Mientras, mis pezones estallan en tu boca como una conjunción de eternas lenguas, flotando en el almíbar, hurgando inquietos ese abismo que se encierra entre tus labios y los míos. Me atas al desenfreno de tu boca abierta recorriendo los jardines de mi carne, jadeante, sublime, fundiendo los manjares con las pieles. Y la tarde nos devora entre sus vísceras para volver a engendrarnos en infinitas sucesiones de amantes. Me entrego a ti, suelto mi vientre a los instintos de tu boca, como una marea abierta a los ensueños que declina entre los pliegues, me cubres con tus huesos y tu carne apresurados, deseosos en esta batalla sin barreras. Te atrapo, encallas tu barca en lo rocoso de mis costas para profundizarte más en mí, te exhalas en un susurro eterno que divaga entre mi cuello para luego perderse sin fronteras. Y el aire embriaga nuestros cuerpos bajo la espuma de tu esperma que se diluye en musgo, hundido en lo espeso de la flora que me habita. Soy tu carcelera, la margen que limita lo indescifrable de estas pieles, el océano de tu saliva que azota mi arrecife, como la infinitud del cosmos o el transcurrir de la pradera desatadas en el alma de lo humano.

Ana Cecilia.