En llamas,
el alma indomable.
Calcinados los recuerdos.
Desviado el curso normal de la existencia.
Y este aire póstumo,
que tanta me acomoda.
Y estos señores vestidos de negro
que comentan algo en voz baja.
Abro la boca
y me atraganto con silencios fallidos.
Abro los ojos
y la luz la mañana me los vuelve a cerrar.
Todo ha terminado.
Me convenzo.
Estoy muerto y para siempre.
Comienza a atardecer.
Ojalá se apiade alguien
y cubra mis extremidades inertes
con un padre nuestro abrigador.
(Que en paz descanse)
Texto agregado el 27-10-2004, y leído por 122
visitantes. (1 voto)
Lectores Opinan
06-01-2005
me gusta mucho. no es cuestion de asumir simplemente las cosas como se nos presentan. tal vez habia mas. sabrina
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