Dime qué se hace cuando los recuerdos parecen tener vida propia y se cuelan en el alma como un viento endemoniado. Qué se hace cuando miras a alguien y parece que el tiempo se detuviera en el encuentro pupilar que precede al hola, cómo has estado, tanto tiempo, y entonces los jugos gástricos queman más que nunca y quisieras decirle que te dé la mano, como antes y caminar sin rencor y sin culpa hacia el abrazo que siempre supiste que había quedado pendiente pero lo aplazaste, claro, como tu vida, siempre un segundo detrás de los hechos, con la corbata agitada por el viento y la ansiedad y por esa mujer, ahora más mujer, que sabes, que intuyes aún propia, aún luz de farol, como si alguien se hubiese apiadado de tu tedio y te pusiera a saltar sobre moras con los pies descalzos y una sonrisa de ángel colgando de la comisura de los labios, esos labios polvorientos de palabras mal utilizadas y adjetivos que nunca entendiste bien, tal como te sientes ahora, incomprendidamente enamorado de ella, que luego de algunos minutos te vuelve a poner en la triste realidad al sacar el boleto de metro de su bolso improvisado, preguntar por cuál escalera debe descender y besar tu mejilla con un adiós que registra, a modo de sombra impertinente, un entrañable ojalá nos volvamos a ver......
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