Y el soldado cayo muerto sobre la hierba, una ojiva atravesó su ser despojándolo de la vida y arrojando todas sus esperanzas al bote de la basura. Yacía solo, inerte, inmóvil, su camisón empapado de sangre estaba, su fusil a un lado separado por la línea imaginaria de la vida y la muerte y su perro, fiel compañero en todos los combates enfrentados ahora lo mira fijamente mientras lame su sangre esparcida por la maleza. En casa su madre lo espera atónita guardando únicamente los recuerdos felices de una vida dura de trabajo y pobreza, ¡pobre como llorara cuando sepa!. Su esposa, mujer sensible y encantadora que llorando pide a Dios ver pronto a su marido, tenerlo a su lado, ¡pobre como llorara cuando sepa!. Su hija, dulce primor que Dios envió para hacer feliz, con su risa angelical y sus labios carmesí se quedara aun con la frase en su boca de las dulces palabras: te quiero papa. ¡Pobre como llorara cuando sepa¡. La muerte, fría y blanca espera con insistencia el dulce sabor del crimen, lista para asechar como serpiente en su guarida. ¡Como se alegrará cuando sepa!.