… el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen (...)
Octavio Paz, Piedra de Sol


No sé, pero el amor se vuelve un tormento de noche. Me envuelve tu nítida y suave ausencia. Los fantasmas andan al acecho de las ánimas desoladas, los muertos se anidan en el sueño de los vivos, los curas y las beatas piden perdón por los pecados cometidos, los parias rondan en las calles en busca de un pedazo de cielo que les sirva de cobijo para dormir y los maleficios surten sus efectos al serenarse a la luz de la luna.

La penumbra se acompaña por el compás melódico de lamentos y aullidos de perros callejeros y gallos que les cantan a la cercana muerte.

Tendido en la cama yace mi cuerpo añejo por el rubor del invierno. El mundo oscila en mi cabeza, y un soplo de viento me hace recordar que aún estoy viva. Espero el crepúsculo, espero el rocío pleno, espero tu mirada en el umbral de mis pupilas...

Se anuncia el día. La esperanza corre a buscar al ser amado y los miedos se esfuman con el beso que cincela lluvia del deseo. El mundo se abre cuando, al encuentro de nuestras bocas, delineas en mis labios el fruto de la viña. Nuestros brazos se anudan a la estrechez del alba, y a la hora de los pájaros me reinventas con el prodigio de tus manos. En el paréntesis de las miradas se reconocen las espigas que se abren con la danza del viento para revelar la luz de nuestras sombras.

¡Bendito amor!, purificas lo que tocas con el aliento de tu ansia.