TEMPESTAD
Esa noche llovía copiosamente. Relampagueaba y el destello de los rayos iluminaba por unos pocos segundos la oscuridad reinante. La pequeña niña tenía miedo. Miedo de dormir sola, miedo del clima, miedo de una catástrofe... y le pidió a él que la acompañara, que durmiera a su lado.
Bajo las cobijas blancas ella sentía el calor de su cuerpo. Aún no podía dormir porque la cercanía de él la perturbaba, la inquietaba. Su mente inocente no comprendía, no asimilaba esas sensaciones difusas que sentía... y verlo allí, a su lado, durmiendo, tranquilo, la llevaba a pensar cosas que nunca –en su corta existencia. Había imaginado.
Afuera hacia frío, llovía copiosamente... y la niña, en su cuarto, sentía dentro de sí una fuerte tempestad, un calor, un deseo... lo veía sereno, indefenso, sin posibilidad alguna de protegerse.
Se acercó a él y lo abrazó. Quizás también tenía frío, pobrecito... ella sintió ese aroma que aquel cuerpo varonil despedía... un olor a hombre, un olor a hombre joven. Su perfume natural. Se sentía tan bien... y esa boca, esos dulces labios sellados; esos ojos, esos hermosos ojos; y esas manos tan fuertes... como no sentir nada por él, como no hacerlo.
Seguía lloviendo, aún más fuerte. El cielo se iluminó por instantes por culpa de un relámpago. Y lo pudo ver... más y más ideas le rondaban la cabeza. Bésalo, bésalo. Dale un beso. Bésalo. Volvió a relampaguear. Ella acercaba su rostro lenta y temerosamente –no quería perturbarle su sueño. Bésalo. Y todo seguía oscuro, no se podía ver nada, como si la lluvia hubiese lavado cualquier hilo de luz. Tuvo su boca muy cerca. Millones, millones, millones y millones de gotas de agua caían sobre le pavimento, los tejados, las copas de los árboles. Acercó más sus labios, pudo sentir su aliento, su respiración. Bésalo, bésalo, bésalo, bésalo. Seguía lloviendo. Bésalo, bésalo, bésalo. Se acercó más a él, casi podía rozar su boca. Bésalo, bésalo. La tormenta no parecía cesar. Bésalo ¡No! ¡No! No se puede, no se podía, no se podrá. Se alejó de él, dejó de abrazarlo, tomó su cobija y giró su cuerpo para el lado contrario. Una lágrima diminuta se asomó por sus ojitos. No, no se puede hacer eso. Él es tu hermano mayor.
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