Primera parte
La ciudadanía estaba nerviosa, los medios de comunicación informaban sobre una noticia escalofriante en la cual una señora de edad madura había sido asesinada de varias puñaladas. El hecho no hubiese causado mayor conmoción sino fuese porque la dama era reconocida como una maniática de la seguridad, ya que en su casa había alarmas estratégicamente colocadas en todas las habitaciones, su puerta contaba con cinco cerraduras y ella jamás salía de su departamento, puesto que mandaba que le trajeran la mercadería a su casa y sólo aceptaba que dejasen el encargo con el mayordomo.
-Este si que es un verdadero puzzle- dijo el detective Brian, mientras mascaba un trozo de goma de mascar. –Este departamento es inexpugnable, las ventanas cuentan con gruesos barrotes por lo que se descarta que algún sujeto ingresara por allí. Además está todo intacto lo cual significa que el asesino entró con el consentimiento de la mujer.
-Siete puñaladas, jefe- dijo Stephen, el ayudante mientras apuntaba algo en su libreta.
-Y siete muertes- prosiguió Brian. Lo curioso es que la primera mujer falleció de una certera puñalada en el corazón, la segunda de dos puñaladas en el torax y así sucesivamente, se ha ido incrementando el número de estocadas hasta llegar a este “festival” que tenemos delante de nuestros pies y escapándose de nuestras manos. El carnicero que está detrás de todo esto, o bien es un fantasma o alguien muy astuto y experto en engatusar a mujeres solas.
Una semana más tarde fue encontrado el cadáver de otra mujer. Su cuerpo presentaba ocho puñaladas y se suponía que el asesino había ingresado a la casa libremente y que incluso había compartido una taza de te con la víctima.
-Necesito que revisen todo esto- ordenó con voz bramante el capitán Brian. –Quiero huellas, cabellos, cualquier cosa. Lo que no deseo es que pronto aparezca una mujer con nueve puñaladas. ¡Muévanse, muévanse!
Apareció la mujer con nueve certeras puñaladas, le siguió luego la que apareció con diez y otra con once. El asesino parecía ser un ser inmaterial puesto que no había dejado una sola huella en las viviendas de sus desafortunadas víctimas.
Stephen apareció esa mañana mordisqueando la punta de su lapicera.
-Fíjese en esto, jefe
-¿Qué?
-Mire bien.
Lo que Stephen le mostró al capitán era un listado con los nombres de las víctimas. En ella se repetían los nombres de varias estrellas de cine: Marilyn, Ornella, Marlene, Doris, Vanesa, etc. etc.
-¿Y eso que?
-¿Cómo que y eso que? Jefe ¡Tenemos a un asesino serial complicándonos la existencia!
-¡Vaya que novedad! Yo pensé que estábamos delante de un caso común y corriente. ¡Claro que estamos delante de un o de una asesina serial! Lo que nos complica es que hasta el momento este ser misterioso que parece que se lo traga la tierra, nos tiene en jaque y que me recondene sino lo detenemos antes que siga cometiendo sus atroces crímenes.
-Por lo menos sabemos que la próxima víctima recibirá doce puñaladas y que se llamará Liza, Sophia o Cameron.
-Déjese de pelotudeces, más importante es el hecho de que todas sean personas buenas y honorables, a ninguna se le conoce aunque sea una manchita. Madres, abuelas, ancianas piadosas. Supongo, Stephen, que ya visitó a sus familias, ¿que pudo concluir?
-No mucho mi capitán, lo de los nombres, en la mayoría de los casos era porque sus padres habían sido fanáticos de las rutilantes estrellas de cine, en otros casos solo mera coincidencia. Las que estaban casadas eran profundamente amadas por sus maridos, la ancianas eran montepíadas pero con pensiones nada de excepcionales, así que no hay móvil económico, ni tampoco de celos o esas cosas-
-¿Y la escena del crimen?- dijo Brian, pensando que algo se pudo haber escapado a su olfato de perdiguero. –¿Recopilaron todos los antecedentes, los archivaron y clasificaron?.
-Haga memoria Stephen, ¿había algo, algún objeto común en todos los casos?
Se produjo un largo silencio, más largo de lo que se podía soportar, de pronto Brian advirtió un leve enrojecimiento en las orejas de su ayudante, notó que la respiración de Stephen se aceleraba y dando un fuerte golpe en la mesa dijo: -Habla criatura, hay algo ¿verdad?-
-Ahora que usted lo menciona mi capitán, si, había algo. Al revisar el lugar lo único que, siempre, me llamó la atención es que había un reguero de miguitas de galletas de jengibre por el suelo-.
-Bueno chico, tu misión para hoy es investigar todas las fábricas de galletas en donde se fabriquen galletas de jengibre, todas. ¿Entendido?-
-Sí mi capitán- Stephen cogió su chaqueta y a medio abrochar partió raudo a cumplir su misión. Mientras Brian encendía su decimonoveno cigarrillo, se sentaba en su destartalado sillón y comenzaba a hacer argollas con el humo tratando de atar cabos...
El día pudo haber sido tranquilo a no ser que el duodécimo cadáver había sido hallado con no menos de doce puñaladas como era de esperar, pero había algo que hacía diferente a este crimen, como si no, esta vez la víctima en un hombre... El dueño de una sala de cine que se dedicaba a exhibir solo películas de corte pornográfico o sadomasoquistas. Era un hombre de estatura pequeña, de cabellera blanca y ensortijada, lleno de alhajas y tatuajes, de dientes amarillos por el exceso de nicotina y que olía a jengibre...
Brian estaba al borde de la locura. No existían pistas concluyentes salvo aquello del jengibre que, si bien podría considerarse como un hilo a seguir, entretanto el asesino continuaba suelto y seguramente dispuesto a cobrar su decimotercera víctima.
Stephen apareció aquella tarde con su informe. Los fabricantes de galletas de jengibre distribuían su producción a las distintas confiterías del ramo y encuestadas estas, una por una –y eran treinta- no entregaron en sus respuestas nada que fuese medianamente rescatable. Punto muerto.
Una semana más tarde apareció la víctima número trece. Era una dama de sesenta años que vivía sola en su pequeña casa en las afueras de la ciudad. Su nombre era Gina y según Brian, esta vez “el homenaje” le había correspondido a la Lollobrígida. El asesino se había ensañado con la pobre mujer ya que aparte de sus “reglamentarias” trece puñaladas, lucía moretones y magulladuras en su rostro y cuerpo. La policía estaba absolutamente desesperada. Al ritmo en que se producían estos homicidios, en poco menos de un mes, el asesino ya tendría a sus espaldas por lo menos una veintena de crímenes.
-Estaba pensando una cosa. Para buscar a sus potenciales víctimas, el tipo aquel debe recurrir a la guía telefónica- dijo Stephen.
-¿Y cual es tu idea?- preguntó con cierto desgano Brian.
-Simple. Si ya sabemos que hay una tendencia, en este caso, asesinar a todas aquellas mujeres que se llaman igual que las estrellas de cine, pues hagamos una lista de todas las actrices que existan o hayan existido.
-¡Que fácil! Llenarías un volumen similar a esta guía telefónica.
-No es tan así- aseveró el ayudante, -Si usted se da cuenta, todos los nombres de las asesinadas pertenecen a estrellas de Hollywood y eso acota bastante la búsqueda.
A la mañana siguiente, el cabo suelto que significaba la muerte del único hombre en esta sangrienta serie, se dilucidó por un informe entregado por la policía de …
Allí se confirmaba la homosexualidad del fallecido, quien, en sus horas libres vestía de mujer, que vivía en una inmensa residencia absolutamente solo y que gustaba de las galletas de jengibre y que en su intimidad le gustaba que le llamaran Jane.
Por lo tanto, o bien el asesino conocía a su víctima y sabía de sus inclinaciones o simplemente había revisado la guía telefónica en donde el asesinado figuraba con una línea a nombre de Jane Fuget.
-Vamos por parte. No puede ser una simple coincidencia esto de los nombres- murmuró Stephen hojeando una lista de nombres mientras mordisqueaba la tapa de su lapicera. -Tenemos a Marilyn Monroe, a Vanesa Redgrave, a Doris Day, a Ornella Mutti, a Marlene Dietrich, etc., etc., etc. ¿Y cual es el elemento común? Que son estrellas de la década de los sesenta y anteriores. Ello puede significar sólo una cosa. Que estamos ante un tipo de cierta edad, que gusta del cine de esa época y que, por algún motivo está eliminando una a una a quienes osan llamarse como sus estrellas favoritas.
-¿Acaso un director de cine?
-No. Eso sería hilar demasiado fino.
-Piensa de esta otra manera: ¿Que tal si es una mujer?
-Por la ferocidad con que las asesina, me parece improbable. Pero existe otra posibilidad?
-¿Cuál?
-Que el tipo sea un invertido.
La víctima número catorce apareció dos días más tarde en una calle solitaria. Esta vez el criminal había cambiado su patrón ya que no golpeó ninguna puerta sino que atacó a mansalva a la pobre víctima, una mujer de edad mediana que respondía al nombre de Natalie Fellman. Esta vez, sin embargo, sucedió algo que el asesino no tenía contemplado. En una de las manos de la víctima apareció un pedazo de papel. Para ser más precisos, se trataba del trozo de página de una Biblia pequeña. Más tarde, unos mendigos que bebían ocultos detrás de unas tablas en las inmediaciones del crimen, dijeron haber visto pasar a alguien que usaba ropa negra y larga.
-Parece la descripción de Drácula- bromeó sonriendo desganadamente Brian.
-O la de un sacerdote- repuso el ayudante.
Brian se quedó pensativo. Claro, era posible. Y ello además podría relacionarse con el trozo de Biblia encontrado en la mano de la mujer. Pero aún no tenía nada. La investigación arrojó por resultado que el trozo de hoja correspondía a uno de esos ejemplares que se venden en todas las librerías. Con respecto al pasaje que contenía dicha hoja, este se refería a María Magdalena, específicamente cuando se dedica a la prostitución.
-Aventuremos algo, dijo Brian. ¿Quién nos dice que talvez el asesino sermoneaba a su víctima y para resaltar su discurso, abrió su Biblia en esa parte? La víctima asustada, intentó huir y en el forcejeo pudo haberse quedado accidentalmente con ese trozo de hoja apretada en su mano.
-También pudo haber sido puesta allí por el asesino. O acaso, la mujer llevaba la Biblia en sus manos y el tipo se la arrebató...
Los sucesos importantes recién están apareciendo. No se pierda la segunda parte de esta espectacular historia...
Continuará
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