Leer historia. Estudiar historia. Aburrida tarea de chicos. Tediosa y siempre ingrata. Aprender de memoria fechas, nombres y hechos, llámeselos batallas, revoluciones, cambios de la geografía política, siempre teñidos con la simpatía o la repulsa del autor de turno.

Pero cuando uno se zambulle en los documentos históricos, o los autores de la época, abandonada la urgencia escolar, y por el puro placer de internarse en otros mundos, la historia tiene otro sabor, y cuando de pronto uno va descubriendo los eclipses de la “historia oficial”, va tomando carne una interpretación propia de esos pasados curiosos o turbulentos, donde se elevan abruptamente personajes olvidados y sepultos, y caen del bronce otros de diaria exaltación y fervoroso respeto.

Y uno va haciendo de esa historia su propia “historia”. Que no es la propia historia, ésa que transcurre con uno, que también merece su lugarcito, plagado de recuerdos borrosos, o hitos sin importancia que de pronto cobran brillo. Cartas y notas que hablan de otros tiempos, que parecen mejores en el papel de lo que fueron en realidad...vaya uno a saber por qué.

En esos casos, los hombres usualmente describen, justifican, niegan o aseveran, se disculpan o reclaman. Las mujeres, en cambio, fundamentalmente aman y lloran. El papel les abre las compuertas de una incontenible melancolía, y lloran. Besan apasionadamente, y vuelven a llorar. Son tan conmovedoras, que de sólo leerlas, uno puede entender lo árido y aburrido que sería el mundo sin ellas...sin esa facilidad para el llanto y las promesas de amor eterno o imposible, las arenas del desierto cubrirían al planeta, y el agua no correría por los ríos, y la primavera no sería la estación de los cerezos...

Olvidar la escuela y zambullirse en la Historia, y recordar historias... Regresar al mundo del pasado, a veces, no es otra cosa que darle un rew al flujo de la vida que corre a través de uno.