Rodolfo, con la cabeza apoyada en una de las aletitas delanteras, asistía, meditabundo, a un magnífico espectáculo: frente a él, en las praderas que se formaban donde moría la laguna, corría un majestuoso caballo de castañas crines, piel dorada como el sol y fuertes músculos, que asomaban bajo una fibrosa constitución. Corría mientras el viento arremolinaba su pelo alrededor de su rostro y entre sus ojos, hecho, que acrecentaba lo salvaje y espectacular de la escena.
El pececillo, por su parte, movía su colita al ritmo de las patas del caballo mientras repetía para sí (o al menos eso pensaba, porque al parecer sus pensamientos estaban siendo verbalizados inconscientemente) “quiero ser caballo”. -No digas tonterías, hijo- le espetó una voz desde atrás; girando, con el corazón en un puño o mejor, en una aleta, comprobó que era la señora Pato -mira, Rodolfo, cada día te veo al borde de la laguna absolutamente arrobado mirando a ese caballo y quién sabe qué pensamientos se cruzan por tu alocada cabeza; de cualquier modo, pez naciste y pez serás, debes concienciarte de esto-.
-¡Pues no me da la gana! ¡Yo no elegí ser pez! ¿Alguien me consultó? ¡No!. Yo nunca habría elegido semejante estado, ser un ser relucientemente escamado, de ojos saltones y aletas cortas, con flequillo, eso sí, que si algo tiene de original mi especie es que tenemos una mata de pelo justo encima de la frente, pero pez al fin y al cabo; mientras yo no puedo más que moverme torpemente agitando mi frágil cuerpo, ese caballo que me embelesa, pasea, trota y galopa pradera arriba y abajo, jugando con el viento, con el pasto y las flores y bebiendo de cuantas fuentes o ríos le place, además, si algo no le gusta, le resulta extraño o le asusta levanta su cuerpo sobre dos patas para mostrar su disconformidad y, a continuación, girar su musculado cuerpo en un quiebro corriendo en dirección opuesta- decía el pez mientras una lágrima luchaba, a empujones, por bañar su escamada carita.
-Además ¿puedo yo relinchar? ¿Hay algo más gracioso que un relincho? ¿Y qué me dice de esas pezuñas? Eso sí que es un taconeo; yo, cuando quiero protestar en casa porque mi hermano me coge mis cosas o alguien me quita el sitio en el cole, no puedo más que chapotear en vano y digo en vano, porque aletas más cortas que las mías, ni se han visto, ni se verán-.
La señora Pato, viendo cuán desconsolado estaba el chiquillo, intervino –Chiqui, no te des mala vida; mira, en esta laguna hay animales de todo tipo: ranas, sapos, flamencos, patos…cada uno con unas características, tamaño y capacidades distintas; cada ser es especial por lo que es y en esa especialidad está el ser distinto del otro; tienes razón en eso de que no elegimos cómo nacer, nadie nos pregunta y una vez ocurre, nada podemos hacer para cambiarlo, pero piensa que el hecho de nacer y vivir, ya es algo maravilloso, el contemplar como el sol acaricia la cumbre de aquella montaña cada mañana o el propio hecho de ver cómo corretea el caballo. Todos tenemos malos momentos, ocasiones en las que tiraríamos la toalla y nos quitaríamos de enmedio, pero la vida hay que afrontarla como viene, mirarla de frente y sonreír ante ella, sabiendo que cada minuto se vive, se construye algo, dejamos nuestra huella allá por donde pasamos. Cada día es parte de un aprendizaje, de un discurrir y cuando nos lamentamos, no hacemos sino entorpecer o, más bien, parar ese desarrollo ¿entiendes, bicho?-.
La sonriente carita del pez asintió y entusiasmado se lanzó contra la señora Pato, que a causa del impacto, casi se hunde -¡gracias, es usted un sol!- dijo Rodolfo mientras nadaba en dirección a su casa. La señora Pato lo vio marcharse –no, hijo, soy un pato- sentenció mientras, con ojos melancólicos, dirigía su mirada al caballo.
(Para vosotros, pezqueños)
|