La boca de la noche aprieta mis entrañas
y soy invisible a la oscuridad de mi cuarto.
Exentos de pudor los espantos
saltan desde mi imaginación
e invaden todos los rincones.

No hay dolor entre tanta negrura,
solo horror multicolor.

Los espantos son los yo escondidos,
son los monstruos que siempre me negué.
Fiesta macabra en la boca tiesa de la noche
y mi yo, espectador cobarde, mira el festín atónito,
incapaz de poner fin suicidándome.

Resignado, con impúdica impotencia, otra vez,
mañana iré nuevamente a la oficina
a ser el minúsculo empleaducho
y volveré en el subte siendo otro mínimo urbano
y como minúsculo marido besaré la frente de mi ancha esposa,
quién volverá a recriminarme
porque me vendieron pan de ayer.
Y desde mis ojos minúsculos con mirada filosa,
la miraré con el deseo casi incontrolable
que le salten los espantos
y la devoren comiéndole los sesos.
Con esa intimidad he de esperar con impaciencia
que la boca de la noche me apriete las entrañas.