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Inicio / Cuenteros Locales / barrasus_rodrigo / De Monjas y Capitanes. La venganza del Obispo. Por Graju.

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Don Luis y Don Rodrigo habían puesto al Obispo Iluminado Graju en entredicho y en escarnio público en el capítulo anterior... leed ahora la venganza en dos partes... inconmesurables.

Por Graju, descendiente directo del Obispo.


PRIMERA PARTE DE LA VENGANZA

En la penumbra del despacho del prelado D. Iluminado Graju, él mismo y otro hombre sentado en actitud inquieta, tenso el espinazo y manos nerviosas, atendían cierto asunto que habría de tener mucha trascendencia en el futuro para dos espías de la corte que no hace mucho hicieron mella en la dignidad del purpurado.
Los finos labios amoratados del visitante enmarcaban una dentadura asaz renegrida y huérfana de algunas piezas, pero se movían ágiles como gacelas en monte abierto, no en vano el motivo de la visita era de gran trascendencia para él.
La cara del obispo era una pintura de Velázquez por lo colorida, de trazos agudos en la nariz y anchos en pómulos y labios, con unos ojos inquietos y acuosos escondidos tras gruesos lentes como fondos de vaso.
Su espesa humanidad embutida en una sotana negra como el humo y una capelina púrpura, se arrellanaba sobre el sillón tamborileando con los dedos índice y corazón sobre el apoyabrazos, mostrando su gran sello de oro e indicando a su interlocutor lo preciado de su tiempo.

_ Sólo por esta Semana Santa, Monseñor. Le juro que nunca más le solicitaré esta concesión.
_ Difícil me lo pone, Fermín. No le basta con ejercer de sacristán en Santa Brígida, donde vuesarced y yo sabemos los beneficios que saca, que ahora me solicita algo que me es verdaderamente imposible concederle.
_ Sabe que de no ser porque crío a cinco hijos y tengo a la mujer enferma no estaría aquí abusando de su bondad. Además, no crea que no sé agradecer que tenga a mi joven hija de criada en su casa...

Al decir esa última frase su cara adoptó una leve inclinación, sus ojos se hincaron un poco más en los húmedos del sacerdote y balanceó la testa remarcando cada palabra con indeseable retintín.
_ Puede dar gracias a Dios y a la Virgen Macarena de que tiene una hija buena, una buena hija, puedo asegurárselo, tanto que entre usted y ella hay tanta distancia como entre Gutemala y Sevilla. Sólo por eso y por un favor que me debe y que desde este momento le reclamo, quiero que se comprometa vuesarced a cumplir un encargo que para mí es de gran trascendencia.

_ Estamos en octubre, si en diciembre ha cumplido con el compromiso, en Semana Santa tendrá lo que pide.

El sacristán había solicitado del prelado autorización para poner un puesto de venta ambulante de exvotos, medallas, cirios, rosarios, escapularios, estampas de todos los santos y vírgenes y, en fin, todo tipo de baratijas eclesiásticas y de fervor, junto a la puerta de entrada a la Catedral de Sevilla y en Semana Santa nada menos. El negocio podía ser de órdago. Sus ojillos destellaban como luceros al alba, llenos de ambición y avaricia.

- Decid, monseñor Iluminado, sabéis que siempre fui vuestro fiel servidor... Os entregué como doncella a mi propia hija. Sé cuanto os debo y quiero resarcirle por tanto favor recibido - decía mientras la saliva barnizaba aquellas finas salchichas de labios que movía sinuosas, dejando salir pequeñas chispas de baba que mojaban el escritorio.

- Antes de continuar debe jurarme por sus hijos que no relatará a nadie la conversación que vamos a tener de ahora en adelante. Si me enterase de su traición, todo el peso de mi mitra caería sobre vuesarced y su familia.

- ¡Lo juro por mis hijos, lo juro!. Dijo echándose de rodillas teatralmente.

- Hay dos hijos del averno que quiero sepan lo que supone atreverse a vilipendiar a un alto dignatario de la iglesia. No considero necesario contarle lo que hicieron con mi egregia persona porque volvería a sentir lacerado mi corazón cual si me marcaran a fuego, pero le daré nombres y apellidos, domicilio y empleo para que el castigo a tal felonía les llegue antes de que, tiesos como garrotes y fríos como pies de santo, hagan su entrada triunfal en los hornos de Lucifer.

El sacristán le miraba de hito en hito, no podía dar crédito a lo que veía, al señor obispo con la mirada ida tras alguna sombra en el artesonado del techo y balbuciente.

_ Esos bellacos se llaman: D. Luis Barrasus y Trafalgar y D. Rodrigo De Paellaquemada y Urquijo. Se trata de amedrentar a estos servidores de la corona, que no les queden ganas de repetir la felonía. De momento os entrego 500 maravedíes de plata previa firma del recibo y con eso puede hacer ya bastante.

_ No van a tener bastante campo para correr esos malandrines del demonio. Haré unas cuantas averiguaciones y mantendré al corriente de los hechos puntualmente a Su Reverendísima por medio de mi hija.

La operación caza y escarnio de los caballeros D. Luis y D. Rodrigo había comenzado.

-.-.-

Acababa de rematar una corrida de antología en la plaza de su aposento, donde había recibido de rodillas y con revolea la salida de doña Jimena. El trapío de la dueña no dejaba lugar a dudas, entró a la franela con bravura y nobleza, lo que aprovechó Barrasus para lucirse por verónicas. Se relamió con la muleta ciñéndose al morlaco y no dejando ni un dedo de distancia entre los dos, manchando de sangre la chaquetilla, el fajín y hasta se le tiñeron los bultos de la hombría de tan valiente que se le acercaba. Fue largo el lance para regocijo de la señora de la casa, entrándole por naturales y pases de pecho y, después de bien cuadrada, entróle a matar con una certera estocada en todo lo bajo, hasta la empuñadura... No tuvieron ovaciones ni pañuelos pero en la cara de ambos podía leerse una sonrisa digna de las mejores salidas a hombros y por la puerta grande.

La campanilla de la entrada les sacó de su baño de endorfinas. Oyeron abajo el saludo de la criada al joven que le entregó algo para su señor.

Desde detrás de la puerta: - Señor, me acaban de entregar un recado para vuesarced y dicen que es bastante urgente.

D. Luis masticó cuatro jaculatorias irreverentes y, abriendo un poquito la puerta, recogió el sobre lacrado que le entregó el ama.

- ¡Venga, ábrelo! . Dijo nerviosa Doña Jimena.
Sin mirar el lacre siquiera arrancó la solapa del sobre con cierta torpeza por la agitación y leyó para sí: “Una sorpresa de vuestro gusto y placer os espera mañana a las diez en punto en la Posada del Molinero”. Lo firmaba Don Rodrigo.

Insistió la esposa en que se lo leyera pero D. Luis, con cara circunspecta, espetó: - Es un asunto de Palacio, sabes que no te lo puedo revelar. Mañana partiré temprano y no sé si volveré a la noche, querida mía.

A la misma hora, en el hogar de D. Rodrigo...

- ¡¿Quién osa perturbar estas sagradas horas de la siesta?!
La voz de un mozalbete gritó desde la calle: ¡¡Es una carta, mi señor!!
Bajó el doctor con las calzas torcidas y un jubón viejo que encontró a mano con el que tapó la larga camisa de dormir enrollada en la cintura.
Sus ojos brillaron de alegría... - ¡¡¡Coño!!! D.Luis me cita en la posada del Molinero mañana a las 10 en punto para una juerga... ¡Vive Dios que ese D. Luis es un perillán de cuidado!. Seguro que adujo a su mujer que iba a algún trabajo de la Corte.

Inconscientes ambos de la verdadera sorpresa que les esperaba en la posada, púsose cada uno a preparar viaje para el día siguiente.

La mañana salió fresca y ventosa. Cada uno por su lado pensó que su amigo le esperaba en la posada, y por eso no fueron al encuentro, como hacían siempre que quedaban para salir juntos, en la plaza de Doña Elvira.

D. Luis divisó la hacienda del molinero desde un altozano y azuzó a su corcel, saboreando ya la sorpresa que le había preparado su amigo.

Llegó antes que D. Rodrigo. Se dirigió al mostrador, una moza veinteañera le ofreció de beber y el balcón de su escote generoso y abundante. Pidió una jarra de vino y unos pedazos de queso de cabra y sentóse en una de las mesas. Paseó su mirada por el comedor y sólo estaban él y la moza que le había servido. Una escalera de madera subía a lo que podían ser unos aposentos, y el hedor de la cuadra contigua le abofeteó la nariz.

Estaba D. Rodrigo a unos doscientos metros de la posada cuando observó un carro volcado con la caballería en el suelo y tres hombres haciendo gestos de impotencia. Su buen corazón le hizo desmontar y eso fue el principio de una azarosa historia.

Cuando hubo estado muy próximo a uno de los hombres, se le echaron los otros dos encima y sujetándolo con fuerza le metieron un saco por la cabeza y propináronle un mamporro dejándolo dormido por un tiempo. Lo llevaron a la posada entrando por la puerta del corral, y cuando comenzó a despertar diéronle a beber un vaso del mejor vino que tenía el molinero. Lo bebió entero, de tirón. Seguidamente pusiéronle otro, y otro, y otro, hasta que se durmió sin necesidad de golpearle. Subiéronlo a una de las alcobas, la más hermosamente compuesta, ya que era la del dueño de la casa, y abusando del perfume, de los polvos y coloretes que utilizaba la ventera, afeitáronle la cara y pintáronle abundantemente. Quitáronle las ropas de hombre y cambiáronlas por otras de dormir de mujer, cubriendo su cabeza con una cofia de encajes y puntillas que sólo le dejaba ver la cara y un poquito de cabello por la parte de la frente. Acostáronlo sin temor a que despertase en varias horas, pues el vino no iba solo, sino acompañado de un narcótico y un laxante.

Abajo, en el comedor, inquietábase D. Luis por la tardanza de su amigo, y preguntóle a la doncella de los pechos de miel si había reloj de sol en la pared de la fonda. Al contestarle afirmativamente, salió presto al exterior y observó que el sol ya marcaba, cuanto menos, las diez y media.
No daba crédito a la demora, pues D. Rodrigo era hombre de marcada puntualidad, pero como el vino y el queso entraban suavemente, pidióse otra ración.
Oyó voces tras él, y vio descender por la escalera dos hombres y una mujer jóvenes, que se sentaron en una mesa contigua.

_ Esa amiga que vino con vuesarced anoche, es más bella que la aurora, jamás escuché una voz más dulce y melodiosa, ni vi unas formas tan encantadoras.
_ Anastasia es la hija de un afamado sastre de Sevilla. No es noble pero es de rancio abolengo. Por ser su padre de la profesión, le dota con las mejores ropas y siempre va vestida como una princesa.

El segundo hombre se une a la conversación afirmando:
_ Era graciosa anoche, con aquellos dicharachos y ocurrencias. Nos reímos muchísimo. Lástima que su moral sea tan estricta, porque su boca es como fruta jugosa y sus ojos de gacela atraen como una noche de luna.
_ No tanta moral, amigo Ignacio, tiene una debilidad: los dineros. Ante las piezas de oro se dobla como un junco y su moral se abre dando paso a lo que venga.

Entre trago y queso, D. Luis no perdía ni una palabra de la conversación de aquellos mozos. El vino puso espuelas a su imaginación y dibujó la más hermosa de las doncellas durmiendo plácidamente entre sábanas de lino, esperando ser despertada por el beso de un príncipe.

Entretenido en esos pensamientos y alguno más obsceno, no se apercibió que se aproximaba a él el dueño de la posada, quien se acercó a su oído, y cuyas primeras palabras le hicieron dar un respingo derramando el jugo de uva por sus barbas.
_ No se asuste, vuesarced, no puedo hablar más alto. Un amigo suyo de nombre D. Rodrigo me ha dado el encargo de que le diga que por la amistad que los une desde años, y no habiéndole hecho regalo alguno en todo ese tiempo, quiere que se solace con uno que le espera en el mejor de los lechos de esta posada.
_ ¡Pardiez! ¿No se tratará de la bella Anastasia?
_ Ella misma es. Sólo le recomienda su amigo que no la despierte hasta que no esté un tiempo entre las sábanas. Suba las escaleras y entre al pasillo donde están los aposentos, aquel que vea con una cabeza de ciervo sobre el dintel de la puerta, ese es.

D. Luis llevaba dos jarras de dos cuartillos de vino cada una, amén de dos platos de queso. Por sus venas corrían llenos de ilusión: la algarabía del instinto y los vapores de Baco.
En cuatro zancadas se presentó ante la puerta adornada con la testa de venado. Resoplaba como un buey. Abrió despacio y un fuerte perfume, no demasiado caro, empastó su pituitaria, que mezclado con sus propios untos, hizo de mecha que encendía la bomba que dormitaba en su interior.
La alcoba estaba en penumbra pero podían distinguirse la abundancia de adornos y oropeles chuscos, propios de gente de baja ralea y con el gusto entre las nalgas. La supuesta Anastasia dormía profundamente en un lado de la cama y vuelta hacia la pared. El bueno de D. Luis comenzó a desabrocharse el cinto con la espada, se sacó las botas de siete leguas, de esas que llegaban hasta las rodillas en grandes pliegues, las medias, el jubón y hasta la camisa, es decir, en porretita viva. La orondez de su cuerpo, unida a la oscuridad reinante, hizo que no viese el orinal repleto de micciones y otros deshechos corporales situado junto a los pies de la cama y que, por un olvido quizás de las criadas, quedó allí después de toda una noche usado por el molinero y su querida esposa. Del puntapié se vació casi por completo, mojándose pies y piernas y esparciendo el olor nauseabundo por la pieza.

Su boca estranguló un exabrupto en el que malnombraba a la Madre de Dios. Secóse como pudo con la colcha y alegróse de que la doncella tuviese el sueño tan pesado. Entró despacio en la cama y sintió el calor corporal que despedía. Aproximóse un poco más. Sus dedos soñaban con mieles y sedas, turgencias y abrazos. Su mano derecha subió a la cadera de “Anastasia” despacio, notó, a través de la seda del camisón, la dureza de su muslo y una fuerte corriente sanguínea fluyó hacia su ariete sin poder impedir que la punta rozase las nalgas de D. Rodrigo. Movióse levemente el doctor y de entre sus posaderas salió un rugido feroz que contrastaba grandemente con la dulzura que D. Luis suponía a la doncella. Vióse obligado a asomar la cabeza fuera de la colcha para tomar aire.

No arredraron a D. Luis ni los malos olores ni los sonidos malsonantes, antes bien, se multiplicaron en él los deseos de consumar lo que había iniciado.

Mañana la segunda parte de la venganza... no os la perdais.

Texto agregado el 01-11-2004, y leído por 424 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
02-12-2004 Necesito un descanso, no paro de reirme. En realidad esto es excelente. Felicitaciones nuevamente. jorval
10-11-2004 Excelente texto con grandes dosis de humor del bueno. LLeno de detallitos que hacen que el relato sea impecable. Mis felicitaciones. Un saludo de SOL-O-LUNA
02-11-2004 He disfrutado muchísimo el cuento. espero la continuación. Palom_a
02-11-2004 Muy buen texto, original, placentero y con ese humor tan bien logrado, tìpico de la època. Mis estrellas. carloel22
02-11-2004 Jamás había leído una venganza tan, pero tan bien ejecutada. Bien por Graju que le ha dado una lección a ese par de pillos. La narración está impecable, exquisita con mucho humor. Gran incorporación los felicito y si hay una segunda parte de la venganza os ruego que me aviseis para no perdérmela. Un Firmamento Completo anemona
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