“¡Maldita sea!
Inicia el suspiro del día con el instante y ruidoso sonido de un ¡ring!, que me levanta de mi tumba acolchonada con la pereza inherente que se requiere para volver a la vida. Paso a paso sigo la línea que me demarca la rutina, entro donde mi cuerpo se purifica, no sin antes admirar con detalle lo que se ve de mi a simple vista; desnudo ya por las circunstancias, comienzo a acariciar con la más tierna suavidad el recorrido que demarca la piel con sus surcos y profusiones, me reconozco, se que existo, aunque mis lánguidas piernas me demuestren que el tiempo me carcome. Tal vez me levante una mañana y al ver mis manos se hayan convertido en huesos y mi esencia desvanezca en un soplo desprevenido y travieso de la madre tierra.
Empieza la batalla y las armas están dispuestas a cumplir su labor, empieza el jugueteo entre carne y carne de una misma carne, y con un pensamiento complejo dibujo escenas que para puritanas escandalosas serían cuadros aberrantes, pero para mi y mi sexo, son motivo de placentera evocación que incrementa el deseo y la pasión.
Ya el tiempo apresura el lento baile que realizaba, y el deber sobre el placer vence como en todo hombre de “moral” debe pasar. Ya mis manos no me acarician ni exploran mi cuerpo, ahora un líquido helado roza a lo largo la piel, violando mi intimidad, espiando el secreto que guardo en cada rincón.
Vuelvo paso a paso por el camino que la cotidianidad ha demarcado para seguir y como máquina, calculador y con el deber de realizar ciertos procedimientos, veo las esferas celestes cambiar de un amarillo y brillante astro a veces opacado por nubes, a una pálida y romántica luna en un espacio inmenso lleno de pecas blancas que titilan. Regreso por el camino, llego a mi tumba y con el pesado caer de mis ventanas me desplomo muerto y sin pensar en más que en nada, porque para allá voy.”
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