He reparado un cristal de una cabaña hecha de nubes. “No es un cristal” –me dijiste- Sí lo es –susurré. Y otros cristales temblaron al unísono, en una opinión sinérgica, restableciendo así, el origen de las cosas.
Una cabaña al sol es todo lo que tengo. Con techumbre de letras, parasoles de verbos, algunas quimeras y poco más. Y la reparación de sus cristales en almíbar es lo que más entretiene mi ánimo loco y desaforado. Renombrar sus lisuras y sus límites, con un pincel mediano, hecho de sueños, a imagen de los dioses del Olimpo, de los cuadros de artistas famosos, o de libros olvidados entre los pliegues de la vida.
Mi cabaña al sol es todo lo que he conseguido. En ella hay rayos voluptuosos de metal azul, oro y sedas de antaño, aún relucientes. En ella habito, escribo a intervalos, entre mudanza y mudanza, de otras islas y otras montañas, mientras cavilo, mientras espero el orden del mundo con ideas utópicas, aún inmaduras, y casi tontas, sobre el límite del cielo y sobre la cumbre de las cosas.
Todavía sigo, colgada de la luna, escribiendo entre sus párpados, cuando no me ve y cuando yo, aún, la admiro entre sus penumbras, ¡Diosa blanca, bello espejo del alba!. Y aún temo despertarla, despertarme a mi vez, entre los susurros de los astros en movimiento, entre el raso de mis papeles al aire o el ruido de una música lejana.
isa :) (abril de 2004)
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