Iba yo pasando por el Palacio de la Moneda anteayer no más, les juro que no les miento y en eso aparece un señor que me resultó cara conocida y que miraba para todos lados como si estuviese buscando a alguien. En una de esas, sus ojos se posaron en mí, se quedó meditando al parecer y casi al instante me apuntó con su dedo índice y recién allí caí en la cuenta que me encontraba delante del mismísimo presidente de la república. Casi me desmayo, por la sorpresa de encontrarme a boca de jarro con tan importante personaje y por el hecho que se estaba dirigiendo a mi.
-Espérese un poquito por favor- me dijo con esa voz pausada y profunda que tantas veces había escuchado en la tele.
-¿Me...dice…a…mí?-pregunté, dudando aún y pensando que tal vez el presidente sufriera un tipo de estrabismo y queriendo apuntarle a algún otro, atinase con mi modesta persona.
-Si a usted, señor…-Se quedó expectante para que yo terminara su frase.
-Retamales, Hermenegildo Retamales para servirle, su excelencia.
-Encantado de conocerlo, señor. Venga para acá, por favor.
Me tomó de un hombro y caminamos un breve trecho antes de subir a un lujoso automóvil. Ya sentados en el asiento trasero, el presidente le hizo una seña al chofer para que se encaminara no se a donde.
-El motivo de este encuentro es por lo siguiente- me dijo luego de carraspear. –Usted sabrá que nuestro país ha logrado posicionarse en América como una de las economías más solidas.
-Si, lo se. Siempre veo las noticias. Oiga, usted es más delgado que como se ve en la tele.
- Si. Eso se debe a que la televisión todo lo aumenta. El otro día llamé a todos los ministros para dictar algunas pautas y un canal dijo que era consejo de estado.
-Que exagerados- respondí por decir algo, apabullado todavía por el hecho de encontrarme sentado al lado de un personaje de tanta envergadura.
-Bueno. Vamos al grano- dijo luego con esa voz tan particular suya. El asunto por el cual usted está acá, es el siguiente. Como usted se habrá informado en las noticias, mañana tengo que asistir a una importante reunión con el Presidente de Tasmania y es muy probable que en esa reunión se firmen importantes acuerdos comerciales.
-Ya. ¿Y yo que tengo que hacer allí?
-Bueno, el asunto es que, no es que se me haya ocurrido, lo que pasa es que, ¿Cómo se lo digo?- me extrañó tanto titubeo en alguien que está acostumbrado a barajarse con verdaderas agujas en esto de los discursos. Me empecé a preocupar. ¿Qué intrincada misión me sería encomendada por este señor que, confieso, muy presidente de todos los chilenos será, pero mis deberes y derechos como ciudadano común y corriente están claramente establecidos en la Constitución de la República.
-Dígame lo que sea, presidente. Mi deber como chileno es estar al servicio de mi patria. Mentí por supuesto y dije algo políticamente correcto. El asunto es que mis palabras envalentonaron al mandatario, quien con su voz tan potente y segura me dijo:
-Señor ¿Retamales me dijo que se llamaba? ¿No? La misión que le encomendaré, ¡que digo! El favor que le quiero pedir es que mañana usted me acompañe.
-Con todo gusto presidente…
-No he terminado, perdone usted. Carraspeó una vez más.
-Mi corazón latía desenfrenadamente. ¿Por qué se demoraba tanto en darme una orden que la obedecería ciegamente. Me sentí una especie de James Bond criollo, incluso ensayé la clásica estampa del célebre espía cuando aparece de medio perfil, soplando su pistola. Bajé de un costalazo a la terrenal realidad cuando escuché la voz del presidente Lagos, cortante, precisa.
-Quiero que mañana sea usted mi esposa.
-¿Queeeeeeeeeeeeee?- exclamé sin estar seguro de haber escuchado bien.
-Repito y aclaro. Quiero que mañana usted me acompañe a esa importante reunión, disfrazado como mi gentil esposa.
-Enrojecí, luego mi rostro empalideció para después amoratarse por completo. ¿Quuueeeeeeeeeeee?- pregunté una vez más, choqueado por la petición.
-Vamos, no se ponga usted así. Lo que yo le estoy solicitando es un favor muy especial pero de el depende que el acuerdo se concrete.
-¿Cómo me puede usted pedir eso, presidente? ¡Pídame que me disfrace como el ministro del interior, como su edecán, como su perro, si es preciso, pero por favor, no me pida que yo haga el ridículo vistiéndome como su señora!
-He recurrido a usted- aquí su voz se tornó solemne, como cuando lee esos discursos del primero de mayo –He recurrido a usted, repito, porque la situación así lo amerita ya que en Tasmania existe un dicho que más que dicho es ley: Si tienes que firmar un acuerdo, tu esposa es parte de ese acuerdo. Pero se produce la engorrosa circunstancia que mi esposa no va a poder asistir ya que se encuentra postrada en cama con una gripe muy contagiosa. Eso implica decir adiós a dicha negociación.
-Pero entonces que vaya su hermana con usted, ella debe parecérsele más que yo.
-Perdone que lo contradiga señor ¿Retamales? pero a usted lo miré y me dije de inmediato: este es el doble perfecto de mi mujer. ¡Si no he visto a cristiano más parecido en toda mi vida!
Aquí, el presidente sofocó una risotada pero, diplomático el hombre, la disimuló como pudo. Yo lo miraba sin atinar a responder. Me contemplé de reojo en el espejo del auto y claro, algo tengo de parecido con la primera dama pero debe ser un ligero aire, un matiz, que se yo. Pero que me recondenaran si yo me iba a tener que disfrazar de mujer.
Aquí volvió a hablar el presidente -El pago será al contado. ¿Le parecen veinticinco millones?
Bueno, uno tiene sus convicciones, su moral, no es llegar y decir que sí a todo lo que le pidan. Pero no es del todo molesto usar taco alto y bueno, el maquillaje molesta un poco al principio pero después uno se acostumbra. Además que está la patria de por medio, los acuerdos, el libre comercio y el posicionamiento que ha logrado mi país en el concierto latinoamericano…
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