No se muy bien cómo, pero lo cierto es que el querer mantener las apariencias me ha llevado siempre a maltraer. Si no hubiera sido porque soy un artista y porque han herido mi orgullo no habría pasado nada. Por eso y porque he elogiado a Tamariz, y claro, ellos no lo entienden y te dicen que si hacer un truco con ases y reinas no tiene mérito, que si coge una carta que te la adivino, que si eso se hace con baraja trucada, que si esto o si lo otro. Pero ellos no lo entienden, prefieren al sofisticado y pedante de Copperfield y sus hermosas bailarinas que desaparecen y reaparecen entre el público en un suspiro. No, no lo entienden, y por eso les he plantado cara, por eso y porque el gran Juanito nos estaba mirando, porque la ayudante de aquel otro mago francés está como un queso y porque si salgo de ésta posiblemente podré invitarla a cenar. En realidad no he mentido, porque recuerdo que llegué a tener entre mis manos alguno de los libros en los que se explicaba cómo se evadía Houdini, aunque reconozco que nunca llegué a detenerme en los detalles. He aceptado el reto por eso, y porque no consiento que despectivamente nos llamen carteros a los que hacemos magia con los naipes. Ellos hacen un truco de cartas y yo a cambio me piro, vamos, que me escapo de ésta urna llena de agua perfectamente sellada, me piro a pesar de las cadenas, de los candados y de que llevo cerca de dos minutos conteniendo la respiración, aunque nadie me haya dicho dónde están las ganzúas, la puerta secreta y si la ayudante del mago francés me va a venir a sacar antes de que la cosa se ponga fea de verdad.
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