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Hicieron un repaso de los asuntos pendientes. Ella insistía en un concierto de jazz, pero él se negaba en rotundo.
- ¿Pero por qué?
- Porque te pondrás tonta con el saxofonista, o con el clarinetista, o vete tu a saber con quién. Me dirás que tienes un amigo que toca el saxo y que es increíble escucharlo. Y te recordará a él, y me dirás que te gustan los músicos, su lado bohemio y canalla, su manera de crecerse en el escenario y de hacer el amor con el instrumento. Le mirarás más que a mí y te acordarás de todos los músicos de tu vida, en especial de ese tan guapo que te pidió el teléfono en Barcelona. El que te quería llevar de fiesta. El cabrón aquel.
-Pero qué tonto te pones.
-Ya, claro. Tonto. Pero tengo razón y lo sabes. Se te pondrá tu mirada de pensar, y te quedarás embelesada con la música y con el saxofonista. Y con su forma de moverse y vacilar con las chicas.
-Bueno, pues vamos a un concierto sin saxofonista. Trío de piano, contrabajo y batería. Es menos "peligroso". ¿Aceptarías un trío de piano y percusión?
- ¿Un trío? ¿Qué si aceptaría un trío?
- ¡Dios! , que bobo te pones.
- Si, pero te gusta.

Quedaron en silencio.

Recordaron lo compartido: sus intentos de arreglar el mundo en una terraza, los paseos por la playa y los viveros, los bares con solera. Sus conversaciones trascendentales acerca de amor, sexo, filosofía y sicólogos chiflados. Discutieron y se les olvidó. Hablaron de cómo hacer para no herirse e inventaron señuelos y esperanzas.
Visitaron librerías. Compraron cuarto y mitad de poesía y cuentos. Cuentos que se leerían después, mientras escuchaban a Mahler, y se emocionarían. Y no podrían seguir leyendo.
Prometieron no mentirse y ser leales. Ella le prestó toallas limpias. Volvieron a ver el mar y a desayunar a deshoras. Entablaron tertulias interminables y se les pasó la hora de comer. Durmieron la siesta y le dieron mil vueltas a su viaje a Sudamérica. El preparó la cena y lavó los platos. Ella puso la mesa y le ayudó a recoger. También recibió llamadas y mensajes de remitentes inesperados. Volvieron a discutir, pero esa vez, duraría menos tiempo. Aprendieron algo nuevo.

Regaron las plantas. Debatieron acerca del amor y de los amantes, de las relaciones y de lo que esperaban de la vida. De la posibilidad de poder elegir. Bebieron vino. Se recomendaron escritores. Vieron fuegos artificiales. El hizo tonterías en el coche mientras ella conducía. También se dejó olvidada (a propósito) una de sus camisetas favoritas justo debajo de la almohada. La perfumó y le confesó su secreto en la estación.

Modificaron la lista de asuntos pendientes: Bailar, un picnic, ir al cine y al teatro, navegar en un velero y escribir juntos un cuento. Dejarse llevar por las olas del mar y hacer la compra en el supermercado. Ser cada vez más amigos. Más cómplices. Viajar y descubrir, hacer fotos y escapadas. Comprar ropa y golosinas. Creer el uno en el otro.
Ella rompió el silencio con toda la ternura del mundo.
- ¿Cuántas cosas crees que nos dejamos olvidadas en nuestra lista de asuntos pendientes? Dilo ahora o calla para siempre.
El podía haberse callado, pero prefirió romper el encanto a bocajarro.
- Casarnos, procrear y matar a todos los saxofonistas.

Texto agregado el 29-10-2004, y leído por 132 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
02-11-2004 jajaja. vaya cosas se te ocurren. un muy buen texto. guasarapo
 
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