Adoraban a un hombre. Danzaban alrededor. Quise acercarme. Los idólatras me lo impidieron. _Eres impuro e insensato como para querer acercarte a él.¡Tú, ignorante!_ me gritaron, empujándome lejos.
Caí de espaldas.
No sé cómo o por qué el Hombre pidió que me llevaran ante él.
Los adoradores me impusieron pruebas terribles. Tuve que hablar con un gato, atravesar un espejo, nadar sobre el fuego, caminar sobre quemante hielo y vencer en batalla a solemnes fantasmas.
Sólo temí la charla con el gato. Puedo evocar el temor, aunque no el diálogo.
Realizadas las proezas, me llevaron a empujones ante el Hombre. Quien me esperaba, sentado en un trono dorado, a sus plantas rendido un león, con una rama de olivo en una mano y un vaso con agua en la otra.
Recuerdo sus ojos, que eran más profundos en su mirar que cualquier otro par que haya visto. Que me disculpen las damas que leyendo esto descubran que les he mentido.
Le pregunté quién era, que lo había olvidado.
Sonrió _Soy el hombre más inteligente del mundo, el más admirado y adorado._ contestó _ Soy, es evidente, un prisionero. No tengo muchas visitas como imaginarás. Estaba ansioso esperando tu llegada... _
_¿Por qué entonces me retrasó con empresas fatigosas?_ le pregunté.
_Tales proezas, no las impuse yo, sino los malditos que me adoran... respondió.
Tuve la crepuscular certeza de que a causa de tales imbéciles, muchos otros, lo odiaban a él...
Lo apuñalé entonces, sin odio ni compasión, con la soñada hoja de un cuchillo intemporal.
Él, no escondió el cuerpo.
Yo, desperté. |