el cuchillo y por su gusto por el jengibre. Aunque no sé por qué mi intuición me dice que nuestras indagaciones van más por la empresa de la farándula-, dijo el capitán aún no muy convencido.
-Si. Valdría la pena echarse una andadita por esos lados- Andando jefe, presiento que estamos cerca.
Se dirigieron al Consorcio Nacional Cinematográfico y tampoco se sacó nada en limpio allí aunque uno de los empleados aportó un dato que a primera vista no parecía muy importante, pero que luego pasó a transformarse en una muy buena pista. Se trataba de una anciana que había aparecido solicitando fotografías de Laureen Bacall. Como esos archivos eran demasiado antiguos, ella misma se ofreció para buscarlos y finalmente se fue muy satisfecha con lo que consiguió.
-¿Cuándo ocurrió aquello?- dijo el capitán.
-Si mal no recuerdo, ayer o anteayer- dijo el empleado rascándose la cabeza duditativo
-¿Viene mucha gente a solicitar fotografías antiguas?- le preguntó Stephen al dependiente.
-No es algo muy usual. Pero aparecen, claro que sí-
-¿Por ejemplo un sacerdote? Preguntó Brian
-Pues…si…¿Cómo lo supo?
-Es secreto del sumario señor- contestó el detective y partió veloz a su dependencia.
Cómodamente sentado frente a una humeante y aromática taza de café negro Brian pensaba en voz alta, mientras que Stephen lo seguía con sumo cuidado de no interrumpirlo.
-Entonces, es muy probable que la próxima víctima se llame Laureen y que la asesina sea una abuela, o un hombre disfrazado de anciana- dijo, pensativo Brian.
-Si. Recuerde además la llamada telefónica que nos decía que ahora el turno de la abuela- dijo su subalterno rompiendo el monólogo.
Stephen quedó congelado, como si de pronto estuviese en la punta de un iceberg o al bor de un precipicio, luego volviendo a la realidad dijo:
-Vamos, debemos apresurarnos. No podremos ponerle vigilancia a todas las mujeres llamadas Laureen pero si podemos advertirles que sean cuidadosas.
-¿Algo así como informar a los noticieros de TV? Me imagino que eso alertaría al individuo y es posible que cambie de estrategia-
-No. De ningún modo. Mientras menos sepan los medios de comunicación, mejor para nosotros-.
¿Qué habrá pasado por la mente del capitán Brain?¿A donde van?... El suspenso está en su punto más alto.
Continuará...
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