Y me quedé mirando tu semblante en la distancia como una hoja más arrebatada entre las ramas, inerte, paralizada en este amor que se iba borrando con el viento. Como una sombra te filtrabas en los senderos que absorbían el alejamiento, bajo una arboleda tejida con nuestros mismos cuerpos otrora. Me detuve en la glorieta, empapada por el llanto, sin dejar de registrar tu vida ante un colchón de flores mustias. Luego los pasos de los pasos distanciando este deseo, la ciudad tragando el bosquejo de tu piel en una incertidumbre de lamentos, las calles desafiando tanto amor arrojado a los canteros. Entonces me volví a perder en ese hilo conductor de huellas cubierto por la tierra, como una flama ardiendo hasta el umbral de tu recuerdo. Después, el mundo sumergió su eternidad dentro de mi vida en un aleteo furioso que nunca más volvió a volar.

Ana Cecilia.