Dejé mis pasos en la antesala del espejo para perderme entre los sueños. Detrás, el mundo se abría paralelo a otros seres. Vi el bosquejo de mi padre en la tiniebla de una espera, amigos deambulando en lo incierto del espacio, junto a un organito incansable sonando en sus memorias. El ocaso de más vidas reflejadas en el vítreo del hacinamiento o tus ojos espantados en esa soledad de espectros. Un haz de luz marcaba los instantes en que nada había; debajo, los rostros interceptaban las culpas de no saber lo sucedido, mientras el sopor se internaba por mis huesos. Fui estatua ante miradas atónitas, buitre agorero de las vísceras, sol rasgando el desencuentro perpetuado hacia más muertes, en un intento de salvaguardar el todo. Caricia en otras pieles, sudor aletargado y doloroso, búsqueda reiterada de tu encuentro, deseo trunco en una vida, pupilas ardiendo en la infinitud de carnes, noche abrupta, silenciosos aullidos, como un suicidio encarnizado en otros féretros. La mañana hurgando el enigma de los cuerpos, gimiendo bajo el hilo de las huellas, el llanto invertebrado de quien no conocía o la luna, envuelta en oscuras percepciones de momentos. Cuando regresé, mi piel aún mantenía esa tortura de ser y no habitando estas calles, junto al murmullo opaco de la muerte como un eco próximo a tenderse entre mis faldas.

Ana Cecilia.