La playa reclamaba atención. Así que hizo todo lo que pudo, meciendo las olas con cadencias suaves y poderosas. Con un sonido de mar, que bien podía haber sido rugido, o quizás un ronroneo.
Todo lo necesario para poder acunar aquella botella, y depositarla plácidamente en la arena.
Al fin y al cabo era una playa mensajera. Su única misión era lanzar y recibir todas las botellas, con todos los mensajes. Sin hacer preguntas. Solo conocía el punto de partida , pero nunca el de llegada. Sería elegido al azar.
Todas las playas mensajeras se sentían orgullosas de serlo, y cumplían su cometido a la perfección. Una autentica maraña de costas y ensenadas, de kilómetros de dunas salpicadas por el océano, capaces de catapultar mensajes secretos, de amor, y de auxilio, interconectadas entre sí, de un extremo a otro del planeta. Miles de botellas en tránsito. Todas, siempre llegarían a un destino.
Por eso aquella tarde, la playa no esperaba caricias, ni manos moldeando sus orillas en forma de castillos y fortalezas. No esperaba sonrisas de Domingo, de niños correteando , o enamorados jurándose amores eternos .
La playa reclamaba atención, así que hizo todo lo que pudo. Depositó la botella junto a un perro que jugueteaba con su dueña, y se aseguró de que la entrega fuera perfecta.
Al fin y al cabo , era una playa mensajera.
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