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Inicio / Cuenteros Locales / gui / Las dos caras de mi abuelo

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Recuerdo a mi abuelo, tan pulcro y engominado, saliendo de su casa todas las tardes a sus reuniones sociales. Yo lo contemplaba entusiasmado, no porque quisiera acompañarlo, sino porque tenía la sensación que la casa comenzaba a respirar también un tanto aliviada, sin su opresiva presencia. Impecablemente vestido, sus lustrosos zapatos nunca se ensuciaban, aunque tuviese que cruzar el Sahara de punta a cabo. No era un tipo afable como no lo han sido la mayoría de los hombres de esa rama genealógica, pero tenía algunos chispazos que lo hacían agradable al ojo y al oído. Esos bau bau que lanzaba con voz aflautada para hacer reír a mi hermana, o su mímica endemoniada imitando a Elvis Presley, cuando este ya comenzaba a hacer furor en los “biógrafos” del barrio, eran dignos de alguna antología. Nieto privilegiado de este abuelo gruñón poco dado a los arrumacos, yo sabía que en el cajón de la cómoda me esperaban todos los días mis cinco pesos, con los que podía comprarme los dulces que quisiera y sobretodo mi revista favorita. Sólo yo gozaba de esta granjería ya que los otros nietos debían contentarse con sus regaños y sus muecas horripilantes. Eran los tiempos en que la palabra del hombre de la casa se respetaba con genuflexiones y obsecuencia ciega y mi abuela, mártir indiscutida de esta causa, sólo atinaba a hacerme gestos imperceptibles para que yo no incurriese en falta.

El perfil vulnerable de mi abuelo se hacía notar de manera elocuente en aquellas largas semanas en que dejaba de lado sus afeites y su elegancia para dar paso a un tipo desarrapado y barbón que se sentaba bajo la parra para olvidar o sanar algo que nunca supimos que era y que sólo ese vino espeso que trasegaba con avidez pudo talvez llegar a intuirlo. En aquellos días oscuros que desordenaban, entre otras cosas, nuestra mágica rutina, mi abuela y yo nos ocultábamos en su dormitorio y leíamos a dúo las sensacionales aventuras de mi revista semanal.

Cuando los rayos del sol perforaban esa coraza de despojos que opacaban el alma de mi abuelo, este, impelido desde el fondo cenagoso de su voluntario retiro, reaparecía una vez más en escena para volver a ser el aristocrático personaje de pie ligero y personalidad chispeante, candil de la calle y oscuridad de la casa, recitaba mi abuela mientras ocultaba los estragos de ese largo ostracismo.

Una noche de verano, de esas que invitan a permanecer en pie para alargar la charla o simplemente para contemplar las estrellas, mi abuelo, transformado una vez más en ese beodo Mr. Hyde que tanto repelíamos, miraba con ojos curiosamente paternales a sus hijos. Extrañamente, en aquella velada habían confluido todos, cada uno con sus esposos y retoños, hecho inusual que a mi me llamó la atención, vaya a saberse por qué. Todo tenía un matiz distinto esa noche, las miradas, las palabras, los silencios, todo parecía prestado sólo para aquella ocasión. Nos despedimos con recogimiento. Algo estaba sucediendo.

Aquella mañana mi abuela llegó temprano a nuestra casa para avisarnos que el abuelo no quería despertar. Nos pusimos todos a llorar. Mis padres porque ya sabían lo que aquello significaba, mis hermanos y yo sólo porque los veíamos llorar a ellos. Un poco después, cuando desaparecieron de nuestra vida cotidiana el abuelo elegante y el triste desarrapado, sólo allí, tuvieron real sentido nuestras lágrimas…







Texto agregado el 23-10-2004, y leído por 435 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
26-10-2004 Una narración bella, no solo por tu estilo impecable, sino también por el cúmulo de sensaciones que trasmites. Un abrazo y un placer pasar por tus textos. meci
26-10-2004 bello recuerdo, ¿fue así? anemona
24-10-2004 Una historia de descripciones claras, recuerdos y sentimientos de niño, y cierta mística en el adios final. Hemoso texto, a tu estilo. Un abrazo, galaxias. Shou
24-10-2004 muy bueno, tienes un vocabulario tan amplio que me sorprende , en éste hay una mezcla de recuerdos y unas descripciones perfectas, es como ver a ese abuelo y sus cambios de ánimo, Realmente bello. india
24-10-2004 Qué bien se ve al abuelo desde los ojos del niño... y en ese final, sobre todo, cuando lo que no puede advertir es la abstracción, y lo que realmente le falta es la presencia... Una muerte misteriosa y un abuelo que no se va nunca. Estrellas y abrazos. neusdejuan
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