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Una visita esperada.

Estaba sentado frente a mí, lo miré de reojo pero no me atreví a decirle, de todas formas de nada habría servido tratar de persuadirlo, la decisión ya estaba tomada. Además, cómo decirle que no lo hiciera, que no se fuera, que podríamos irnos en ese momento mismo a cualquier lugar donde nunca lo encontraría. Pero no, ya había hablado con ella y esta noche la iba a esperar porque nada más le quedaba por hacer aquí con nosotros.

-En la tarde cuando caía el sol la sentí - me dijo- andaba rondando el pueblo, buscando a quien poder llevarse, pero nadie en este pueblo estaba disponible, entonces me pregunté ¿y por qué no? ¿Que más me queda?, no le debo nada a nadie ni nadie me debe, ni siquiera el cariño. Entonces fue cuando la llamé. Le dije clarito, sin titubear, que la esperaría esta noche, me sonrió y se fue y cuando se perdió en mi vista comenzó esta lluvia de mierda que aun no ha parado.

Parecía ansioso, a cada momento se levantaba de su asiento para pararse enfrente de la ventana por un buen rato, agudizaba el ojo para poder ver a través de la noche y la lluvia que caía espantosamente, luego se volvía a sentar, tomaba la escopeta de sobre la mesa para volver a limpiarla con un trapo negro mientras me decía una y otra ves.
-Es raro ya debería estar aquí, anocheció hace rato ya. Yo le dije clarito que esta noche, ¿me habrá escuchado mal?

Volvió a dejar su arma donde estaba, tomó una botella de vino y rebasó dos cañas, me dio una y la otra se la tomó de un sólo trago, golpeó la mesa con el vaso y con la manga se limpió la boca. Nunca había visto a una persona con tantas ganas de partir. Yo ya sabía de sus intenciones de hace mucho tiempo, había momentos en que hasta le encontraba la razón y me daban ganas de partir con él pero el miedo me retenía en esta tierra, él ya le había ganado al miedo, no era que no lo tuviera, al contrario, se le notaba en algunos momentos pero lo lograba tapar con el rostro serio y una fuerte armadura impenetrable.

De pronto comenzó a tiritar, yo tomé la botella y le serví otra caña de vino. –Toma con esto se te quitará el frío-. Un cargo de conciencia me derrumbó como el frío falso lo derrumbaba a él. Yo sabía que no era el frío el que lo hacía tiritar pero un impulso cínico de querer ayudarlo me motivó a decirle eso. El cansancio de su cuerpo me apretaba el pecho y la idea de ayudarlo a volver a colocarse la armadura me envenenaba. Pensé mejor en no ayudarlo, ese momento de debilidad era justo el que estaba esperando para persuadirlo.

-No hay forma de echar pie atrás- me dice sin antes yo poder hablar- ya la he llamado y si no me encuentra me buscará, además estoy cansado, quiero irme, los días son amargos y las noches oscuras. Este miedo es lo mejor que me ha pasado en años... estoy cansado.

Fue en ese momento cuando terminé de comprender su ansiedad y ya no pensaba en tratar de convencerlo, acabé de ayudarlo con su armadura ya no tan gruesa y dura como antes, lo tomé de un hombro y le dije. -Pronto, muy pronto, te buscaré en el lugar que estés, romperemos dos copas en el aire y conversaremos de tiempos vividos.

Le di un abrazo, que sabía sería el último, y un viento de esos que sólo corren allá arriba en lo alto de la cordillera atravesó la casa como si de un momento a otro las paredes hubieran desaparecido, el viento heló hasta los huesos.

-Está aquí, ha llegado- dijo estrellando su vaso en el suelo, y los vidrios saltaron por toda la habitación.

Afuera la lluvia continuaba golpeando la tierra sin parar. Se asomó a la ventana y la observó, allí estaba ella al otro lado de la calle, parada sobre sus pies descalzos, tan hermosa que ganas me dieron de irme yo también con ella. Sus ojos eran impenetrables directos a un punto fijo que tomaría para apoderarse de él y no soltarlo por nada de este mundo hasta estar bien segura de que esa carne le perteneciera. El rostro pálido estremecía hasta las hojas de los árboles, la respiración de él empañaba el vidrio y sus ojos estaban clavados en los de ella y los de ella en los de él.

Se dio la vuelta, me miró. –Tengo que irme, ella me espera-. Yo solo asentí con la cabeza. Caminó lentamente hacia la mesa, le dio la última limpiada a su arma, se la colgó al hombro, entró a un cuarto de la casa y al rato después un relámpago cubrió todo el cielo y mi corazón saltó con el estruendo, me asomé a la ventana y la muerte comenzó a desaparecer con un nuevo trofeo entre las manos.

La lluvia cesó, me tomé un último trago de vino y lo arrojé con fuerza al suelo pero mi vaso no se quebró.

Texto agregado el 10-06-2003, y leído por 172 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
21-12-2004 buen cuento. Seguramente habìa algunas estrellas esa noche... rosarrios
30-07-2003 Interesante y mistico tu relato, escribes de maravilla.Besitos Aire
 
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