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El ayudante del ilusionista tenía todo controlado, los pañuelos de seda y la iluminación ajustada milimétricamente. Nada podía fallar y en el momento en el que se abrió el telón y la música empezó a sonar, los mil magos que presenciaban el espectáculo rugieron ansiosos.
El ilusionista apareció en lo alto y se lanzó al centro del escenario rodeado de bailarinas entre la exclamación inicial. A cada golpe de música le sucedía uno de luz, tal y como se había ensayado. Un giro en el aire a uno de los aparatos y se subió a lo alto, desafiando con la mirada al público y esperando el movimiento escénico indicado. Los segundos que pasaron entre que detectó que algo extraño pasaba y que tuviera que empezar a improvisar una nueva coreografía resultaron ser una eternidad para todos los miembros del equipo menos para uno: el asistente vagaba por el escenario con la mirada perdida y una de las piezas del aparato en las manos, queriendo buscar algo que no le correspondía encontrar. El grito de una de las bailarinas le despertó del trance y pudieron terminar el espectáculo no sin problemas para alcanzar el tiempo adecuado de ejecución. No obstante los asistentes aplaudieron.
Cuando el telón se cerró y la zona de backstage quedó iluminada, el ayudante del ilusionista se limitó a balbucear una disculpa y se desplomó sobre el gran baúl. Para entonces , ya había recuperado la mirada.
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Texto agregado el 27-10-2004, y leído por 150
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