¿Adónde vas?, ¿Quién te espera detrás de ese horizonte?, ¿ Hasta que punto llegarás?, ¿Con quién habitarás los demás días?.
Doy vuelta, mientras tu semblante se bifurca entre las calles de la infancia, me ves pasar en una carcajada que se expande hacia el futuro reinando ese universo que de niños compartimos; sonríes escondido en tus hoyuelos hasta rozar el paraíso de esas horas, desafiando el deseo que tu presencia esgrime. Una hora más lidiando con la espera, y tus palabras resuenan en un dominó de seres que me invaden toda, mientras mis manos se extienden hacia tus fronteras que nada saben de este amor. Vuelvo a perderte tras los muros de otras calles que en la tarde se disuelven como largos episodios de tu ausencia, paralelos transcurrimos en una soledad ajena que va dejando huellas. Luego el tiempo, un impulso, las palabras hurgando nuevamente en lo deseado, tu pronta respuesta, los recuerdos, la misma soledad palpitando entre los dos, tu mirada infinitamente triste adentrada en mis dolores, los labios resecos de mi boca, la pureza de tus manos convertidas en caricias, el miedo asechando la garganta, tu firmeza venciendo todo acuerdo, junto a un “me muero de ganas de besarte...” que ejecutó mi vida nuevamente ante tu ser. La habitación, el cielo de tu piel sobre mis ojos, la misma risa fundida entre los labios, tu sombra, este deseo furioso luchando contra todo, las horas detenidas en el tiempo, el éxtasis, la realidad abrazada a nuestros cuerpos en opuestas latitudes, otra vez la soledad, el desamparo de los años proyectados al olvido, y tu risa gestando en mis entrañas esas cíclicas mañanas de regreso.
Ana Cecilia.
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