El último sueño.
El viejo se levanta de su sillón tras haber escuchado el llamado de su mujer avisándole que la comida está servida en la mesa. Apoya sus desgastadas manos encima del sillón y se impulsa con gran esfuerzo para despegar su cuerpo adherido al asiento y logra estabilizar sus pies en el suelo, sale de la habitación y cruza el largo pasillo que conduce al comedor, camina pensando en qué sería lo que comería este día. A menudo que se va acercando a la cocina escucha el murmullo de su mujer que habla sola. La mujer sale de la cocina, coloca dos platos de cazuela sobre la mesa y se sienta para acompañarlo en la comida. El viejo levanta la vista, observa el rostro de su mujer que se echaba cucharadas a la boca, aquel rostro que venía observando todos los días hace más de sesenta años y que todos los días algo nuevo encontraba en él, una arruga, una sonrisa, una cana. Los dos comían sin decirse una palabra, ni cruzarse una mirada. Mientras se echaba cucharadas a la boca se le comenzaron a pasar los fugaces recuerdos por la mente, aquellos acontecimientos de su larga vida. Con la mirada fija en el centro de la mesa en algunos casos sonreía, en otros endurecía el rostro.
-¿Qué piensas?- le pregunta a él.
-Nada.
Nuevamente el silencio, mas los recuerdos ya se habían esfumado. Termina de comer, ella se levanta toma los dos platos y desaparece sin decir palabra.
Se retira de la mesa, recoge el diario del lugar en que todos los días lo encontraba bien doblado a un costado de la mesita de la sala. Toma los lentes y sale al patio trasero para sentarse en el banco debajo del palto. El clima era agradable, la lluvia había mojado la hierba durante dos días seguidos y el sol de este día secó, pero el olor a tierra húmeda aun era fuerte y agradable. Se coloca los lentes, echa un vistaza a la portada del diario, fútbol, violación, asalto y un policía muerto. Respira profundo y abre el diario por la mitad y comienza a leer. No hay calor ni frió, la brisa fresca acaricia su rostro y flamea su camisa blanca, los pajarillos cantan a su alrededor, las hojas suenan al son del viento de un lado a otro, es una música regocijadora y de a poco el viejo se va acomodando. Los ojos comienzan a cansarse y se cierran con facilidad. Cierra el diario mirando al cielo de un celeste infinito, vuelve a respirar profundo y suelta el aire lentamente. Piensa en hacer un resumen de las noticias, pero no se acuerda, ¿había leído? Sí, desde el principio hasta el final, mas no retuvo nada, leía por inercia, sus sentidos ya no estaban aquí. Sin impresionarle tal cosa se levanta y se dirige a su habitación para hacer la siesta. Se saca la ropa, corre las cortinas para quedar a oscuras y se recuesta a un costado de su esposa que ya dormía profundamente, y de seguro, ni una marcha militar la despertaría. Tumbado sobre la cama con los ojos abiertos mirando el techo blanco sin ni una sola mancha. Poco a poco el techo se comienza a oscurecer, la vista a nublar.
En el bar de su compadre se toma una caña de vino de un sólo trago y luego sale a la calle, camina un buen rato desorbitado como si olvidase quien es, donde está, el barrio en el que había vivido toda su vida se le hacía extraño ni siquiera podía reconocer los lugares, de pronto dobla una esquina y reconoce su casa, extrañado por lo sucedido trata de entrar pero la puerta no abre, sin pensarlo se da la vuelta y entra por la puerta trasera, allí estaban el palto y su banco, dentro de la casa muebles y pisos estaban sucios. Ya medio asustado llama a su esposa pero nadie responde. De pronto cae en un agujero del piso que no debería estar allí. Mientras caía se decía a sí mismo, nunca debí de haber salido del bar de mi compadre. La caída no habrá durado más de un segundo pero pareció haber sido, por lo menos, medio minuto. El viejo cae boca abajo y con los brazos cruzados bajo el pecho, por cansancio le era muy forzoso levantarse y prefirió quedarse en el suelo, después de todo esa posición era bastante cómoda. En ese momento una fuerza comienza a deslizarlo a unos cinco centímetros del suelo y en la misma posición, la sensación de volar era agradable pero de pronto escucha a lo lejos una risa de niño que jugaba con una pelota de plástico, la risa se acerca cada ves más y el viejo sigue deslizándose como una culebra en el mar.
En ese momento un vértigo espantoso recorre su espalda, sigue deslizándose sin detenerse, el niño salta sobre su espalda y nuevamente el vértigo, bota la pelota y el golpe del vacío en la pelota retumba en sus oídos, el niño salta y sigue zigzagueando por encima de su espalda, vértigo, la pelota bota, truena en sus oídos. Al principio asustaba, luego agradaba esa sensación de volar, vértigo, trueno. El niño, ¿quién es? Parece familiar, pero, quien será. Su risa, su pelota recuerda tiempos remotos.
El viejo quiere detener el viaje, pero la duda y la incertidumbre de querer saber quien es el niño lo obligan a seguir adelante, está oscuro, mas se puede ver a una mujer que llama al niño pero no se le escucha. Deja de saltar sobre el viejo, tira la pelota lejos, el trueno se pierde poco a poco hasta desaparecer, silencio. El niño se va, el viejo sigue ya no puede detener el viaje. En ese momento el olor, lo reconoce,...¡madre!...
Salta sobre la cama con una energía que no la veía en él desde que tenía veinte años y tan sólo era un muchacho. Su esposa ya no está en la cama, corre en busca de ella para contarle el extraño sueño.
La ve sentada en el sillón de la sala, vestía de negro y una lágrima que cae lentamente para golpear el suelo tan fuerte que el viejo siente que se le reventaban los tímpanos.
Se sienta a su lado, la mira por última ves; una lágrima, una sonrisa tierna y se va.
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