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ESPACIO, TIEMPO Y ROCK AND ROLL


Era conocido como Gox, no era su verdadero nombre, pero era suficiente, al público le gustaba así y no pedía más.

Al menos 5 años atrás, cuando las aglomeraciones se peleaban una localidad para poder ver su show.

Los años pasaron muy deprisa y esas aglomeraciones fueron decayendo, el interés también.

— Tienes que renovarte — le dijo el productor.

Gox levantó la cabeza dificultosamente, abatido por esa extraña sustancia color naranja que le habían vendido a un precio altísimo y que ahora, después de muchas horas, aun mantenía su conciencia en un nivel alucinatorio.

— Tu música ya no vende — sentenció el productor —¡mírate cómo estás, esa porquería que tomas te está matando!

Gox trató de hablar pero no pudo, los músculos de la boca no le respondieron y sus labios sólo emitieron una especie de chillido que no alcanzó a convertirse en una palabra.

El productor estaba en el umbral de la habitación. Era alto y flaco, sus ojos eran azulinos y tenía una nariz enorme. Usaba su cabellera colgando hasta el hombro y coloreada con electrónicos tintes fosforescentes.

—El contrato dice que debes grabar un álbum más, solo uno. Relájate, tómate unos meses, medita, compone en lugares apartados.

Gox le cerró un ojo, fue lo único que pudo hacer. El productor se despidió levantando la mano, abrochó su chaqueta hasta el último botón y se marchó cerrando la puerta de un golpe, el cual reflejaba cierta apatía.

Era extraño pero el gusto de las personas cambiaba rápidamente. Hace diez años, sus LP vendían millones de copias por todo el mundo, los contratos atestaban su espacio cibernético, sus canciones eran tarareadas en todas partes. El entusiasmo fue acabándose, la creatividad para componer también. En su mente sabía que ya lo había dado todo. Buscó ayuda en las drogas, sólo consiguió dos o tres canciones que estuvieron dando vuelta una semana. Se desesperó y sacó un álbum nuevo cada seis meses. La gente ni siquiera sabía que esos álbumes existían.

Ya nadie compraba nada. La música electrónica estaba muerta, y Gox continuaba consumiéndose en la droga.

Tenía 24 años y ya no quería tener más. Cierta depresión lo asechaba noche tras noche y obligaba a refugiarse en bares, donde años atrás no habría podido estar sin el acoso de sus fanáticos.

Las luces del "Vieja Ciudad" brillaban de una forma extraña. Los efectos de la droga estaban por fin terminando, pero ahora reemplazados por los del alcohol. Entró pensando que alguien lo reconocería. Caminó y se sentó frente a las botellas de la barra. Nadie le prestó atención, solo el hombre tras el mesón, vestido de naranjo y con el pelo amarado por una cinta brillante.

—¿Qué quieres? —le preguntó el hombre con un tono seco.

—Cualquier cosa.

El hombre de naranjo frunció el ceño.

—No tenemos cualquier cosa. Acá hay tragos fuertes, para hombres, no niños como tú.

Gox sentía nauseas, su cabeza daba vueltas, quería terminar pronto con el estúpido diálogo.

—Dame lo que tú quieras —dijo sin intentar discutir con el cantinero.
El hombre se dio vuelta y movió su cabeza, murmurando se volteó con un vaso con un líquido celeste.

—¡Toma! —dijo golpeando el vaso contra el mesón— espero que tengas cómo pagarlo.

Gox levantó la cara y lo miró a los ojos. El hombre también lo miró.

—¿No sabes quién soy yo?

—No. ¿Y tú sabes quien soy?

Gox levantó el vaso y probó el licor. El hombre de naranjo se alejó a atender otras personas.

Todos conversaban en grupos, las carcajadas resonaban en todos los rincones. Sintió deseos de hablar con alguien. Los ojos se le nublaban, el trago estaba bueno. Pidió otro, se dio vuelta y buscó a la persona indicada, cualquiera que estuviera sola. La encontró en un rincón oscuro. Tomó el trago de un sorbo, pidió otro, canceló y se dirigió hacia allá.

El elegido miraba detenidamente el vaso que tenía sobre la mesa, no se percató que Gox estaba a su lado.

—Hola —le dijo Gox.

El tipo no se movió, Gox se sentó a su lado. Era maduro, tenía unos 50 años y usaba barba. Tenía la apariencia de un artista, un pintor quizás. ¿Sabes quién soy yo? preguntó Gox, sonriendo. El tipo levantó solo los ojos. Parecía borracho, su mirada estaba perdida.

Es Gox, usted es Gox.

Gox sonrió y sintió que el corazón le latía rápido. —¿Cómo me reconoció?

—No lo sé. Me di cuenta que usted es Gox, nada más. Quizás vi su foto en algún lugar... no lo sé.

—¿Y usted quién es?, ¿qué hace?

El tipo levantó la cabeza y sintió que la conversación se pondría agradable. Le gustaba cuando la gente le preguntaba sobre lo que hacía. Tal vez solo le agradaba responderles.

—Mi nombre ya no tiene importancia, no soy nadie, para esta generación no soy nadie. Antes si lo era, una celebridad.

El tipo calló y esperó la segunda pregunta con el vaso a punto de ser tocado por sus labios, pero Gox sólo lo observo atento.

—Antes yo escribía, pero ahora nadie se interesa por leer, prefiere ver antes que leer.

Gox tragó saliva. El problema le sonaba familiar.

—Estamos iguales, amigo, mi música ya no interesa, ninguna música interesa ya.

El tipo tomó el último sorbo de su licor, miró hacia donde estaba el cantinero.

—¿Quieres un trago? —preguntó con los ojos cerrados. El cantinero no esperó respuesta, los dos vasos fueron llenados con un licor fosforescente. El escritor trató de poner voz de intelectual.
—¿Has oído hablar del siglo XX?

—Por supuesto, tengo 24 años, estuve en la escuela hasta hace poco.

—¿Qué te enseñaron?

—Sus hombres, sus disputas, literatura, arte... fue un siglo importante.

El escritor movió la cabeza y trató de impedir que unas lágrimas salieran de sus ojos.

—¿Y qué queda ahora de eso?.. Nada. Han pasado tres siglos y la cultura se ha perdido. Es una triste realidad.

Gox se columpió en la silla.

- Realidad que puede ser cambiada.

El escritor le acercó la cara y movió sus cejas.

—¿Cómo?

—No lo sé... creo que puede ser cambiada contestó Gox, tomando un gran sorbo.

El escritor se tomó la cabeza con las dos manos.

—Cuando era niño —contó con la voz apagada—, supe que mi vida debería estar dedicada a la literatura, quizás fue por eso que tuve la facilidad para editar mis libros. La gente decía: "ése es un niño prodigio, miren cómo escribe, tiene sólo 15 altos, ¿cómo lo hace?". Los libros de un niño prodigio se venden por montones, pero crecí, y ese niño se convirtió en adulto. Mis libros aún se vendían, pero poco, la gente decía ahora: "éste era ese niño prodigio, ¿lo recuerdan?" Yo seguía escribiendo, pero no tenía el éxito que entonces.

El escritor se limpió los ojos y continuó.

—Tardé en darme cuenta de la realidad, la gente sólo compraba mis libros por la novedad, les causaba gracia tener un libro de 1000 hojas escrito por un niño de 15 años. Nadie leía con otras intenciones. En el siglo XX los escritores eran juzgados por su estilo temático, la edad no importaba. La gente compraba libros dependiendo de su gusto personal.

El escritor tomó dos grandes tragos y golpeó el vaso con fuerza sobre la mesa. Gox sintió lástima por sí mismo, pues le pasaba igual cosa.

—Es increíble —agregó Gox—, yo estoy en una situación idéntica. Usted me conoce, soy Gox, el cantante. Hace años mis canciones eran escuchadas en todas partes, ahora no. Hace años existían otros intérpretes, ahora no. La música ha muerto junto con la literatura.

Los efectos del licor afectaban las manos del escritor, con gran nerviosismo tomó el vaso vacío y se lo echó a la boca creyendo que aún quedaba algo.

—Debemos hacer algo —dijo después de un instante.

Gox abrió los ojos y sonrió.

—¿Qué?

El escritor se mordió los labios.

—Me decidí, me has ayudado a decidirme. Nuestros talentos no pueden ser desperdiciados, ¿estás de acuerdo?

—Sí. —Dijo enérgicamente el músico, pero con voz traposa.

—Acompáñame a mi casa, conozco la manera.

Gox lo miró fijo. La cabeza le daba vuelta, observó la gente transitar alocada por el interior del bar. La mayoría estaba ya borracha y algunos pocos dormían sobre sus mesas sabiendo que aquella acción le significaría ser sacados a la fuerza, en cuanto los cantineros se dieran cuenta. El escritor lo miraba sin pestañear.

—¿Cuál manera?

—La manera de volver a ser lo que alguna vez fuimos.

El joven le mostró una sonrisa, siguió observando a los otros borrachos, mas allá habían tres chicas vestidas solo con trajes largos de colores, quizás de plástico, y transparentes. Sus cabelleras eran cortas y sus ojos estaban pintados de blanco.

—Si... ¿pero, cómo lo haremos? -dijo mientras veía como las chicas vaciaban sus vasos de un solo trago.

El escritor se echó para atrás, preparado para lo que iba a decir.

—Sé cómo viajar por el tiempo.

Gox lo miró con tranquilidad. La sonrisa que esperaba en el rostro del escritor no apareció. Esa era una muy buena broma, le agradaba aquel hombre, era simpático y compartía sus ideas.

—¿No me crees? —dijo el escritor con cara de decepción.

—Viajar por el tiempo... ¿cómo lo hará?

El escritor mostró un gesto entusiasta abriendo sus manos en m brusco movimiento que solo logró botar al suelo su vaso y que este rodara hasta la próxima mesa.

—Con una máquina, una cápsula que hace que las curvas espacio-tiempo puedan ser manipuladas a mi antojo. Hace 20 años que dedico mi vida a ella. Ya está terminada... lo hice el mes pasado.

El alcohol invadía la cabeza de Gox con mucho mas fuerza; ahora las voces de la multitud le recordaban esas noches en que era una estrella de la música.

—¿Y qué se supone que haremos con la maquina? ¿Nos haremos famosos?

—No. El éxito comercial de la maquina no me interesa. Por mi parte pretendo ir al siglo XX y quedarme allá. Mis libros allí serán leídos, tengo muchas ideas para escribir, muchas...

Gox suspiró. Su cuerpo estaba a punto de perder el control y caer desplomado, sintió que estaba ya muy borracho, y que la mezcla del alcohol con los psicotrópicos sería una experiencia que jamás repetiría.

—¿Y yo? —preguntó tocándose el pecho.

—Tú puedes ir donde quieras, donde pienses que tu música será escuchada. A cualquier época del siglo XX.

El escritor se levantó, moviéndose de un lado a otro. Un cantinero llegó como por arte de magia y recibió el billete de su mano.

Gox lo siguió. Las personas aparecían y desaparecían ante sus ojos. Todo era confusión.

—¡Amigo! —le gritó Gox—, ¡al menos dígame su nombre!

El escritor se dio vuelta dispuesto a decirlo, pero se contuvo. Pensó en algo que siempre quiso hacer, algo que mostrara la ignorancia de la gente del siglo XXIII.

—Mi nombre es Isaac Asimov.

Gox le estrechó la mano, en realidad era un tipo simpático. Sintió curiosidad por el supuesto invento, aunque sabía que el viaje en el tiempo era imposible, sintió ganas de conocer la maquina que el escritor decía tener. Tal vez, pensó mientras le soltaba la mano, era una cápsula que intentaba viajar por el tiempo, pero que no lo lograría.

—Pues bien, Isaac, te agradezco tu ayuda. —El escritor le sonrió y lo invito con un gesto a seguirlo hasta su casa.

II

La casa del escritor era desordenada. Cables en el suelo, circuitos, herramientas, piezas electrónicas, papeles, planos, pantallas de ordenadores encendidas y mas allá una maquina, una cápsula, como un ascensor.

—Ésta es —dijo el escritor indicándola.

Gox se acercó y la tocó. Era hermosa, las puertas estaban abiertas y la iluminación de su interior era de un azul muy profundo. Entro y sus dedos se deslizaron por las paredes y un panel con botones indescifrables.

—¡No toques nada!, el funcionamiento es muy complejo —advirtió el escritor.

—¿Esta lista?

—Sí.

El escritor se dirigió a un viejo armario ubicado en la misma habitación y extrajo una maleta muy grande.

—¿Qué llevas ahí, Isaac?

—Libros, todas mis escritos inéditos, más los apuntes de los próximos. Todo esta aquí. Iré con ésta al siglo XX.

Gox trataba desesperadamente de quedarse erguido, el licor lo había vencido.

—¿A qué año? -preguntó bostezando.

—1960, cuando la ciencia ficción era ya muy cotizada.

Gox se tocó la nariz, y frunció sus cejas. Quiso preguntarle qué diablos era la ciencia ficción, pero se arrepintió. En vez de eso preguntó:

—¿Cómo lo haremos?

—Subiremos a la cabina, programaremos el destino, las coordenadas en años y listo. La cabina llegara y desaparecerá, nadie sabrá jamás que alguna vez existió.

Gox se refregó los ojos y, por primera vez, analizó la situación. Al parecer, el escritor hablaba muy en serio. Si era una broma, había llegado ya muy lejos.

—¿Y no podremos volver más?

No. El viaje solo es de ida. La cabina estará suspendida en el siglo XX, si tú vas te quedas allá.

Gox miró la puerta de casa, dispuesto a marcharse. El escritor lo miró fijo.

—¿Tienes miedo?

No contestó, dándole la espalda.

—¿Quieres volver a hacer música?, ¿quieres que te pidan más?

—Por supuesto —contestó Gox, dándose la vuelta. El escritor se le acercó sonriendo. Le dio un golpe en la espalda.

—Ven conmigo —dijo— y verás que la música allá aún existe.

—¡Está bien, hagámoslo Isaac!

Sin perder tiempo, el escritor pulsó unos comandos, las puertas se abrieron aun más con un sonido suave, casi perfecto.

El escritor levantó la maleta y entró. —Ven, entra.

Gox entró, murmurando, arrepintiéndose y felicitándose al mismo tiempo.

Las puertas se cerraron de inmediato y todo se veía ahora con aquel tono azul. Un suave sonido intermitente indicaba que algo comenzaba a funcionar y una pantalla pequeña mostraba una cantidad de cuatro dígitos.

El escritor se acercó a esa pantalla. Pulsó los números y se iluminaron.

—Este es el año a donde quiero ir.

La pantalla indicaba 1960 y los números ahora palpitaban, como queriendo escapar.

—¿Y yo?

El escritor sonrió.

—Tranquilo, la cabina se detendrá en 1960, después en el año que tú elijas. ¿Qué año quieres?

Gox movió la cabeza, ¿quién lo había mandado a meterse a ese bar?

—No importa Isaac. También quiero ir a 1960.

—Buen año, buena elección.

El escritor pulsó un botón rojo. La cabina vibró. Y sus oídos se taparon por unos instantes. Solo fueron segundos, la vibración cesó poco a poco.

Las puertas se abrieron.


III

Gox había cambiado su nombre. Fue absolutamente necesario pata adaptarse al medio del Siglo XX. Se llamaba ahora, Michael Kelland.
En los dos años que había vivido en ese siglo, vio muchos títulos de Isaac Asimov en los escaparates de las librerías, y se alegraba por el escritor, su suerte era envidiable. Desde que habían llegado no lo había visto más. Sólo su nombre estaba presente, escrito en los libros o en algún periódico.

Gox también estaba feliz por sí mismo.

La música de los 1960's era increíble, magnífica, no tenía palabras para describirla. Las guitarras sonaban reales, potentes. El sonido de los amplificadores análogos era grandioso.

Tenía un grupo, era el cantante, lo había formado meses atrás. Después que por fin había logrado derrocar al vocalista original, Mick. El grupo tenía m nombre extraño, pero preciso. Las Piedras Volantes.

La música existía y le agradaba pero recordaba aún su época natal. El siglo XXIII (por supuesto a nadie le había dicho que provenía del futuro, si lo hubiera hecho de seguro lo habrían tildado de loco o consumidor de ácido).

Gox, ahora Michael, detuvo el improvisado ensayo de la banda.

—Muchachos —dijo.

—Si, Michael —respondió el bajista desde una esquina.

—Nunca quise hablarles de mi pasado.

—Tu pasado no importa, Michael dijo con voz compasiva el baterista. Tienes una voz magnífica. Estamos triunfando gracias a tu voz y aspecto. ¿Has visto cómo gritan las chicas por tí?

Gox no quiso sonreír. Lo había visto, las chicas se abalanzaban a él en todas partes.

—Mi pasado es increíble, yo no soy de aquí...

Los miembros de la banda se miraron.

—¿No eres de Londres? —preguntó sorprendido el guitarrista.

—No me refería a eso —contestó Gox, tragando saliva—. Yo no soy de este siglo.

El bajista se le acercó lentamente y le miró a los ojos con detención.

—No digas estupideces, Michael, ¿qué estás tomando?, no creo que solo sea hierba...

Gox movió su cabeza enérgicamente.

—No muchachos, no estoy drogado, yo no soy de este siglo. Vengo del futuro, del siglo XXIII.

Los muchachos movieron sus cabezas y se marcharon murmurando y riéndose.



Tuvieron que pasar semanas para que le creyeran, la banda era todo un éxito y habían concluido una gira corta por aquel país llamado Estados Unidos. Les había rogado que le creyeran, que todo era verdad, se les suplicó y al final los pudo convencer, aunque no demostrarles que era sincero.

Aprovechó su estadía en Estados Unidos para ubicar a su amigo escritor, sabía que él estaba allá, firmando sus libros exitosos. Tardó dos semanas más en ubicarlo.

—¿Usted es Isaac Asimov? —El escritor lo miró de reojo y se arregló las gafas negras. Su aspecto era impresionante, a primera vista reflejaba ser escritor. Cerca de ahí una secretaria dejó de hacer sus funciones y contempló la escena. Asimov la miró un instante.

—Eso creo, por lo menos así me llaman.

—Disculpe, creo que me equivoque de persona.

Gox se dio vuelta y caminó hacia la puerta.

—Espere —gritó Asimov.

—Sí.

—Tal vez yo pueda ayudarlo, explíqueme su problema, joven.

Gox se devolvió cabizbajo.

—Hace dos años conocí a un escritor, era del género de la ciencia ficción, su nombre era Isaac Asimov, ¿lo conoce?

Asimov sonrió, arreglándose nuevamente las gafas. La secretaria echó una risa corta y se tapó la boca.

—Sí, cada vez que me miro al espejo, no creo que exista otro igual a mí. Pienso que soy el único. Tal vez.... ¿qué escribía él?

—Ciencia Ficción.

—Sí, sí. Ya lo dijo, le pregunto por los temas.

Gox se mordió el labio. No lo sabía.

—No lo sé.

Asimov movió las cejas y terminó por sacarse los gruesos lentes con marco negro.

—Pero... dígame, ¿había algo que le llamara la atención?, ¿algún tema que le atrajese?, alguna idea que alguna vez le haya comentado.

Gox tuvo una idea, la reflejó con una sonrisa.

—Los viajes por el tiempo —gritó.

Isaac Asimov se frotó los ojos.

—Conozco una persona... un día la conocí en una entrega de premios, hablamos mucho, me comentó que escribía algo sobre cápsulas temporales, tenía una muy buena idea: un escritor del siglo XXIII retrocede en el tiempo hasta nuestra época buscando fama... Una muy buena idea, ahora que lo recuerdo... ¡Sí!, me comentó que había viajado a América del Sur y allí no se conocía nada sobre Ciencia Ficción, tanto así que en una reunión con escritores de allá, dijo llamarse Isaac Asimov, y nadie dijo nada. Imagínese, se hizo pasar por mí y ni siquiera me conocía. Tal vez no soy tan famoso como creía, bueno, tal vez es el que buscas, quizás trató de hacer contigo lo que hizo en América... ¿Parece que le creíste?

Gox se ruborizó, estaba quedando como un tonto.

—Sí —contestó—, fui engañado, soy un ignorante.

Asimov sonrió y escribió en un papel una dirección.

—Suerte —dijo extendiéndole el papel—. Su escritor le espera.

Gox le estrechó la mano. Caminó lento hacia la puerta. La voz de Asimov sonó nuevamente.

Gox se dio vuelta. Asimov sonreía.

—Espero que pueda viajar por el tiempo.

—¿Por qué lo dice? —preguntó Gox tartamudeando.

Asimov se levantó y caminó hacia él.

—Creo adivinar cuál es su problema, usted quiere saber si los viajes por el tiempo serán posibles alguna vez y cree la persona que busca tiene la respuesta, ¿me equivoco? —Asimov le dio un pequeño golpe en el hombro.

—Tiene usted razón, quiero preguntarle eso.

—Mi opinión es que los viajes en el tiempo serán posibles en el Siglo XXIII, antes no, ¿no cree usted?

—Tal vez dijo Gox, sintiendo ganas de marcharse cuanto antes.

Asimov lo miró con detención y luego añadió:

—Se me ocurrió una excelente idea.

—¿Cuál es? —preguntó Gox levantando las cejas.

—Imagine una organización que viaja por el tiempo... Su misión es cambiar las realidades por otras distintas para mejorar el futuro.
Asimov le abrió la puerta.

—Tal vez algún día la escriba.

Gox cruzó el umbral.

—Suerte repitió Asimov cerrando la puerta.

Isaac Asimov abrió la puerta de su departamento. Se sorprendió por la inesperada visita.

—¿Cómo estas muchacho? —preguntó dándole un abrazo—, ¿has visto mis publicaciones?, ¿cómo me encontraste? Perdona por lo de hoy en la mañana, estaba mi secretaria y ella no lo sabe.

Gox se sentía feliz, era agradable volver a ver a la persona que le había permitido viajar por el tiempo.

—¿Usted no era Isaac Asimov? -preguntó entrando al departamento.

El escritor rió sorprendido.

—Por supuesto que no... pero ahora sí lo soy. Es difícil explicártelo. ¿Y a ti cómo te ha ido?

—Tengo una banda... deseo su colaboración. Gox se sentó en un cómodo sillón de plumas y tomó aire. El suficiente para lo que iba a pedir.

—Quiero volver al Siglo XXIII.

La sonrisa desapareció del rostro del escritor.

—Imposible.

—¿Por qué?

—Te lo dije antes, el viaje era de ida pero sin regreso.

—Por favor.

El escritor se puso de pie y caminó en círculos.

—No podría, muchacho, la cápsula se perdió en la barrera del no-tiempo y el no-espacio. No podría encontrarla. No puedo llegar hasta aquel lugar.

—Inténtelo.

El escritor sonrió.

—Está bien, ¿pero por qué quieres regresar?

—Por la música, quiero llevar la música de este tiempo al futuro.

—Una brillante idea.

Cuatro meses después, la cápsula había sido ubicada y rescatada. Gox y su banda observaban al escritor.

—Todo está listo, la cápsula está programada para regresar al Siglo XXIII. Esta vez será la última, ya no podría ubicarla, ¿estás seguro que quieres regresar?

—Sí —respondió Gox.

—Y, ustedes, ¿quieren ir aun tiempo completamente distinto a éste?

Las Piedras Volantes afirmaron con la cabeza. Estaban sorprendidos y nerviosos, una parte en ellos aún no se convencían del paso importantísimo que tomarían. El escritor pulsó los comandos. Las puertas se abrieron. Entraron tímidamente junto a sus equipajes, guitarras, amplificadores, todos los instrumentos que en el siglo XXIII ya no existían, ni siquiera en los museos.

Las puertas se cerraron.


IV

—¿Dónde estuviste? —preguntó el productor—, han pasado meses sin que te aparecieras.

—Descansando, meditando, componiendo.

—¡Qué bien!, ¿harás algo distinto?

Muy distinto, primero ya no soy solista. Tengo un conjunto.

El productor movió las cejas.

—Ya no soy Gox el cantante, mi conjunto se llama las Piedras Volantes.

—¿Las piedras qué...? —preguntó sorprendido el productor—, ¡te recuerdo que éste será el último intento!, si fracasas ya no habrá más oportunidades para ti.

—No fracasaré.

—Así espero.

El productor caminó hacia la puerta energética que ya cambiaba de composición molecular a estado sólido.

—¿Seguirán tocando música tecno-up?

Gox lo miró de reojo, el productor parecía más flaco que antes.

—No.

—¿Y entonces, qué tocarán?

—Rock and Roll.

FIN

© Marcelo Garrido O., 2003

Texto agregado el 25-10-2004, y leído por 335 visitantes. (0 votos)


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