Pensó que con la camisa de cuadros nueva parecía un coche del desguace al que le acaban de pintar una puerta, pero al menos ella entendería que le importaba la cita.
Llegó tarde al restaurante. El camarero le indicó la mesa. La chica tan fea como las otras, pero siendo amiga de su hermana tenía que ser rara. Y no sólo lo pensó porque tuviera el pelo rojo descapotable, sino por presentarse a una cita a ciegas cargada con una enorme maleta.
Como siempre a su hermana le había surgido algo a última hora. Y empezaron a conocerse. Primero se mintieron cortésmente acerca del pelo rojo descapotable y de la camisa de cuadros nueva. Después él siguió ignorando la amenazante maleta y ella su aspecto polvoriento de hombre maduro que vive solo. Ella sonrió sobre su tarta de queso con arándanos y comprendieron que ya se habían mentido todo lo necesario para conocerse.
Tocaba ya proponer un sitio al que ir y coincidieron en lo ruidoso de las discotecas y salones de fiestas. Decidieron dar un paseo por el parque. Tenían que detenerse cada pocos pasos porque la maleta que él seguía sin querer ver, pesaba demasiado para ella. El propuso, entonces, coger un taxi y ella dijo que sólo aceptaría si el suplemento por la maleta lo pagaba ella.