Un poco menos de media vida asombrada se traslucirá en mis ojos mientras observo esta mano, unida a mí por un brazo delgado, casi no reconociéndola como mía. Hay demasiado tiempo en ella, líneas y más líneas forman un dibujo incomprensible en la piel, no había nada de eso la última vez que miré con cuidado.
Esta mano, que ha actuado en mi nombre tantas veces, agradecida, enojada, impaciente; feliz entre las flores, triste al secar llantos propios, o ajenos.
Mano que ha escrito más de lo permitido, que se ha aferrado a la vida arrastrándome con ella, iniciando un abrazo o quebrando a golpes las certezas.
Ha tocado los rostros de los ausentes, los juguetes de la infancia, los tesoros con que me he topado en el camino y que ahora son recuerdo táctil más que visual.
Picada de arañas guarda el temor a las traiciones, pero aun así nunca se cierra, no prejuzga, diría que tiene un corazón adherido a la palma, junto a las marcas del destino.
Lleva las cicatrices de mi historia cargando los dolores de apartar malezas, de golpear puertas, de dibujar adioses en el aire.
Sabe, mi mano, actuar sin pensamiento, antes de la reacción busca otras manos, acaricia libros viejos, toca todo lo que encuentra grabándose la vida en cada yema.
No es una mano llamativa, no tiene uñas largas ni pintadas, no lleva adornos, se acepta simple, sin artificios.
Creo, algunas veces, que esta mano es más real que yo misma, más auténtica, carente de corazas inservibles, de ruidos indiscretos, de pensamientos oscuros.
Es, y no le importa más que eso.
Un chispazo y casi treinta años volaron por sus dedos, y no se queja, sigue su respiro con una fuerza que parece no emanar de mí, como si fuera ella la que garabatea mis actos con una mente infantil que se ha empeñado en no cambiar.
Quiero ser como mi mano y plantar árboles sin miedo a la sequía, encariñarme con las distintas texturas de la existencia y poseer el don de crear bellezas aladas con las sombras cotidianas.
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