Algunos años después sentado en la biblioteca de su casa, el pequeño Juan, como le llaman sus amigos más cercanos, vio entre sus libros uno que le llamo mucho la atención y que a su vez, lo hizo recordar una época no muy grata de su vida. El lobo estepario.

Su imaginación voló, y lo hizo volver de un suspiro a sus años de colegio. El pequeño Juan, estaba sentado en el salón, en la esquina derecha en la parte de atrás; sitio característico donde se sientan las personas que son tildadas de rebeldes estudiantiles. El salón es grande, de paredes blancas un poco sucias, quizá por el pasar de los años o por los jóvenes de todas las generaciones que han dejado parte de su vida, su recuerdo en ellas. Al lado de la puerta una tarima característica de todos los salones, donde el profesor dicta sus apasionables clases y donde por su diferencia de altura se siente imponente ante sus pequeños alumnos. En una pared, el tablero negro que también ha sido testigo de la evolución de los conocimientos generación tras generación. Al lado derecho están las ventanas y a través de ellas se ve el verde, la libertad, la belleza del mundo, pero a su vez esta sensación de libertad se frustra, ya que las ventanas tienen unos barrotes que las asemejan a las ventanas de las cárceles; la explicación: seguridad. Una excusa un poco rebuscada pero era la única que daban.

Aun el salón estaba vacío. Faltaban diez minutos para la clase de español. El pequeño Juan aguardaba pacientemente; sólo, meditabundo. El silencio era ensordecedor, pero se veía opacado por el TIC TAC del reloj que sentenciaba el tiempo. El silencio se quebranto en su totalidad cuando el timbre que indicaba el final del recreo sonó, en manada como si estuviesen en una finca, los alumnos de tan prestigioso colegio jesuita, entraron al salón.

Por fin era la hora de la clase, solamente faltaba esperar a que el honorabilismo profesor llegara. Pasados 5 minutos llegó. Su nombre Humberto Neira, pero para los alumnos más osados era el chococono, o al menos así lo llamaban para molestarlo. Sin mucho preámbulo y después de un coro celestial que decía buenos días por parte de todos sus alumnos, el profe, o el doctor o como se le tuviese que decir por protocolo, se montaba en la tarima que le daba ínfulas de grandeza y se disponía a empezar su maravillosa clase, que en realidad si era interesante para el pequeño Juan, en su contenido, pero no en el método.

El tema de la clase era Herman Hesse. Para Juan ya era conocido, pues en algún tiempo y por recomendación de su padre había leído sidarta, libro que fue escrito por el autor a tratar. Sin perder un minuto más, el chocono, saco de su estuche las tizas, la roja y la blanca y empezó a llenar tableros de información, era un día más para el tablero ser testigo de aquel conocimiento. Cada vez que llenaba un tablero miraba a sus alumnos y les preguntaba: listo, y sin decir mas lo borraba y seguían con el otro, parecía como si estuviera en una maratón.

El salón permanecía en silencio, pero no precisamente por el juicio de los alumnos, sino; uno por el miedo al profesor, y dos por que con la forma tan rauda como el Doc escribía, era imposible al menos soltar alguna frase dentro de ésta clase. Juan también estaba en las mismas, su mano ya no podía resistir el cansancio de aquella maratón de escritura.

Después de una hora y 45 minutos, el profesor Neira, toma un respiro y para, y con una voz inquisidora dice: entendido el tema, de nuevo el coro celestial de los alumnos; si profesor.

Esta época era de exámenes bimestrales por lo cual Juan siente la necesidad de preguntar el método que iba a utilizar para la nota, después de la pregunta el profe responde: casi se me olvida, muchachos el parcial consiste en leerse un libro de este autor hacer un ensayo y sustentarlo. La pregunta que surgía ahora era saber sobre que libro era el ensayo por lo cual Catherine, la lambona del salón como era conocida, hizo la pregunta. Muchachos el libro es Sidarta; tienen algún problema con el libro. Juan por supuesto levanto la mano y dijo que el ya se lo había leído, por lo cual el profesor hizo el deber de decir levanten la mano los que ya se leyeron este libro. Juan y dos muchachos mas; Bombillo y Simón levantaron sus manos, por lo cual el profesor Neira les dijo piensen 5 minutos y me dicen cual se van a leer.

El pequeño Juan recordó que su padre también le había recomendado que se leyera el Lobo Estepario que es del mismo autor, por tanto creyó que esa era la decisión más llamativa y correcta ya que su padre tenia muy buen gusto literario.

Pasados los cinco minutos el profesor miro a Juan y le volvió a hacer la pregunta. El joven lleno de orgullo y esperando ser ovacionado por el profesor dijo: El Lobo Estepario. Pero mas fue la sorpresa del alumno cuando el profesor puso el grito en el cielo y dijo: todos menos ese. Juan no entendía el porque, por lo cual pidió la explicación correspondiente, explicación que le fue dada de una manera autoritaria y contundente; no se puede porque es un libro muy pesado para usted, además acuérdese que este es un colegio jesuita, y que este libro para ellos dentro de los programas académicos no es permitido. Sin una palabra más la clase había terminado.

Muy decepcionado salió Juan del salón, pues ya era suficiente que los Curas con su falso moralismo le prohibieran el libre desarrollo de su personalidad tildándolo de revolucionario y haciéndolo cortar el pelo, ahora resultaba que su nueva prohibición era de carácter académico. Desde ese día Juan entendió que muchos de lo que pudieron haber sido grandes genios murieron en su intento, gracias al falso moralismo que manejan algunos planteles de Dios.

Después de este breve recuerdo, el pequeño Juan miró de nuevo el libro, miró su biblioteca y dio gracias que este mal recuerdo ya estaba en el pasado.