“No eres metafísico, Winston. Hasta este momento nunca habías pensado que existe por existencia. Te lo explicaré con más precisión. ¿Existe el pasado concretamente, en el espacio? ¿Hay alguna parte, hay un mundo de objetos sólidos donde el pasado siga acaeciendo? – No. – Entonces, ¿Dónde está el pasado? – En los documentos. Está escrito. – En los documentos... Y ¿dónde más? – En la mente. En la memoria de los hombres. – Muy bien. Pues nosotros controlamos ambas cosas. – Pero ¿cómo van ustedes a evitar que la gente recuerde?. – Crees que la realidad es algo objetivo, externo, que existe por derecho propio. Pero la realidad solo existe en la mente humana, y en ningún otro sitio. Y no la mente individual que es falible y perecedera. Lo que la mente colectiva sostiene como cierto, es efectivamente cierto”.

Cuando Orwell en 1950 dio a la imprenta 1984, el empeño de la Guerra Fría lo convirtió en una novela antisoviética. Sin darse cuenta, el bengalí estaba realizando el mismo servicio que pretendió denunciar en su última novela: La manipulación de la historia y el propio presente.
Conviene realizar un par de aclaraciones previas. 1) La historia, como cualquier ciencia, parte de la interpretación. 2) La interpretación de los fenómenos sociales previos, determina nuestra actual cultura.
En la misma década en que George Orwell a título póstumo se convierte en un fenómeno literario, algunos psicólogos sociales publican el concepto de Imagen Especular. A través de la Guerra Fría, habían puesto de manifiesto como las dos superpotencias enfrentadas habían transmitido a sus habitantes idénticas ideas sobre sus respectivos enemigos. Si ambos pensaban de su enemigo que eran explotadores, beligerantes y despiadados... ¿Quién tenía razón?. No es baladí que ambas superpotencias se encargarán de alejar a sus conciudadanos de un punto de vista alternativo que podría llevarles a autocuestionarse según que verdades.
Como Orwell apunta en el texto “robado” con el que abro, no existe realidad más allá de las mentes. E introduciendo un concepto, la valoración moral que hacemos de la historia y del propio presente, está siempre mediada por nuestro concepto del mundo.
Nunca nos ha sido contada la historia desde el punto de vista del que ha perdido la guerra. El ganador se ha encontrado con el lujo de contarnos que fue el perdedor el inmoral, el beligerante y el hacedor de la propia guerra, obviando su responsabilidad, obviando que, como él mismo, pretendía imponer su punto de vista. En definitiva, siempre el perdedor, se nos ha vendido como el dueño del concepto equivocado e inmoral.
Y se nos impide juzgar con objetividad, pues nuestro marco de juicio está fundamentado en los valores del ganador. Pero eso no nos da la razón. En realidad tampoco nos la quita. Simplemente hemos de asumir, que por encima de todo, no existe una realidad intangible que otorgue o arrebate la posesión de la verdad.
El razonamiento simplista, como casi siempre, es el más resolutivo. No hace falta juzgar el pasado, porque podemos hacerlo con el conflicto presente. No tenemos razón ni mayor valor moral frente a nuestro enemigo. Nuestro enemigo no está provisto de la verdad, ni posee una escala ética más plausible. Simplemente cada uno defiende la que cree su causa, pero convendría no creérsela demasiado, pues corremos el riesgo de que en caso de perder, nos obliguen a aceptar que estábamos equivocados.