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Pequeño recorría el mundo, que en ese entonces se limitaba a tres cuadras. Las justas de la casa a la escuela. Siempre miraba el parque dos cuadras hacia abajo, no debería ir. El mundo esta lleno de males, y para eso no hay vacuna. Siempre mama decía que la vacuna para el mal del mundo duele mucho y cuesta años. Ya tengo 31 y aun no he sanado. Las paredes de ocre que había mandado construir el alcalde alrededor del fumadero, reprimían mi huida. Crecí en paredes color ocre patios con huecos y profesores ebrios. Con el mundo al revez y mis zapatillas rotas. En dos años de estudio en el colegio aquel, nunca me detenía había siempre iba y venia sin desviarme. Nunca pares así se muera alguien o se te cruce un muerto, y nunca hagas caso a los fumones. Siempre mama y sus consejos. Nunca supe de los aires videntes de mama. El lunes después de la fiesta de semana santa. No quería ir a la escuela el tío hurtado aun contaba las historias de terroristas en el huallaga, yo me había amanecido escuchando tras la cortina para escuchar, acomodado en un ladrillo de techo.
De esos que los muchachos usan para formar los arcos. Y tapado con la manta de alpaca fina que en tiempos remotos usaban las ñustas del inca, la que utilizaba mi abuela para taparse los pies. Siempre pensó que sus pies eran hermosos además los adoraba por que era lo único que no se le había arrugado. Eran las 4am cuando después de terminarse las cervezas y solo quedaban cigarrillos tío Humberto decidió contar cuando en el Huallaga su pelotón fue emboscado nada menos que por el Presidente Gonzalo. Siempre que decía “presidente Gonzalo”, levantaba el puño izquierdo y hacia una danza eslovena. Su ojos brillaban y los gestos endemoniados asustaban. Luego gritaba y empujaba y bailaba y gritaba siempre las mismas palabras “yo le di en el pie, yooooooo” gritaba y luego no había quien lo siente y tranquilice. Terminaba amarrado a la silla gritando que después de dispararle al presidente salió corriendo dejando a su pelotón hasta perderse en lo mas denso de la selva. Seis de la mañana y no había nadie alrededor, tenia que ir a comprar el pan y volver rápido sin distraerme y sin conversar. No entendía en ese entonces a esas horas no había persona alguna era yo el único que salía a comprar el pan. Siete de la mañana habría que correr hacia el colegio, esperar que pasen los que iban en 4to y luego ir tras ellos. Así estaría mas seguro todo normal, la fila de grises pantalones y camisas blancas yendo como cordero. |
Texto agregado el 30-10-2004, y leído por 118
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