Recuerdo una mancha
Posa su pie tembleque sobre el primer escalón de la micro, no alcanza a subir el otro cuando el chofer cierra la puerta y reanuda su marcha. Con las manos entumecidas por el frío toma de su bolsillo las calientitas monedas con las que paga su pasaje al chofer que enfurecido por quien sabe qué las arroja con enojo dentro de un pequeño bolso de cuero. Con la vista busca un asiento, pocos estaban ocupados. Los rostros, todos cansados como si la noche no hubiera sido mala sólo para él. Sin mirar demasiado a los pasajeros se sienta en el puesto más cercano, arregla un poco su ropa algo destartalada y vieja, mira unos segundos el paisaje que nada impresiona a quien todos los días lo viera. Como una reacción monótona, casi diaria, observa a la persona de enfrente que también miraba hacia afuera con rostro serio sin expresión alguna, como si lo único que se pueda hacer en el viaje de una de estas máquinas sea hacer aquel gesto, pues otro incomodaría a alguna persona que nada se conoce.
Puede ver que frente a él tiene una persona de cuerpo tan longevo como el de él. Con una intención fuera de costumbre observa aquel rostro por más tiempo del permitido para no inquietar a su oponente, este ya inquieto por la obstinada y calculada observación del nuevo pasajero lo mira a los ojos con un rostro incrédulo, prepotente a la vez. El viejo le quita la vista de encima y vuelve a observar el aburrido panorama que se vivía en la calle congelada por el frío de las mañanas invernales. Luego inconsciente se rasca la barbilla, mira sus arrugados dedos y los introduce en uno de los cuantos agujeros de las mangas de su chaqueta.
Pero la persona de enfrente lo tiene inseguro. Precavido esta vez de no ofuscarlo comienza a observarlo desde sus zapatos de cuero negros recién lustrados ¿o serán nuevos?, aquellos calcetines verdes combinados a la perfección con el ambo de unos pantalones gris pálido, un paletó con una suave tonalidad algo más oscura, aquella camisa verde de cuello almidonado, corbata gruesa gris como los pantalones, el sobretodo negro como la noche sin pelusa que destiñera la decencia. En sus arrugadas manos brillaba ante los ojos el amarillo oro de sus anillos apoyados en un bastón de negra contera y puño dorado. Miró su rostro de ojos caídos y fruncida tez. El pelo, esa cabellera fiel peinada hacia atrás que brillaba con cada fugaz reflejo del camino.
En su cara pudo ver un gran recuerdo, un recuerdo de juventud, de antaño. Pero aquel rostro volvió a observarlo y esta vez con una mirada seria, fuerte, penetrante que arrojó una fuerte cachetada de humillación sobre la mejilla longeva y surcada por el trabajo del viejo. Hubo lapso en que los dos se miraron, mas uno retraído bajó aquellos ojos vidriosos, arrepentido vuelve a levantar la mirada y aquellos ojos aún clavaban su angustia. Tras un momento tan corto que tiempo no tiene, con la salida del aliento de la boca trata de modular algunas palabras tiritonas, algo llorosas de esas primeras palabras mañaneras que se niegan a salir sin antes carraspear la garganta para darle algo, si se puede, de afinación.
-Disculpe mi desvergüenza, pero será usted Alfonso Aguilar.
-Con el mismo, ¿y con quien tengo el gusto?- responde aquel hombre con actitud incrédula.
-Usted no se acordará de mí, es hace ya muchos años los que han de haber pasado de aquel viaje.
Don Alfonso lo observaba con un rostro serio, un corto silencio lo empujó a levantar las cejas y achicar los ojos como quien mira la lejanía.
-¿No se acuerda? Debe de haber sido en el 1956 cuando juntos viajamos a Valdivia, fue un gran viaje, usted con su novia y yo con la mía, eran aquellos tiempos ¿se acuerda? Aquella loca juventud... tiempos aquellos ¿se acuerda?
-Ahora que me lo recuerda, sí, sí me acuerdo de ese viaje, hermoso Valdivia en esos año... increíble, recuerdo aquellos paisajes. Pero usted, ¿cómo se llama usted? Acaso ¿fue con usted que hice ese viaje?
-Oscar, Oscar Concha ¿no se acuerda?
-Bueno, el tiempo borra algunos recuerdos. Y su novia ¿qué fue de ella?
-Usted lo ha dicho, el tiempo, no sólo se lleva el recuerdo, también otras cosas... éramos jóvenes, quién sabe donde pueda estar hoy, a nuestros años hasta bajo tierra se puede esperar.
-Fue un hermoso viaje aquel, recuerdo que la lluvia nos mojó como dos días seguidos.
-Sí, me gustaría volver a viajar a esas tierras ¿cómo estarán hoy? Ya debe ser una gran ciudad, no como en aquellos tiempos.
-Sí... bueno, ha sido un gusto, debo bajar en este paradero- se apoyó en su bastón y extendió su mano apretando aquella otra dura, callosa y de gruesas uñas.
Dio la vuelta para salir de la micro dejando ver a los demás pasajeros el recuerdo de una gran mancha que cubría su mejilla. La micro reanudó la marcha, el viejo miró el paisaje frío de las calles con un gesto de alegría angustiosa de quien ve la vida pasar frente a sus ojos. Seis cuadras más allá lo vi bajar con su caminar tembleque.
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