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Se limpió la arena. Se le habían levantado tiritas de piel en la cara y en el brazo derecho. Corrió huyendo de las risas y de las burlas. Frente al espejo, se tranquilizó, apenas unos arañazos insignificantes. Poca cosa.
Ahí descubrió la herida del pecho: una hendidura profunda en forma de siete atravesaba el esternón y aquella herida sí que tenía mala pinta.
Una herida fea.
No le dolía, pues sorprendentemente ya había cicatrizado con unos bordes perfectamente pulidos. A través de la herida, el corazón, perfectamente visible, latía rojo y vivo Tum-Tum, Tum-Tum. Se moría de vergüenza.
Tumbado en la cama, no tardó en quedarse dormido, aunque si le preguntáramos él hubiera jurado que no había pegado ojo. Todo podía haber sido un mal sueño. Instintivamente palpó su pecho. La herida estaba; y detrás, implacable, el corazón latía: Tum-Tum, Tum-Tum.
Cuanto antes mejor, y salió a la calle. En segundos, estaba rodeado por supuestos amigos, que sin mediar palabra, le arrancaron la camisa.
Unos vomitaron, otros rieron y todos corrieron lejos del monstruoso espectáculo en que se había convertido.
Sentado en un bordillo, se abrazó las piernas y con la cabeza en las rodillas comenzó a llorar. Desnudo y sólo. Ya siempre sólo, penso.
Odió a su corazón, que seguía rojo y no azul oscuro, como creemos que son los corazones cuando lloramos, y pensó en arrancárselo y pisarlo.
Era el culpable de todas sus desgracias.
Unos ojos de miel le sacaron de sus cavilaciones, pertenecían a una desconocida que llevaba un buen rato sentada a su lado, sin miedo de manchar su vestido de gasa blanco. Le preguntó si le dolía y dijo que no, y si podía mirar su corazón y dijo que sí.
Lo observó durante horas, y mientras, hablaba de deseos, de dolor, de pasión, de autenticidad, de sueños, pero no entendía, toda su atención acudía a las pequeñas, casi imperceptibles caricias que aquellos ojos de miel le hacían en el corazón.
Sin parar de hablar, le levantó de la mano suavemente y le tendió sobre la cama con dosel de su dormitorio.
Le hizo el amor.
-¿Puedo tocarte el corazón con un dedo?
-¿Para qué?
-¿Puedo?
-Sí.
Al contacto del índice en su corazón, piel contra piel, abrió los ojos del todo, sonrió y se desmayó (el placer se parece tanto al dolor, que también tiene su umbral de tolerancia).
Ella también sonrió.
Se despidieron para siempre. No podía ser de otra manera.
Caminaba intentando poner palabras a aquello -las ideas sin formato de palabras parecen menos reales-. Primero, un frío total que rápidamente se convertía en fuego de miedo, como si ese fuera el último suspiro de vida, soledad y una tristeza parecida al amor. Y el corazón volvía a latir y se llenaba del gozo del nacer total y puro, con una alegría que casi dolía y no se aliviaba gritando. Tal vez, todo lo que se puede sentir en una vida se comprimía en cada latido.
Absorto en sus pensamientos, tardó en notar que todo el mundo se fijaba en él, hasta un trío de jovencitas le seguían sin ningún recato.
Olvidó la camisa.
Estaba reconfortado, era fuerte, y la sensación le agradó, pero a cada paso que daba, se sentía más confuso.
Se esfumaron las dudas que lo arropaban y se sintió desnudo, público y vulnerable. Aterrorizado comenzó a correr hasta que el corazón amenazó con salirse del pecho.
A salvo, sentado de espaldas a la puerta que acababa de cerrar, juró que nunca volvería a pasar por aquello. Nunca más sentiría esa vergüenza, estar tan desnudo, casi transparente a las miradas.
Una mala época empezaba.
Pasó mucho tiempo en atreverse a salir a la calle; no se le había perdido nada fuera, y, cuando salía, lo hacia con mucha ropa.
Pero la vida es una cabezona y se empeña en cambiar todo, incluso cuando estas destrozado sus corrientes te arrastran sin importarle nada tu opinión.
Todo se pasa.
Todo.
Ahora, no sólo no se avergüenza, sino que ha aprendido a sacar partido a su situación, sobre todo en los líos de faldas.
A veces, entra en la discoteca con un botón de la camisa desabrochado, dejando entrever su corazón, como antes dejaban asomar la cartilla de ahorros los mozos en el baile del pueblo.
Elige entre las múltiples candidatas la que le apetece.
Otras veces, en medio de una conversación se agacha a coger algo (movimientos estudiados al detalle) y enseña con disimulo su herida por el cuello de la camisa.
Con eso basta.
Sus nuevos amigos, no están muy contentos con su promiscuidad, continuamente le acusan de jugar sucio y usar esas artimañas.
Él les cuenta que no tiene la culpa de estar tullido y despertar lástima y con una sonrisa picarona, les ofrece unas clases particulares.
Si quisiera, podría seguir causando estragos, pero de todo se cansa uno. Él busca su verdadero amor entre las que le dicen que narices más bonitas, o que bien te queda el bacalao al pil-pil y no entre esas obsesas que están siempre pensando en el corazón.
Su amada, por supuesto, tendrá las uñas cortas, cuanto más cortas mejor.

Texto agregado el 25-10-2004, y leído por 403 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
31-05-2005 Acabó de leer el mejor de los cuentos que te he leído. Es... es... es... bueno, me deja sin palabras. Bello?.. tal vez. Calamitatum
25-10-2004 ¡Que bonito! Un cuento sensible y precioso, me encantó yoria
25-10-2004 me gusta el cuento, pero me desconcierta eso de "que bien te queda el bacalao al pil-pil"... Que lleve el corazon al aire no significa que utilice la gstronomia como pret-a-porter... elcorinto
 
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