LA TERRAZA
Pocas veces las paredes del costado de mi terraza reflejaban el sol como hoy. El piso de cerámica naranja se iría calentando paulatinamente hasta llegar al grado de "impisable".
Yo quería levantarme, eran las once, algo me decía que no tenía que moverme de la cama, pero igualmente enfile hacia la terraza.
La pileta tenía el agua muy azul, porque la había hecho cambiar antes de ayer. Recuerdo que llame a Raúl desde mi escritorio en el centro de la ciudad y le dije:
- Raúl, por favor cambie el agua de la pileta porque no me voy a mover el fin de semana y quisiera bañarme "Como Dios manda" (…como amaba mi pileta en la terraza).
Raúl, con infinita paciencia asintió sin más, así que yo disfrutaría de unos baños reparadores.
Me acerque al borde y me saque mi rob blanca de toalla y desnudo me largue al agua.
Siempre que me sumerjo en el agua, pasa lo mismo: entro en un mundo de aislamiento y conocimiento a la vez. Me encanta sumergirme.
Una vez que asome la cabeza, me dedique a observar todo el panorama posible desde adentro del agua. A lo lejos se veían los barcos areneros en el Río de la Plata. El sol que se encontraba casi arriba de mi cabeza se reflejaba en la copa de los árboles de la cancha de golf que se veía cruzando el arroyo, en el Náutico. Estuve así unos instantes y salí de la pileta, me seque un poco al sol, me puse mi rob blanca y me dirigí hacia abajo, hacia la cocina.
Yo había tomado recaudos a la hora de construir esta casa. Hace ya años, juntos con mi mujer, decidimos dibujar los planos y mostrarle la idea a un arquitecto que se encargaría de solucionar todos los antojos que habríamos de volcar al papel. Toda la estructura de la casa estaba calculada para soportar el peso de la pileta en el segundo piso: en mi dormitorio.
Estaba bajando la escalera de cerámica colorada y madera, y la miraba mientras pensaba: "un día me voy a matar en esta escalera". Llegue a la cocina con el proposito de desayunar, pero la hora (medio dia) me incito a tomar una cerveza bien fria, un pedazo de queso gruyere, leberbusch y pan francés. Todo en bandeja, mas el ejemplar de La Nación, El New York Times, y la revista Tres Puntos. Todo a mi reducto de la terraza, donde había hecho un lugar estratégico para asado y ocio.
Mi mujer y mis hijos estaban jugando al tenis y al golf respectivamente, así que el día era mío, solo mío. Hoy no habría ni río ni barco ni lancha, solo ocio.
Leí por encima un poco los titulares de la Nación, me dedique a ver títulos y acciones de Wall Street y luego e leer a Lanata en la revista.
Como a la una menos cuarto llamo mi mujer para avisarme que a las siete de la tarde vendrían unas amigas suyas a tomar algo, y también que Rafael, mi hijo no vendría a comer. Carolina, mi otro vástago, se quedaba siempre con ese bendito novio hasta el día siguiente.
Bueno pensé: tranquilidad hasta las seis y media.
El personal de servicio también se había ido, porque yo quería disfrutar de "nadie". Es por ello que le dije a Raúl que se podía ir hasta el lunes. Lo mismo para las mucamas.
Siempre que me quedaba solo en casa sentía esa sensación que tienen los chicos adolescentes cuando el padre les deja las llaves: Un Rey! , el rey. Yo disfrutaba mi "fortaleza". Me había ganado cada minuto de admiración del paisaje de mi terraza, con el sudor de mi frente (y el de otras frentes también), era feliz ahí. Que barco, ni Punta del Este ni que ocho cuartos! Cuando se tiene un dormitorio de treinta y seis metros cuadrados con estufa de leña y ventanas que miran a casi todo el Río de la Plata divisable, terraza y pileta, es difícil pensar en moverse hacia otro lugar, sobre todo cuando se ha trabajado como un burro toda la semana.
En ese momento pensé: Que sentirá Rafael? El nunca me ha demostrado tener problemas cuando le he dejado las llaves de casa (que es su casa). Tengo recuerdos si, de sus correrías, aunque el no lo sepa. He encontrado una colilla de cigarrillo cerca de la pileta (yo no fumo) una vez que he vuelto de Punta del Este un fin de semana, pero la casa impecable. Yo sospecho que el debe amar ese cuarto y esa pileta tanto como yo. Mi mujer, en cambio, no se siente atraída por el agua, de hecho NO LE GUSTA. Cuando era chica, su padre la llevo a nadar a la laguna que tenían en un campo propiedad de ellos y casi se ahoga. No por imprudencia de mi suegro, sino por que el se infarto nadando y casi se van "a pasear" los dos. Conclusión: nada de agua.
El resto de la tarde disfrute leyendo al sol, con anteojos, sin anteojos, con sombra sin sombra, desnudo, con traje de baño, en fin, como se me cantaba.
Ya hastiado de tanto sol me recosté unos veinte minutos y luego me di una ducha innecesaria, pero protocolar. A las siete vendría El Séquito.
La vida de mi mujer transcurría en un ámbito de paz celestial, el mundo se podía derrumbar y ella a lo sumo decía: hay que rezar más para elevar a los que están abajo de uno.
La nube que tenia delante de sus narices era tan densa que si un día chocaba contra ella seguramente se moriría del golpe. Pero en fin, yo la elegí así, y tengo tanta culpa como ella.
Rita llamo de vuelta para avisarme que vendría con sus nueve amigas de la "línea" (del tee de salida). Yo resignado y culposo le dije que no necesitaba darme explicaciones a lo que ella respondió: "solo te aviso para que estés presentable". Ah! exclame yo, y pensé (solo para estar presentable) y luego le dije OK. Estar presentable un día de 35 grados de temperatura a las seis de la tarde que podría representar para ella? Porque para mi representaba un traje de baño y mi rob, y eso era lo que iba a tener cuando vinieran las damas de la corte. Por cierto no pensaba bajar, ni ellas subir a mis aposentos, de manera que antes de que llegaran, me subí todas aquellas cosas necesarias, alcohol, alcohol, alcohol, y mas alcohol, queso leberbuch y pan, tenia desde el mediodía.
Cuando ellas llegaron, yo salude con un movimiento del brazo desde la terraza, ellas solo me veían desde el pecho para arriba, todo estaba bien.
Rita mi mujer subió ni bien llego, me vio así y me dijo:
Robert, te pedí que te arreglaras un poco, a lo que yo enseguida conteste:
- Rita: "YO NO PIENSO BAJAR", me quedo aquí en la terraza con mi radio mis diarios y mis cosas. A lo que rita contesto:
- Siempre tan diplomático vos. Eso no esta bien
- Preguntale a los maridos de ellas conteste.
La tarde empezaba a caer en el río. Un panorama que deja mudo a mas de una persona. Todo cambia en ese momento: el aire, el calor, los programas de radio, existe un mundo que se prepara a nacer a la noche
San Isidro es un lugar de ritos y cultos, tanto para grandes como para chicos, pero yo no era, al igual que otros, un participante más: solo un espectador desde mis retiros.
Al lado de la parrilla, instalé hace unos años una heladerita. Ahí puse mis botellas de vino blanco a refrescar.
Era tan tórrido el atardecer, que decidí abrir mi primer botella a las siete y media. Tome un par de vasos mirando el horizonte y me metí en el agua. Me saque la rob y el traje de baño, mientras pensaba: si me vieran las tontas de abajo se mueren. Acto seguido pensé: capaz que más de una haría lo mismo? Me excite pensando que Marta (una de ellas) se desvestía y se tiraba a la pileta a nadar. El efecto del vino empezaba a funcionar.
Salí del agua y me senté a ver pavadas en el diario. La radio anunciaba treinta y tres grados de calor en ese momento.
- No recuerdo un día así en diciembre, pensé.
Me serví otra copa de vino blanco y empecé a recordar esas tardes en Punta del Este, cuando todavía iba con mis padres a su casa de San Rafael. Tenia auto, plata, diversión y casino… todo gratis (por supuesto bancaba papa).
Esas tardes de estar tirado en la arena uruguaya hablando de cosas con y sin sentido, con mujeres, sin mujeres, con marihuana, sin marihuana, que libre lo hace sentir a uno y que dependiente que es a la vez.
Corte un poco de queso y lo comí con pan francés mientras miraba las ondas del agua en la pileta y eso me hizo acordar las luces de la noche de Gorlero.
El imparcial, el ciclista, el mejillón, solo algunos de los lugares que utilizábamos con mis amigos para esperar la noche profunda y el dancing. Dancing que se convertía en noche de droga y rock'n roll.
Me serví otra copa y volqué la botella en el balde dada vuelta. Mientras recordaba esa vez que salí del Improvise como a las seis y media de la mañana. Recién empezaba a aclarar y me dirigía hacia San Rafael, cuando de pronto me quede atónito viendo los dedos de cemento que salían de la arena, en la playa donde empieza La Brava.
Me subí con el auto a la vereda y rompí el tren delantero, pero llegue a los famosos dedos.
Esas vacaciones tuve que caminar el resto del tiempo que me quedó.
Abrí otra botella de vino que estaba mucho mas fría y me puse a escuchar un programa de radio en frecuencia modulada mientras que veía como se empezaban a encender las primeras luces en el río y los demás lugares circundantes. Creo que me sentía ya, un poco aturdido.
Tuve imperiosas necesidades de fumar cigarrillos, cosa que nunca antes se me hubiera ocurrido (salvo mis porros) y me deslicé como pude al cuarto de Rafa y le robe un paquete. Me pareció que estaba bastante borracho, así que camine con cuidado por dos razones: para no matarme por ahí, y para que Rita no me matara. Total, ella se quedaría como de costumbre hasta las cuatro mil con sus amigas y yo me acostaría a dormir.
Prendí un cigarrillo… Y CASI MAS ME MUERO! Nunca pensé que esto me marearía más. Al contrario, pensé que disfrutaría como loco.
Lo tire por encima de la baranda de la terraza y me serví otra copa para sacarme el asqueroso sabor amargo del tabaco.
Ya eran como las nueve de la noche y yo empezaba a sentir el profundo efecto del alcohol en mi cuerpo. No tendría importancia, ya que me iría a dormir sin otra cosa que hacer.
Pero primero decidí darme un piletazo de esos que despejan. Con sumo cuidado, borrachísimo, me senté en el borde de la pileta y mire el cielo lleno de estrellas. Un cielo como pocos en el mundo. En el norte no se ven tan lindos cielos como aquí. Acto seguido me di un empujón y me metí en el agua tibia. Era como reparadora, maternal, una sensación casi imposible de describir. Sumergí mi cabeza en el agua y con ella todo el bagaje de cosas que ello implica. De vuelta al mundo del silencio, tan bello y sereno, como peligroso. Me invadió una oleada de bienestar infinito, todo daba vueltas, todo pesaba y todo era liviano, yo en el agua, mi mujer con sus amigas abajo, mis chicos en sus respectivos mundos, todo era perfecto. Decidí salir del agua, sobre el borde que da directamente hacia uno de los ventanales de mi cuarto. Saliendo del agua, pise mal y me patine, pegando con mi cara sobre las baldosas del borde de la pileta.
Creo haberme desmayado.
Ese día, mi mujer no me encontró a las tres de la mañana (cuando se acostó) en la cama. Tampoco me vio por el ventanal que da a la terraza. Me espero levantada hasta las seis pensando que yo había salido por las escaleras que tenemos por atrás.
Ese día a la mañana ya con sol, un domingo, Rita llamo a la policía, haciendo la denuncia de mi desaparición.
La policía encontró mi cadáver en el fondo de la pileta.
Yo me encontraba con cara de relajado.
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