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Cuando lo vimos, se nos dibujó una sonrisa burlona e hicimos una seña, como preguntándonos: ¿Y ése qué? Vestía short rojo y una playera dorada que pronunciaba la redondez de su abdomen. Tenía un balón de fútbol nuevo; lo había sacado de la red y le daba vueltas sobre su dedo índice. Rebotó la pelota en el suelo terroso y la dominó como lo haría un chamaco de cinco años. Nos miramos en silencio.

–¿Qué les parece? Nos dijo.

Sin esperar respuesta él contestó: ¡Claro! con un poco de práctica puedo llegar a ser valioso. ¿Me aceptan como jugador?
–¿En qué posición ? –le pregunté burlonamente.
–Centro delantero.
No contuvimos la carcajada, pero él ni se inmutó. Leyton —nuestro entrenador— lo llevó de un brazo hacia el extremo del campo, y poco después regresaron.

—Nuestro equipo se llamará Atléticos de Duponk, y les presento a un nuevo integrante. El compañero Cástulo estará practicando con nosotros, y la casa comercial que él representa nos patrocinará con todos los aperos, desde los zapatos hasta la playera –Nos dijo.
Corría veinte metros a buen ritmo, luego menguaba, y a los treinta empezaba a caminar. Movía los brazos y piernas –como si boxeara– para volver a correr con renovado furor. Minutos después, los ojos le brincaban en las órbitas mientras un pálido intenso envolvía su piel; respiraba como pez fuera del agua y lerdo se iba bajo la sombra del árbol, hasta que recomponía la figura. Volvía, siempre volvía. Un día lo vi sentado en una piedra, y me acerqué.

—¿¡Cansa el ejercicio?!

—Ya estoy viejo, eso es todo.

—¡Lo va a lograr!

—¿Tú crees?
Desde el fondo de sus ojos se desprendió un fulgor, como el de un encendedor cuando chispea.

—¿Por qué quiere jugar?
Los compañeros se habían ido, quedaba el sol inclemente y un vientecillo que movía la copa de los árboles. Inspiró profundamente y dejando escapar las palabras dijo para sí de entre los manchados dientes: desde joven me di cuenta que el éxito en la vida no es producto de la suerte sino de la dedicación de aprender y aceptar humildemente de las personas que saben. Entré como barrendero; fui acomedido, dispuesto aun de que el cansancio me tronara la espalda y la panza estuviera aguijoneada por el hambre. Me gané el afecto de mis mayores y sobre todo me enseñaron el arte de ganar dividendos a costa del prójimo y que éste se sienta agradecido. Es muy simple, pero se requieren años de observancia, de práctica; de cuidar tu apariencia y sobre todo, de saber lo que sienten y piensan los que te rodean. Y la segunda parte: La administración estricta de los bienes. Si el monto es mucho, entonces apóyate en tus relaciones. Jamás te comas el pastel solo.
No hay tiempo para fiestas; solo se va a ellas con el propósito de incrementar las relaciones y atisbar entre los abrazos la posibilidad de un negocio futuro. Así obtienes las ganancias que te sirven para encarar con tranquilidad el futuro. Noches de café y alcohol que terminan con sonrisas y apapachos.
Algún dia — no sabes cuándo— frente al espejo o tendido sobre una sábana de lino, te acomete una zozobra, que deshechas. Poco a poco como mácula que crece va llenando tus interiores. Una noche, en donde los números fosforescentes del reloj es lo único que se mueve, tratas de dormirte, pero sólo te revuelves dentro de ti. Piensas en tu quehacer y te aceptas como un impostor. Tus palabras salen de una boca fresca, sonriente. Eres listo para otorgar la frase cariñosa, el gesto comprensivo, la palmadita al compañero que ha perdido sus ahorros; la dádiva generosa cuando sabes que eres observado. Haces tu labor, pero ya no eres el mismo. Estas vacío y buscas la manera de llenarte.
Una mañana, despiertas con otros ojos y otra piel ; respiras profundo, y sientes una energía inusitada: el resabio de vejez y humedad desaparece. Te brota una melodía y como no recuerdas la letra, tarareas otra que discurra desde tus entrañas. Tu mirada colorea el mundo; donde antes sufrías de grises o blancos almidonados, ahora brillas con yemas de amarillos y verdes; la oscuridad de tu alma se abre paso y, al orearse, se limpia. ¡Descubres que estás vivo!

–¿Está enamorado?
Movió la cabeza de arriba hacia abajo y clavó su mirada sobre las piedras, en el sitio exacto donde una lagartija permanecía inmóvil.
–Sólo deseas estar al lado de ella y te preguntas, ¿qué le llevo? ¿Le gustará esto? No deseas que nadie le haga daño, y la tranquilidad se convierte en una jauría de emociones en donde tu corazón está en llamas. El rostro de ella ocupa tu universo, la ves en todas las cosas, te preguntas qué hará y, sin pensarlo, llegas a la casa con el pretexto de haber olvidado un papel, o las llaves. Las horas se transforman en instantes cuando estás a su lado y es un tormento su lejanía. Si no está en la casa, desesperado sales a buscarla; te muerde la sospecha y la imaginas con otra persona. ¡Qué tonterías haces! Ella no dice nada, sólo mueve la cabeza, pero hay un disgusto en su interior. Algunos días parecen de ensueño: ¡Qué bello es sentirse joven, como un trapecista al que, en el vuelo, le erupcionan del equipaje todos los colores!

Hace algún tiempo, apremiado por resolver una tarea, fui a buscar a un compañero. Al subir las escaleras del edificio, me topé con el señor Cástulo que bajaba al lado de una mujer joven, a quien tomaba del brazo.

–¡Déjame, que puedo caminar sola!
No me vio; o, tal vez, no quiso mirarme.

Cuando le pregunté a mi amigo, me confió que hacía poco tiempo habían rentado el departamento y que él lo había amueblado, pero se decía que la visitaba un técnico en electrónica porque su televisión se descomponía con frecuencia... y la gente murmuraba.

Después de dos meses de entrenamiento, don Cástulo adquirió una mejoría en su condición física.
Aquella vez disputábamos un partido crucial, cuando uno de los defensas se lesionó y Leyton decidió ingresarlo faltando veinte minutos para que el juego terminara. En los primeros lances salió airoso, pero descuidó el territorio de su influencia y se internó buscando la pelota, calculó mal y el esférico llegó a los pies de un delantero del equipo contrario; cuando él reparó en su error, corrió con toda la velocidad que le era posible, mas infructuosamente; cayó el gol que les dio la delantera a los adversarios. El acabose fue cuando el centro delantero contrario le quitó la pelota, enfiló hacia la portería, y nos hicieron un tanto más.

Esa tarde, el equipo fue el blanco de las burlas y permanecimos en silencio mientras nos vestíamos: nuestras miradas eran elocuentes.
Él sólo tomó sus cosas, mientras unas gotas de sudor daban brillo a su cara enrojecida; iba pateando con rencor las cosas que se le interponían en el camino. No se presentó a la siguiente práctica, motivo que alegró a la mayoría de los compañeros.

Fui a verlo al negocio que representaba, pero no me supieron dar informes o, más bien, me los negaron. Entonces, preocupado por su suerte, visité a mi amigo y me comentó que nada extraño había sucedido pues, al parecer, Don Cástulo se ausentaba algunos días por sus negocios.

Al poco tiempo lo encontré en la penumbra de una calle; llevaba en su mano una botella de ron casi vacía. Pensé que pasaría de largo, pero quedé sorprendido cuando fue él quien me saludó por mi apodo.

–Adiós “ya merito”.

–¿Dónde ha estado? –Le pregunté con afecto.

–Sólo ando de vacaciones.

Me tomó del brazo y habló con voz torpe.
–¡Qué gusto verte!
Los muchachos, ¡espero que sigan jugando bien! Yo me tengo que ir, así que pueden cambiarle el nombre al equipo.No le dije que ya se había hecho.

–¿Y qué pasó con ella? –le grité ya casi cuando se iba.

Aventó una mirada torva, alcoholizada, pero dentro de sus ojos volví a ver aquella chispa, aunque sólo escuché un sollozo reprimido; con los brazos al viento hizo gestos de que había volado. Lerdo, se perdió en la oscuridad.

Una tarde, mi madre me comentó que habían matado a un borracho a ocho cuadras de nuestra casa.

–¿Y cómo se llama?

–No tengo idea. ¿Cómo voy a saberlo? Me lo dijo doña Amelia, la del puesto de verduras, que está en todo.

Salí presuroso hacia el sitio donde ella atendía. La descripción, la hora,
todo coincidía con él: un señor de escaso pelo cano y piel blanca, a quien encontraron difunto en la mañana; la gente que lo veía al pasar pensaba que dormía su borrachera.

Al día siguiente hurgué en los periódicos, pero la foto era confusa, así que fui al anfiteatro –anexo al cementerio municipal– y hablé con el responsable.

–No sabemos el nombre; si tú crees reconocerlo, pasa. ¿Tienes miedo?

Dudé, ya que nunca había entrado en un lugar así, pero no dije nada; sólo cerré los ojos, tomé una gran bocanada de aire y avancé. Todo era cemento y piedra; al centro se veía el cuerpo, desparramado sobre una superficie de mármol: inerte, pálido. Un olor de muerte y éter me penetró, ocasionándome náuseas; el cadáver tenía manchas de sangre en la cabeza; los ojos abiertos, una mano con los dedos extendidos suspendida en el espacio y se oía, perseverante, el zumbido monótono de las moscas.
Estaba a punto de correr, sudaba por fuera y por dentro, cuando una mano apretó mi hombro. Quedé inmovilizado, con las piernas temblando y un escalofrío que revoloteaba desde la nuca hasta la espalda. Venciendo el susto, di la vuelta para ver quién me había tocado. Por un momento sentí como un vahído: frente a mí estaba don Cástulo, mirándome reposadamente.

–Vámonos; esto no es nada agradable –dijo tomándome del cuello y enfilando hacia la salida– Era un buen amigo, lo golpearon sin que él pudiera defenderse; al caer, se desnucó contra el quicio de la acera. Callaron para siempre a un enfermo.

-Gracias por venir, con seguridad pensaste que el muerto era yo. Por suerte no fue así, pero pude haberlo sido.

Nuestros pasos resonaban al caminar por las baldosas en aquel espacio de paz. Las cruces, cristos, vírgenes, parecían orar. Tenía la barba hirsuta de muchos días, con matojos cárdenos; en su frente las señales de días aciagos. En el camino me narró lo acontecido.

Aquella noche que nos encontramos me embriagué, perdí el conocimiento y sólo recuerdo haberme quedado dormido entre los matorrales de un solar baldío. El compañero que asesinaron me buscaba, pues juntos nos sentíamos a gusto y entre trago y trago me contaba las cosas de su vida. El muerto podría haber sido yo, pero Dios me ha dejado con vida y Él sabe por qué. Por eso, desde ese momento he renacido. No tengo el apoyo de nadie. Ella no está conmigo. Debí intuir que las cosas marchaban mal, pero opté por hacerme de la vista larga. La he visto merodear sola y no la está pasando bien. Mira chico: el amor no se va; brinca, late y te da el valor para impulsarte a nuevas búsquedas. Le pediré que formemos un proyecto de vida, donde lo esencial sea el afecto, el respeto y el compromiso de hablar sinceramente. Tengo que hacerlo, si no lo llevo a cabo me reprocharé toda la vida. Tal vez ella vuelva y yo pueda brillar una vez más; pero, si no es posible, me sentiré conforme. Me entrenaré para tratar de atrapar mi fantasía.

Salimos en silencio. La tarde vieja pardeaba los cerros, y nuestras siluetas se hacían confusas. Don Cástulo tomó un camino opuesto al mío–Voy a caminar, me hace falta respirar de noche en mis cinco sentidos –

Tiempo después supe, que su mujer, al enterarse que no había sido don Cástulo el asesinado, regresó a su lado, agradecida a la Providencia Divina que su marido seguía con vida.


Texto agregado el 01-11-2004, y leído por 510 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
15-01-2006 Querer ser joven… Sentirse joven, la juventud no es solo un estado de edad, es um pensamiento. Se piensa joven….” Una mañana, despiertas con otros ojos y otra piel ; respiras profundo, y sientes una energía inusitada: el resabio de vejez y humedad desaparece”, cantas, miras en multiples colores, tienes el alma limpia, ¡Descubres que estás vivo! Estás enamorado? Es verdad que todo eso se siente…, su mujer regresa, era…. esposa… Los seres humanos buscamos que hacer para sentirnos mejores.. Eso depende de las ganas de vivir. Miles de besos estrellados por ese cuento Rubén. ctapdb
26-11-2004 Definitivamente una historia intensa, pa la reflexion y para darse cuenta a tiempo de lo mal que vamos y de lo satisfactorio que es corregirse, ahh tambiein de aquella frase que oi: de que muchos no valoran lo que tienen a lado hasta que lo pierde, en este caso la esposa de Don càstulo tuvo muchisima suerte, mis felicitaciones, realmente este texto conmueve, mis humildes 5 maestro, sendero. Aramis
14-11-2004 Me llevaste de la oreja por toda la historia. Don Cástulo. No lo olvidaré. La vida, la muerte y el amor, lo hass entralazado, para dejarnos pensando. Bravo, Rubén. Gracias. Máximo islero
08-11-2004 Me ha enganchado esta historia. me la iba a llevar para leerla en el trabajo pero...No dejes para mañana lo que puedeas leer hoy" Un saludo fraternal amigo franlend
08-11-2004 No tengo las palabras precisas para comentar el texto. Me ha impactado de manera inmedible. Lo defino como enseñanza de vida. Sendero, leerte es enriquecerme de valores. Hay dos frases que me llevo en el corazòn: "el éxito en la vida no es producto de la suerte sino de la dedicación de aprender y aceptar humildemente de las personas que saben" y "el amor no se va; brinca, late y te da el valor para impulsarte a nuevas búsquedas" Gracias por compartir tu sabidurìa. Te dejo mi respeto y mi cariño como siempre. Eu kitty
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