“¿De qué color es el aire?” pensaba preguntarle. Ella no lo sabía, pero él estaba preparando la estrategia para distinguir si realmente era ella. En unos segundos más exploraría su ser profundo para adentrar en la magia que podría generarse de ser ella.
-¿de qué color es el aire?- preguntó como estaba previsto.
Unos segundos silenciosos acontecieron antes que ella pudiese dar una respuesta, segundo que es menester señalar, no representaban gran emoción.
-mmm…verde - expresó serenamente con un tono más bien plano.
Obviamente, era ella. Contestado lo que fuese, estaba predispuesto a que ella, sería ella. Verde, azul, plomo, naranjo, lila, para cualquier respuesta la sentencia ya estaba firmada. El tampoco lo sabía, pero su corazón prontamente, alcanzaría latidos de magnitudes nunca dimensionadas. Una arritmia salvaje entraría a deambular por los rincones venosos provocando un quiebre, que más que fisiológico, sería espiritual.
Si ellos habrían de conocer o no los pasos que continuarán, eso ya no era responsabilidad de nadie, pero el hecho es que acabarían enredados en juegos de sábanas claras.
Arrugó el papel con la historia de amor que pensaba nacer, pero asumió la racionalidad que le había impreso a su narración. Se cuestionaba una y otra vez si había perdido la capacidad de sentir. Todo su imaginario comenzó a hacerse abstracto y razonado. ¿dónde habían quedado sus improvisadas reacciones? ¿a qué lugar se trasladaron sus instintivas sensaciones?.
No entendía muy bien el hecho de que su personaje no pudiese escribir una simple historia de amor. La historia comenzaba a escapársele de las manos. Él la había creado en base a la admiración que tenía por la naturalidad de los gestos con que la soñó tantas veces. En sus esfuerzos por recordar sus ensoñaciones, algo así como Amelie con gotas de Hello Kitty afloraba en imágenes color sepia. Pero esta alternativa escritora estaba pareciendo cualquier cosa, menos esa espontaneidad que tanto admiraba. Entonces recordó un poco el último tiempo y se sintió tan desgraciadamente abatido en su introspección, que dejó todo tirado para lanzarse a llorar sobre la cama. El problema no era su personaje.
Desde la ventana ella lo miraba llorar, unos deseos enormes de arrojarse sobre él y decirle que el mundo y ella lo cobijarían para siempre, invadieron todas sus ideas, pero el miedo a su reacción la frenaban bruscamente. “Abre los ojos, abre los ojos” se repetía una y otra vez buscando darse las herramientas para sacar esas románticas ideas de su cabeza. Pero no podía evitarlo, sus ventanas estaban obligadas a mirarse perpetuamente y ellas dejaban pasar todo el universo que habitaba dentro y él, era como el sol. Prometió enfrentar sus sentimientos hace mucho, sin embargo, el destino siempre parecía querer evadirlos.
Ella cerró la ventana y curiosamente, al mismo tiempo, él se levantó para dirigirse a mirar qué había tras el vidrio.
Coincidieron tres segundos sus miradas, hasta que ella se echó contra la pared, escondiéndose para no ser observada. Una arritmia salvaje comenzó a inundarla por completo, apenas se atrevía a mirar de reojo hacia el frente. Él abrió sus ojos que impávidos, parecían que jamás fueran a cerrar. Era ella, lo sabía. Era la de sus sueños. Era su extraña y confusa musa escritora.
De pronto, algo extraño comenzaba a ocurrir. Entre las dos ventanas, una entintada brisa aparecía para dejar el aire completamente verde.
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