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Inicio / Cuenteros Locales / barrasus_rodrigo / De Monjas y Capitanes. Los cuernos

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Corre el año del Señor de 1672, Carlos II “el hechizado “ cuenta con
11 años y aún mama de las tetas de alguna que otra nodriza. Nuestra historia continúa en Sevilla, una Sevilla decadente donde las flotas de Indias solo parten cada cinco años, franceses, ingleses y holandeses ya han roto el monopolio y la ciudad todavía no se ha recuperado de la peste que acabó con la mitad de su población en 1649. Un escenario estupendo para nuestros queridos Don Luis Barrasús y Trafalgar y su inseparable amigo Don Rodrigo...

Asuntos de cuernos les esperan a la orilla del Guadalquivir.


Don Luis y Don Rodrigo caminaban por el Arenal de Sevilla tras haber desembarcado de la goleta que les había traído desde Italia. El semblante de Don Luis era serio, el mensaje sobre su deshonra a cuenta de los cuernos que le había puesto Doña Jimena era asunto serio y las palabras de Don Rodrigo no ayudaban...

- Mi querido capitán, no debe estar triste vuesamarced, son cosas que pasan, además con mi instrumental de cirugía, ¡ podría afeitar esas astas para que no fuesen tan molestas, jajajajajaja !.

- Rodrigo, Rodrigo, porque es vuestra persona quien suelta tal maldad que si fuera otro ya estaría atravesado cual pincho moruno, no seas tan
hideputa y ayúdame a averiguar de qué va todo esto, que como sea verdad, el Guadalquivir correrá rojo como la sangre de Cristo, por mis muertos...

Don Rodrigo se dirigió hacia las tabernas del puerto para ver si podía llegarle información de tales asuntos, mientras Don Luis tomó camino de su casa en la calle Alemanes. El trayecto, aunque corto, se le hizo largo, llevó la mano en todo momento asiendo el puño de su espada, dispuesto a usarla ante la primera mirada indiscreta dirigida hacia su hidalga persona.

Nadie se atrevió a tal cosa ( conociendo la mala uva del capitán ) pero todos tras su paso hacían corrillos del que salían carcajadas y mugidos de toro... Don Rodrigo mientras indagaba en el puerto, aunque la verdad sea dicha indagó poco, como se suele decir en Sevilla “ se le terció “buena compañía y mejores vinos, y entre jarra y jarra, lo único que escrutó con cuidado fueron las nalgas de la Rosario, que aunque no era puta parecía llevarlo en los genes...

Al llegar al mismísimo portón de su casa Don Luis aún dudaba de cómo encarar a Doña Jimena, podía ser falsa la noticia y meter la pata hasta el corvejón, así que decidió ser prudente y disimular como si no supiese nada...

- ¡ Jimena, Jimena !, aquí está el señor de la casa, cansado después de haber servido a su majestad, ¿ dónde os halláis ?

- ¡ Subid al dormitorio !

Don Luis subió las empinadas escaleras y abrió la puerta con brío, allí estaba tumbada en la cama, bellísima como siempre, una belleza mestiza que todavía le hacía temblar las piernas. Comenzó a olisquear el aposento como si fuera un perro...

- ¿ Qué hueles mi amor ?

Don Luis no pudo reprimirse.

- ¿ Qué es lo que huelo ?, pruebo a ver si huele a “chochinabo”.

- ¿ Y qué diablos es eso ?

- ¡ Pues a chocho y a nabo, conejo y pepino, almeja y verga, mejillón y mazorca !, ya me entiendes, llegaron a mis oídos que alguien anduvo rascando tus muslos morenos...

En ese momento el pequeño Luisito llegó a la casa terminándose la conversación. Don Luis tras un abrazo a su crecido hijo dijo que debía de estar unos días fuera de Sevilla por asuntos de palacio. Esa misma tarde charlaba con Don Rodrigo en el puente de barcas.

- Don Rodrigo, debéis ayudarme, debo saber la verdad, le dije a Jimena que estaría unos días fuera, si algo hay, algo pasará, así que montaremos guardia y a ver que nos acontece.

- No dudéis de mi apoyo, cuando cojamos al cabronazo, palos y hierro a mansalva, que si hay cuernos, cornadas daremos...


El plan estaba establecido. Ambos saldrían de la ciudad, como para emprender un viaje corto, pero importante. Era casi rutina para estos dos obreros del reino viajar en misiones sin previo aviso. Una vez en las afueras de la ciudad, volverían disfrazados de paisanos comunes, envueltos en rebozo, ocultando pelos, cara y barbas.

Don Luis, tembloroso y con cierto dolorcillo en la frente, se apostó a escasos cincuenta pasos del portón de su propia casa, en la calle Alemanes, ocultándose detrás de un seto vivo que adornaba la plaza. Don Rodrigo, al otro lado. Ambos expectantes.

Este último, poco antes de tomar su sitio, dejó escapar otro comentario mordaz que hirió en sus bondades masculinas a su amigo:

-Amigo Luis ¿Cómo podrá pasar vuesamerced por el portón de su casa en persecución del maldito, con esa cornamenta digna de un venado que adorna vuestra testa?- Y corrió a tomar su sitio salvando el pellejo de una tarascada del puñal que le lanzase el insultado, quien rugió como un oso castrado.

Poco a poco los candiles de aceite de todas casas se fueron apagando, menos el que alumbrase la habitación frontal de la casa de Doña Jimena.

El sereno dio su acostumbrado –¡Las nueve y sereno! y sus pasos se perdieron en la oscuridad de la calle, hacia la plaza de Doña Elvira.

Casi inmediatamente se empezó a escuchar el traqueteo de una carroza pequeña, pero bien enjaezada, que era arrastrada por un hermoso corcel morisco. Se detuvo exactamente frente a la casa del desdichado Don Luis quien sudaba ahora la gota gorda a pesar del frío de la noche.

-¡Vive Dios que le corto los cotiledones en cuanto traspase el portón de mi casa!- Murmuró entre dientes, mientras una sensación de cosquilleo le recorría el periné de punta a punta.

Don Rodrigo, a su vez, aunque le gastase feas bromas a Luis, le apreciaba, y no dejó de sentir una gran rabia y resentimiento contra el desconocido que invadía los terrenos de juego de su amigo.

El recién llegado, sin tocar siquiera, abrió el portón como si fuese su dueño. Traspasó el umbral y caminó por el patiecillo frontal, bellamente adornado con azulejos sevillanos de vivos colores azules y amarillos. Los tiestos llenos de claveles daban vida, aún en la oscuridad, a un patio bien cuidado, aunque no tan cuidado como la finca privada de Don Luis.

Esperaron diez minutos, con la intención de coger a los amantes en plena función. A una señal de Luis, a quien ahora la cabeza le pesaba toneladas, ambos penetraron cautelosamente por la misma puerta que minutos ha, había traspasado el intruso. De puntillas se dirigieron a la sala de espera donde, para su sorpresa estaba sentado, de espaldas a ellos, el supuesto amante. Delante de él, arrodillada, la bella Jimena, subía y bajaba la cabeza como intentado tocar flauta antes de tragarse la melodía, mientras su mano sobaba suavemente una cosa larga y estirada.

Don Luis desenvainó su espada, a quien antes llamaba “Mi Jimena”, se acercó sigilosamente y cuando iba a dar el golpe para cortar la cabeza, la voz de Jimena se hizo oír con un grito de terror:

-¡No Luis mío! ¡No es lo que pensáis!. Y se irguió con el báculo del personaje en la mano, quien dio un brinco salvando el pescuezo por poco.

-¡Pero si sois el Obispo de Dos Hermanas! ¡Hideputa!. Bramó don Luis en el epítome del odio. Y blandió su espada listo para descerrajar un tajo de madre a la cabeza del prelado.

-¡!!Luis, amado mío, este es mi padre!!. -Sollozó la infortunada Jimena mientras se abrazaba a Luis. –¡ Estaba puliendo su báculo con este paño de gamuza de ciervo de Doñana!. El viene a visitarme y a cuidarme en tu ausencia. Dejadle hablar, os lo suplico amado mío.

Don Luis y Don Rodrigo se quedaron de una pieza. Espadas en alto y sin poder hablar.

El Obispo de Dos Hermanas, Monseñor Iluminado Graju quien además de cura, pintor y paellero había sido hermano lego en Guatemala, donde gustaba de bendecir y bautizar indígenas del sexo femenino, relató pausadamente cómo le había achacado la paternidad de Jimena a un soldado canario allá en Santiago de los Caballeros muchos años ha. En corto tiempo hizo claro su afecto paternal por su hija, pero que ,por su posición, no podía hacer pública. Inmediatamente tomó su báculo y se dirigió hacia la puerta de salida.

Fue inmediatamente detenido por Don Luis.

-Aunque seáis mi suegro, Iluminado, ésta me la pagáis. He sido el hazmerreír de toda Sevilla por vuestra culpa. ¡Quitaros la ropa y permaneced en calzones interiores.¡ -¡Jimena, a tus habitaciones!.

El Obispo se negó. La hábil espada de don Luis cortó, entonces, el aire de la habitación y con una agilidad digna del mismo Zorro, quien hacía estragos en California, cortó los botones rojos de los atavíos del prelado y estos cayeron al piso dejando en paños menores al ahora asustado cura. De otro tajo le dejó las nalgas al aire. Con una mano tapaba el infeliz su área frontal y con el báculo la región posterior. De la pared despegaron dos cuernos de ciervo que la adornaban y, entre ambos, los ataron a la cabeza del sufrido Obispo. Mientras tanto Don Rodrigo había espantado ya la montura de la calesa del monseñor.

En paños menores fue expulsado de la casa. Justo al salir, una jauría de perros realengos se le fue encima, a lo mejor engañados por los cuernos que adornaban su religiosa testa. Corrió como alma que se lleva el diablo en dirección a la plaza donde se celebraba una verbena. Hacemos silencio en beneficio de Jimena que sufría por su padre.


Don Luis, más aliviado del peso de la frente, empezó a reirse de carcajadas, haciéndole coro a Don Rodrigo quien cantaba a voz en cuello “El venado, el venado”, canción en boga en la corte.

Esa noche Don Luis dormía a pierna suelta después de saciar sus necesidades carnales con su Jimena, la cual le hizo cicatrizar las heridas de unos cuernos que no fueron.

El Obispo, suegro de Don Luis, no salió a la calle en un mes. Se fue a la sierra de Granada a tomar unas vacaciones, pero mascullaba su venganza.

El “Hechizado”, seguía chupando tetas de nodrizas.

Continuará: “La venganza del Obispo...


Texto agregado el 25-10-2004, y leído por 619 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
03-04-2005 Estoy haciendo los deberes, que tenía atrasos, nunca habían sido tan placenteros... nomecreona
02-12-2004 No he parado de reirme. "chupando tetas" gustito de reyes. Voy al siguiente. jorval
27-10-2004 Me lo he pasado en grande con vuestro cuento. Sentido del humor del bueno, muy bien ambientado y relatado. Mis felicitaciones a ambos por tanta delicia. Un saludo de SOL-O-LUNA
25-10-2004 Esto está mu, mu, mu requetebien, jajjaja, me encanta, espero con ganas la venganza del obispo, y luego a convertirlo en obra de teatro, que seguro no tiene precio... yoria
25-10-2004 Aquí nadie se salva, miren que Graju recién llegado y ya le dan un rol en esta verdadera obra de teatro. Lo que no me quedó claro es si acaso los cuernos de don luis fue una reacción sicosomática nada má. "Le venganza es dulce don Obispo" estaré al acecho. Un abrazo cargado de estrellas. anemona
25-10-2004 "chochinabo" jajaja. Ya me parece divisar a Monseñor Iluminado jaa Graju jaa desnudo seguido por una jaurìa de perros rumbo a la plaza donde se celebraba una verbena. ¡Pobre tipo! Querìa esconder su paternidad y fue condenado por unos cuernos no cometido. ¡¡ Lo que hacen los celos !! He disfrutado esta historia. Aunque supongo que la venganza del Obispo Graju jajaja dará que hablar. Shou
25-10-2004 "No me causan temor vuestros semblantes esquivos..." (D. Juan Tenorio - Zorrilla). Recojo el guante, y aunque me hayais disfrazado de prelado, que ya es...gordo, sabré poneros en vuestro sitio, aunque no haga otra cosa en esta vida dedicada a la oración. Me he reido un montón con la historia...¿Qué será que a los que hablamos español nos eriza tanto el vello el tema cornúpeta. graju
 
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