Con una naranja más habría llenado el vaso de zumo y el desayuno que disponía a zamparme en la terraza ostentaría la categoría de homenaje; aún así, estaban las tostadas, el café recién hecho, dos yogures de sabores (de sabores de coco, que siempre son los últimos) y unos huevos revueltos marca de la casa. Sólo bebí el café y encendí un cigarro. ¿Para qué tantos preparativos?
Con mi hermano hubiera sido distinto, él si que disfruta de estos desayunos. Sólo de verle en acción entran ganas de comer. Cuando termina, comienza su particular danza de la felicidad: con una mano se acaricia en círculos la barriga y llena a tope los pulmones del humo de su pitillo, como si después de comer, el aire puro le pareciera insípido. Mirándole aprendes que no puede haber cosas mucho más importantes.
En fin, no disponía de liebre gastronómica y me quedaban dos caladas para pensar qué hacer con esa soleada mañana de domingo.
Nada más arrojar la colilla, me arrepentí y me retiré hacia atrás; mientras mi misil en perfecta parábola se dirigía, guiado como por láser, hacia su blanco: mi vecino del cuarto derecha.
El incauto cargaba hacia su inmaculado 405 con una nevera azul, cuatro sillas plegables con su respectiva mesa en su práctico estuche-maletín, una caña de pescar y dos bolsas de basura. Una vez más le protegió su disciplinado ángel de la guarda y mi colilla cayó, justo un paso por detrás, ignorada y triste. Sufrí una pequeña, pero inconfesable decepción. Poco podía hacer mi pueril munición contra tan adiestrado intendente, capaz de acarrear los suministros de su mujer y su hija cuatro pisos abajo y sin ascensor.
Nunca me cayó bien; siempre coincidimos a la vuelta del trabajo y su forma de separar la correspondencia del correo comercial, de verdad, que es repugnante. Más para mí, que por mejor y más prolífico amigo, tengo a TELEPIZZA y acarreo con las superofertas 104 escalones soportando sus silbiditos. Siempre está silbando.
Pero me temo amigo, que hoy no hay cartas; hoy somos todos iguales; hoy es domingo, pero tu sigue así, silbando alegre de casa al coche y del coche a casa, como si no te importara.
Ya sé que te vas al campo, no hace falta que te pongas el chalequito verde. Si ya lo sabe todo el barrio. Pues yo no, mira tú por dónde, yo voy a..., yo voy a...
Si tuviera un Chándal... pero el que tengo me lo pongo de pijama y tiene unas manchas de origen inquietante. El deporte descartado, además a quién le apetece empezar a sudar. Mejor me maqueo y me largo a por el periódico, si ya estás fuera de casa es más probable encontrarte a alguien y tomarte unas cañitas. Impresionante, con las Rayban parezco el chico Martini.
- Buenos días, vecino.
- ¡Eh!
Este tío es definitivamente gilipollas ¿De dónde sacará esa vitalidad? Vete al campo de una vez.
Hay que reconocer que dejamos todo hecho una porquería, la calle de los bares apesta y... Si parezco un abuelo.
¿No es ese José Antonio? Vaya plasta, sólo sale de casa para la cena de la oficina y con la primera copa se agarra una cogorza y se pone pesadísimo. Bueno, por lo menos el resto del año no abre el pico. El típico autista financiero. Espero que no se pare.
- Hola.
- ¿Qué tal?
- Voy a ver si compro la prensa.
- Ayer tocó, ¿eh? Vaya careto.
- Pues sí, mira, hasta las siete como siempre (¿Quién soy yo para destrozar sus ilusiones?
- No sé como aguantas, pero ya pararás. Yo antes también me corría mis juergas. Cada cosa a su edad, ¿no te parece?
- Claro, claro (si todavía se nota tu pasado loco).
- A ver si aprendes. Vida sana. Ya me he corrido mis cinco kilómetros y mira; como un señor.
- Pues nada, nada. Hasta luego. No te vayas a quedar frío.
- Hasta el lunes.
No me habla en todo el año, y ahora, si no le paro, se viene a comer conmigo.
Otro simpático: debe ser la fauna autóctona del domingo matinal. Estaba guapísimo con su táctel morado, tan sudadito y para rematar: la bolsa de plástico con el pan.
Horteras son horteras, pero hay que reconocer que se adaptan mejor al medio, porque la chupa de cuero me está asfixiando. Por el día ya es primavera.
- Por favor, el Ya.
- ¿Qué?
- El Ya. El Ya. El periódico Ya. (inútil)
- Ese periódico hace más de cinco años que cerró.
- Ah sí, claro, claro. (Cinco años, pues fue el último que compré)
- ¿Entonces?
- Pues éste.
- ¿Quiere los suplementos?
- Pues claro.
- ¿Y los coleccionables?
- Por supuesto (Voy cogiendo el tranquillo)
- ¿Y la moneda?
- Todo, todo, démelo con todos los avios.
- Veintitrés con treinta.
- Ahí tiene. Hasta luego.
Tres mil pelas un periódico, si salgo ayer de copas me ahorro pasta. Tres mil calas, ya entiendo que aunque no salgan sean tan ratas. Tres mil pelas.
Necesito una caña para pasar el mal trago.
Mi bar, al fin en casa. Sin embargo algo no marcha. Hasta que no me quito las gafas, no me atrevo a entrar, pero no hay de que tener miedo, si no son osos, sólo son abrigos de visón.
Ahí esta Andrés con Yogui y su parejita de oseznos. No es fácil que me vea.
- ¿Qué haces?
- Mira, a tomar una caña.
- Qué careto. Tú no cambias. Qué canalla.
- (¿Se han puesto todos de acuerdo?¿O qué? Me fui a la cama a las diez, joder, a las diez) Ya ves.
- ¿Qué quieres?
- (Hombre un detalle)Una caña.
- Venga, pues a mí me pides otra.
A tu mujer no hace falta que le pida nada, ella ya se entretiene intentando sacar la guinda de la copa. Sólo es una caña y el tío se cree que está en la obligación de darme conversación, no para, le da lo mismo un tema que otro, pues por mucho que hables no te pienso invitar a otra.
- ...y lo peor lo del colegio, una pasta y..
- ¡Bien!
- Bien, ¿qué?
- (Su mujer capturó al fin la dichosa guinda) Nada, nada, bueno, me voy a tener que ir.
- Venga.
- Hasta luego.
Si tuviera mi dolor de cabeza, mi boca pastosa, mi vitalidad en la reserva, pero no. Hoy estoy como una rosa. Jodido como una rosa. Descubriendo lo duras que son estas resacas que no se sufren.
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