Hoy estaba tan seductor como siempre, con ese aire a chico grande que me vuelve loca.
Me miró, me sonrió y con el apuro dejó el saco hecho un bollo. Me tomó de la mano, sin preámbulos, sin palabras. Al minuto estabamos en la cama, yo metida en su perfume y entre sus piernas, él perdido en mis pechos y mis desbordes.
Nunca tuve un amante como él, tan apasionado, tan libre y tan osado.
Los minutos se hicieron horas en mi cuarto, en el trabajo de desbaratarnos el cuerpo y recorrernos, elevándonos hasta el éxtasis, cayendo hasta los confines mismos de la perversidad y vuelta a subir con la furia de nuestros corazones desbocados, hasta abandonarnos con el cansancio en la piel, en los poros, en las entrañas.
Nuestro sexo siempre fue así de bueno. Logró de mí el frenesí de una amante madura y la inocencia de una adolescente. Por sus labios, por su esencia, por su piel, me entregue seducida de pies a cabeza, inescrupulosa y libre.
Se vistió como siempre, apurado, jugando con las palabras y con mi pelo. No le importó no encontrar una media y ponerse la camisa arrugada, se calzó como si fuera moda eso de lucir un pie desnudo.
Todo en él era de una ingenua seducción, como en una comedia de enredos.
Me besó haciéndome única con una sonrisa de cara entera como no he visto más.
Después me dijo –nos vemos esta noche- y desapareció seguro, dominado, fuerte.
Yo me quedé mirando el techo, oliendo a su cuerpo y deseándolo nuevamente.
La noche llegó de inmediato, como pasa siempre, y sin darme cuenta estaba vestida, peinada y perfumada: lista.
Cuando el auto vino a buscarme sentí un nudo en la garganta. El moño blanco, las flores, estaba nerviosa. Me temblaban las piernas. Baje como pude, la iglesia estaba repleta y en mi apuro solo ví un rostro conocido, un páramo para dejarme ser. Estaba elegante, sexi, tan hermoso como siempre, parado junto al altar.
Apresuré el paso para llegar a su lado, ansiosa como una principiante en menesteres complejos.
Sus palabras fueron la paz –estas divina, sos las mas linda del mundo.
Yo le respondí –no hay novio más buen mozo que vos... -jugando con su media como si fuera un pañuelo.
Nos reímos como chicos, fuera de protocolo, fuera de lugar, fuera de todo.
En un segundo comenzó la ceremonia, el órgano tronó con la marcha nupcial e impecable y blanca entró la novia. Todas las miradas se concentraron en ella.
Yo lo miraba a él. Sus ojos no brillaban. Yo era, del cortejo, la más radiante del mundo.
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