Un amanecer soleado para iniciar la Ruta a Magallanes, bolsos y sacos de dormir al hombro, ilusiones y emociones en el corazón, “pajaritos” en el estómago, una foto al ingreso del aeropuerto, sonrisas miles. Y partieron las tres Marías, al encuentro de su historia.
La mayor: a cargo de la expedición; la del medio: aterrada en el avión y la menor: la que decidió que era el momento. Ya en el avión, se apagaron los celulares, se dejó atrás la testosterona y comenzó la aventura. La del medio, agarrada con dientes y uñas a las otras dos... por si pasa algo...decía. Algunos vaivenes del avión, pero llegaron sin novedad a su destino; poco le faltó a la del medio besar la pista de aterrizaje al bajar.
¿Y ahora que? No las estaban esperando!!! Prender celulares, bendita tecnología, pero después de varios intentos se hizo la luz, sólo había que esperar el bus que las trasladaría a Puerto Natales. Después de una horita, llegó el bus y sorpresa: asientos en primera línea. Excelente dijo una, la del medio no se nos va a marear. Camino en marcha, la menor optó por dormir, la del medio trataba de guardar en su retina todo ese paisaje y la mayor escuchando al guía aparecido de la nada... nunca me quedó muy claro si ella lo disfrutó o hacía manda para que se callara y poder ser ella la guía... pero llegaron al hotel, agarraditas unas de las otras, el viento se las llevaba, y entre los para atrás y para adelante lograron entrar con una gran sonrisa en los labios, que se congelaron al ver los precios: US$ y muchos ceros.
¿Y ahora que? Ir a la habitación a planificar las estrategias A, B o C. Votación por la alternativa a usar: la mayor tenía que solucionar el problema en cuestión, ella iba a hablar para aclarar el tema. Punto aclarado, los precios son para los gringos, no para los chilenos. Sonó un uffff de alivio y las risas volvieron a sonar. Ahora a pasear dijo la voz de mando y partieron a recorrer aquellos parajes de antaño: la casa del abuelo, la iglesia donde se casaron sus padres, la plaza, la tienda de la amiga de su madre, lugar de las tertulias. La mayor era la guía de las otras dos, ella nació y vivió allí y cual mente de elefante recordaba todo... que memoria!!!... Mientras caminaban por aquellos lugares de sueños para las otras dos, les contaba anécdotas, historias de los abuelos y de los padres. Los corazones se hinchaban de emoción. Caminaban por los senderos recorridos por sus abuelos y por sus padres.
Llegó la hora del descanso, pero... decía una... si aún hay sol cómo nos vamos a acostar!!! Fácil, dijo otra, se corren las cortinas y es noche de tertulia. Y así no mas fue, larga tertulia de tres hermanas que se encuentran en la complicidad de la habitación, abriendo sus corazones y entregando su intimidad a las otras, compartiendo sus penas y alegrías, alguna lágrima por aquí y por allá, un cenicero a rebalsar, una vela para el humo, un caramelo por si falta azúcar con tanta emoción y nuevos planes para el otro día.
La mayor insinuó un paseo en barco a los glaciares, la menor a ejecutar y la del medio tragó pastillas para el mareo. Pasaron el día organizando el viaje: aperarse de gorros, guantes, bloqueadores solares, y todos aquellos elementos que evitaran el frío y la insolación. Durante todos estos trámites de adquisición, todo Puerto Natales se enteró en que andaban las tres Marías: la mayor las había traído a conocer esas tierras, sus raíces.
Después de dos días de viento amaneció un día soleado y de mar calmo que permitió el viaje hacia los glaciares. Todas muy abrigadas, entusiasmadas por la aventura, se subieron al barco y comenzaron la trayectoria. Alegría, risas y fotos. La del medio se ponía y sacaba los lentes de sol para las fotos, y tanto pone y saca se le fueron los lentes al mar por un pequeñísimo orificio, situaciones que sólo le pasan a la del medio. Una compañera de viaje al ver esto le dio tanta pena que se ofreció a continuar sacando fotos, no fuera a pasar que se cayera ella al mar. Así llegaron a destino, ahora tenían que caminar hasta el glaciar. El camino era estrecho y resbaladizo, a la mayor se le complicaba por su vista.
¿Y ahora que? Planificar rápidamente plan A o B, no había tiempo para un C. La solución llegó rápido, la dejaron sentada en una roca, cómoda y calentita al sol, mientras ellas siguieron al encuentro del glaciar. De vuelta, la recogieron, volvieron al barco y a Puerto Natales sanas y salvas.
Al día siguiente, arrendaron un auto y se fueron a las Torres del Paine. La menor manejaba, la del medio de copiloto con un mapa y la mayor distribuyendo los víveres en el asiento de atrás. Mala decisión. La del medio, cada vez que veía el mapa se mareaba y la que no veía resultó que veía mas que las otras dos juntas. Cada vez que había que decidir hacia que lado ir, la mayor con mucha calma decía a la derecha, la del medio decía a la izquierda de acuerdo al mapa y la menor se enfurecía con tanta indecisión y mandaba a las dos juntas a preguntar para asegurar una versión objetiva del tema. Sin embargo, llegaron al punto de destino, unas cabañas del ejército. Allí las esperaba la dotación que las iba a cuidar: un cabo de 20 años y dos soldados de 18 años. Las tres quedaron PLOP, pero con un techo para guarecerse y relajarse. Ya instaladas, se sentaron a la merienda y al levantar la vista se encuentran con las Torres del Paine en todo su esplendor. La respiración se agita, la emoción embarga, y se produce el silencio. No hay palabras para describir tanta hermosura. La mayor y la del medio sólo miran a la menor para agradecerle con sus miradas el haberlas llevado a esos parajes perdidos del mundo, y como nunca antes sintieron el orgullo de ser chilenas frente a la inmensidad de esas tierras lejanas.
Recorrieron la zona, caminaron hasta rendirse: el Lago Grey, la Laguna Azul, Lago Pehoé, Cascadas Río Paine y tantos otros; disfrutaron el paisaje, el silencio, la unión, el compartir, pero por sobre todo los sandwichs de atún sin cáscara que preparaba la mayor para sus hermanitas regalonas y mal criadas.
Regresaron a Puerto Natales para tomar rumbo a Punta Arenas, lugar de nacimiento de la del medio. Lo primero, ir al hostal, pero no tenían claro su ubicación.
¿Y ahora que? Nuevamente las estrategas a elaborar plan A, B o C. Fácil solución, tomar un taxi. La mayor fue a buscarlo. Mala decisión. Escogió un taxi que debe haber sido utilizado por Patton en la segunda guerra mundial. Para que tengan una idea, cuando se bajaba el vidrio se abría la puerta, el taxista era un hombre enorme que casi no cabía, parecía no conocer la ciudad y hablaba solo mientras las tres Marías contenían la risa para no agravar el drama del pobre hombre. Pero llegaron, un lugar muy acogedor y familiar.
La mayor nuevamente hizo de guía hacia los lugares históricos: la casa donde vivió la familia, donde nació la del medio, la plaza y le frotaron el dedo al indio, el monumento al Arriero, el cementerio que cobija al abuelo, el cerro la Cruz que domina toda la ciudad, las pingüineras, en fin, todos aquellos senderos que las marcaron en su vida y en su viaje.
La del medio se lo disfrutaba todo, es su tierra, que la vio nacer; pero mientras más se regocijaba la del medio, la menor se ponía triste porque ella nació en Santiago y no tenía un rinconcito que le fuera propio.
¿Y ahora que? La mayor, en su infinita sabiduría se lo encontró: la ventana del consultorio del padre. Las sentó, les tomó la foto del recuerdo y ella volvió a sonreír.
Llegó el minuto del retorno a Santiago, la tristeza empezó a inundarlas, pero dio paso a la alegría del recuerdo y cada una regresó con una valija cargada de sentimientos que de alguna manera han influido en el correr de los días posteriores, encontraron sus raíces, las compartieron y disfrutaron de 10 días donde sólo fueron 3 niñas en busca de su historia.
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