Quería sentirse feliz pero no pudo encontrar el sentimiento de la felicidad. Buscó en su interior el sentimiento de la emoción de la espera pero tampoco lo pudo hallar. Todo parecía indicar que ya estaba preparado para el paseo. Su primer paseo después de su encierro. El de su enclaustramiento en esa diminuta celda.
Calculaba que faltaba poco tiempo para volver a sentirse libre. Poco tiempo para volver a sentir la fuerza del viento, o la caricia de la brisa, en su rostro. Poco tiempo para sentir el caliente, o el frió aire, de las noches estivales. Poco tiempo para ver el claro, o el nublado, cielo estrellado. Ahora todo dependía de que se cumplieran las promesas que le hicieron a los pocos días de su internamiento forzoso.
Cuando recibió la noticia de que aun no estaba listo para su prueba de libertad, se sintió desilusionado. Él, que se había preparado con toda calma, no daba crédito a esa contrariedad. Le protestó al mensajero argumentándole “De que si estaba preparado”. Él mensajero tan solo se le quedó mirando fijamente sin pronunciar palabra alguna. Que otra cosa podía hacer, sólo era un simple mensajero. No importaba si las noticias que traía gustaban o no.
Mientras él daba mil y una explicaciones. El mensajero aguantaba el chaparrón dialéctico sin pestañear. Terminada su exposición se dio cuenta que la mirada del mensajero le estaba diciendo lo que omitía con palabras. “No estaba preparado pues aun albergaba sentimientos y la impaciencia por su libertad le estaba delatando”
Tendría que seguir esperando. Pero ¿Cuánto tiempo? ¿Otro año? No, no lo creía. Lo más difícil ya lo había aprendido y superado. Ya se había acostumbrado a ver a su familia, a sus seres queridos, desde lejos. Ya había aprendido a esperar sus cortas visitas, cada vez mas espaciadas en el tiempo. Ya había aprendido que su condición de residente en ese claustro era irreversible. Que tan solo podía ser merecedor, momentáneamente, de algunas salidas concertadas en modo de libertad transitoria.
Esa libertad transitoria era lo que estaba esperando. Seria una forma de romper la monotonía del lugar. De conocer su nuevo entorno. De conocer a sus nuevos compañeros, vecinos y, por que no, de sus futuros amigos si el tiempo lo permitía.
Cuando pasado el tiempo, regresó el mensajero, no sintió el más leve atisbo de impaciencia, de alegría, de emoción de ninguna clase. Fue entonces que se percató de que ahora si que estaba listo para su viaje al mundo exterior
Se sintió flotar en el aire y vio que la puerta de entrada, o salida como se quiera ver, se abría poco a poco dejando entrar por ella la extraña y oscura luz de la noche. Ya en el exterior pudo ver que otro mensajero les estaba esperando. Como él eran cinco los que iban a gozar de su noche particular. Este mensajero se dirigió a los cinco y en tono pausado les dijo:
. — Os habéis preparado para este momento. Así que no lo estropeéis. Podéis conseguir cosas más firmes. Es cosa vuestra hasta donde queréis llegar. Solo un consejo más os voy a dar. No crucéis el muro final, si lo hacéis perderéis todo lo que podéis conseguir. No caigáis en la tentación de hacerlo aunque os llamen del exterior, por mucho que se os antoje conocer más. Así que tenéis toda la noche para conocer y conoceros.
. — ¿Cuándo tenemos que regresar? ¿Tenemos alguna hora? Se oyó preguntar.
. — Ya lo sabréis cuando no os veáis.
Esas últimas palabras le dejaron un poco desorientado. Y, separándose del grupo, enfiló hacia ningún sitio.
En la oscuridad de la noche, a pesar de ser una noche clara y estrellada, vio sombras de personas que estaban caminando, como él, por los contornos. Hombres, mujeres, niños deambulaban sin rumbo fijo. Algunos iban hablando entre ellos pero la mayoría iban a su aire. En la lejanía se podía oír una suave música proveniente de alguna verbena de verano de los contornos. Algún que otro cohete, anunciador de la fiesta, hacia explosión de vez en cuando.
Siguió caminando por entre el camino se setos. De algún cercano lugar le llegó un profundo aroma a flores. Pudo observar también que la vegetación era toda de árboles de hoja perenne. Tullas, cipreses, abetos y los consabidos mirtos eran de los que mas predominaban.
Al final del camino empedrado se topó con el muro final. Creyó sentir la tentación de la curiosidad por subir a una vieja escalera que estaba adosada a él. Sabía que no podía sentir esa emoción, así que se subió y observó el hermoso paisaje que le ofrecía la naturaleza y que hacia mucho, muchísimo tiempo no veía. Ocultó dentro se su ser el placer de ver lo que estaba viendo. Era difícil de no sentir algo por ver lo que estaba observando.
Vio sombras al otro lado del muro. Algunos, como le habían indicado, lo estaban llamando. Hizo caso omiso de esas llamadas y se concentró en mirar para los otros espectros que pasaban rápidamente por la acera de enfrente. Se recordó de cuando él estaba en la misma a posición que ellas y pasaba a la misma, o más, velocidad que lo estaban haciendo esa asustadiza gente.
Tan embelesado estaba en mirar los paisajes, las estrellas, las formas amorfas de las sombras de la noche. Que la claridad del día empezó a romper. Miró a su alrededor y empezó a no ver a nadie. Casi no podía ver a la gente del jardín interior. Vio que en la parte de afuera del recinto unos espectros empezaban a ser más visibles que otros. Fue cuando se dio cuenta de que sus manos comenzaban a ser traslucidas. Encontró el significado de aquellas palabras “Ya lo sabréis cuando no os veáis”.
Bajo de lo alto del muro y parsimoniosamente se dirigió al nicho donde reposaban sus restos mortales, hasta que estuviera preparado para un nuevo paseo. Y esta vez esperaba que fuera al otro lado del muro final
Franlend (R)
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