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No es difícil llegar hasta esta parte de la viga, a más de 30 mts. de altura. No es difícil arrojarse al vacío para sentir el viento y -quizás- mirar cómo pasan las cosas, las sensaciones, la vida envuelta en imágenes agolpadas sobre el recuerdo. Lo difícil es encontrar el detonante que presione la emocionalidad, que sea el acicate de la agitación y la desesperanza; ¡lo difícil es la minucia que lo enerve a uno!; aún cuando sé que poseo más de una veintena de grandes justificaciones que bien podrían considerarse como detonantes comunes y, por los cuales, ya muchos otros se han arrojado.

Sé que es inapropiado asesinarse de esta forma; que, en último caso, parece hasta de mal gusto. Aunque sé, por otro lado, que siempre he sido un incansable fanático de las alturas; porque sabía, que si resbalaba, podía llegar a morir en un sólo golpe. Y aún así, lo circunstancial nunca me ayudó.

Sé, por otro lado, que es una infantilidad revisar y evaluar mi vida desde este punto donde se vuelve seductoramente fácil encontrarlo todo malo y arrojarse. Pero mi intención no es ésa. Mis frustraciones colindan, incluso, con todas las ocasiones en que mis intentos no dieron resultados. A la gente normal se le ocurre cotidianamente que esto del suicidio es de lo más fácil que existe. Ellos no cargaron con esta ansiedad de desear la muerte, con esta enfermedad de pedirla, de buscarla y no encontrarla más que en el vivir diario; por eso no lo he logrado hasta ahora, por el orgasmo continuo de morir la vida todos los días y a cada rato.

Pero lo que busco ahora es el detonante y sé que no ha sido rebuscado saberse incompetente hasta en esta disciplina, yo! que podría dar clases a cualquier psicólogo o sociólogo entendido en el tema, yo! que hasta podría instalar un guía 700 para servicio telefónico de suicidas, yo! que si escribiese mis memorias -”Los mil modos de saborear una muerte”- bien podría vender algunos miles de ejemplares con un buen respaldo de Planeta.

El detonante, se dice “es algo brusco, repentino; un ultimátum que empuja a los suicidas al abismo de un callejón del cual sólo es posible escapar en un ataúd...” el detonante, falacia de explicaciones; los callejones son lugares inmersos en un tumulto de murmullos que te encierran a su vez, en un espacio más denigrante todavía. Los suicidas, morimos humillados por los otros-iguales que nos enjuician sometiéndonos a una nueva forma de muerte de la que es más imposible escabullirse aún. El detonante, contrario a las creencias, es una minucia, una delicadez del medio sobre nuestros rostros y yo no escapo a la excepción, yo me avergüenzo más que todo de nuestra incapacidad y naturaleza, de este virus que nos carcome y por eso termino y por eso me arrojo...

Texto agregado el 26-10-2004, y leído por 1408 visitantes. (0 votos)


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