En “¿Qué Mujer? ¿Qué Escritora? ¿Qué Latinoamérica?”, Ana María Shua * afirma:
“¿Acaso los hombres escriben? De ningún modo. Los hombres verdaderos no escriben, no cuentan cuentos. Por algo se dice últimamente en los círculos de la crítica y de los literatos que la literatura es una actividad netamente femenina, una artesanía comparable al tejido y al bordado. Texto, textura, tejido, etc.”
“Después de todo, a los escritores se los ha acusado siempre de veleidosos, inestables, vanidosos, de tener una sensibilidad hiperdesarrollada, de ser intuitivos, charlatanes, mentirosos. Es decir, mujeres. Es decir, recae sobre ellos el mismo tipo de prejuicios con que suele calificarse a las mujeres.”
Distingue a los verdaderos hombres, de los hombres que escriben. “Digamos que hay mujeres que disimulan su sexo mejor que otras”, ironiza. Y habla de esta “chica” Hemingway, de la “señora” Jorge Luis Borges y de la “simpática” Henry Miller...
Comparto la idea de la natural fémina de los escritores, pero la ampliaría a cualquier xy que manifieste de alguna manera una visión menos estereotipada de la realidad que la que la naturaleza masculina, a través de los verdaderos hombres tiende a ofrecer al mundo desde siempre. La masculinidad me suena como un primer paso en la evolución personal del individuo de sexo masculino. La feminidad, en el individuo del otro sexo, en cambio, me cae como algo definitivo. Como que la capacidad reproductiva deja en las mujeres su sello indeleble, y es tal la tendencia femenina de la naturaleza, que el embrión, hasta diferenciarse, si no actúan sobre él fuerzas en contrario, es siempre femenino.
En la búsqueda de sí mismo, el individuo de sexo masculino puede encontrarse con improntas o tendencias, aptitudes, o afinidades de naturaleza femenina, que acepta o rechaza. Los llamados verdaderos hombres las sepultan en el desván de los objetos poco menos que “no recomendables”, y se afirman, por si acaso, en las antípodas de ellas. Es que bucear en lo femenino de uno no resulta cosa fácil para cualquier xy. Primero hay que abandonar ese sello de hombre verdadero, y aceptarse como hombre a secas, con todos sus ingredientes. Es común entonces que surja la sensación de estar “fuera del rebaño”, o hasta ser expulsado del mismo, sin más trámite. En esa búsqueda solitaria de sí mismo, es habitual que encuentre más fácil relacionarse con individuos del sexo femenino...
La relación de ambos sexos, entre integrantes verdaderos, (aquí no diferencio - ni sé si hay motivos para ello, aunque sospecho que sí los hay- las verdaderas mujeres de las supuestas otras, mujeres a secas), tiene dos ingredientes básicos: La necesidad y el temor. La necesidad del otro y el temor al otro. El hombre a secas no se parece en eso al verdadero, y, a diferencia de las mujeres, no lo necesita ni le teme, pues no necesita parecerse a él ni teme ya ser diferente a él. Tampoco les teme a ellas, como lo hace el verdadero. Pero descubre que desde sus dos naturalezas entremezcladas, la necesidad hacia ellas crece exponencialmente. La búsqueda de su yo y el sorprendente hallazgo de una naturaleza ambigua, ilimitadamente ambigua pero también extremadamente ilimitada, lo vuelve abierto, bruscamente abierto hacia la otredad. “De esto, ya no”, se dice al recordar sus comienzos, “y de lo otro, sí, de lo otro quiero...”
De esa, llamémosle, segunda naturaleza, el hombre a secas se expande en busca de la síntesis de su esencia...En general, una senda que raramente se presenta inequívoca y con facilidades para circular...Eso creo.
Y de las escritoras y las verdaderas féminas, sería interesante su versión al respecto.
Se podría comenzar con este párrafo de una escritora, decidídamente deslumbrante:
"Ser mujer, para mí, hoy, es mirar de frente todas las construcciones- materiales e ideológicas- hechas hasta hoy por los hombres sin la participación de las mujeres y es empezar a poner un poquito del cincuenta por ciento que le falta al mundo", *Gaby de Bolívar, Ser Mujer, Ser Escritora, Ser Lainoamericana
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* Mujeres de Palabra” Vol. 1- Angélica Gorodischer, edición, 1994. Universidad de Puerto Rico.
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