Cuando Róbinson se encadenó a las puertas del ministerio de interior todavía olía a mar; en su pancarta se podía leer: "Echen a ese tipo estirado que se presentó en mi isla con las obras completas de Borges, siete cajas de Vega Sicilia del 70 y un rascador de espalda hipoalergénico."
Conocía desde niño a Róbinson y al ver la noticia en televisión busqué la edición ilustrada. Las páginas estaban amarillas, pero a mi Róbinson no le colgaban carnes extrañas, la lucha brillaba en sus ojos y tenía los harapos recién estrenados.
Al tipo trajeado del Vega Sicilia también lo conocía, no en particular, pero sí en general: subdirector del BBV, se casó con la chica más guapa de su clase y ella le correspondió con dos bebés. Lástima que las dos fueran niñas. Hacen el amor sólo cuando sus hijas salen a emborracharse. Dentro de dos años terminarán de pagar la hipoteca del dúplex y si le preguntas qué se llevaría a una isla desierta, pues...
Decidí ayudar a mi amigo de la infancia. Lo primero cambiar ese estúpido eslogan, es muy largo y la gente no tiene tiempo de leer.

- ¿Qué te parece este? La isla es mía, fuera la porquería ¡Claro que mejor! Y ahora mismo traigo una mesita de campo y me pongo a recoger firmas. Hay que elegir un color para el lazo; esto sí que es difícil, ya casi todos están cogidos ¡Verde Soraya! Estupendo. Mañana tenemos que ir a un programa de televisión y luego...
Entonces Róbinson levantó la cabeza por primera vez desde que yo estaba allí dándole la monserga y con los ojos cerrados y la voz vencida dijo:
- Déjame en paz, por favor. Sólo quiero que te vayas de mi isla.