Hasta que se animó, y decidió salir del cálido lugar que lo estaba conteniendo. Sigiloso y rápido se escurrió entre la gente. Después de todo, no quería que alguien notara su asquerosa presencia. Y entre tantas personas podría ser difícil.
Pero ahí estaba esa mañana, instalado en el vagón de tren. Acompañando a todos en sus rutinarias mañanas, esperando que su vida no fuese tan corta como la de sus iguales. Seres que duran el tiempo en que se abre una de las ventanas del tren. Entonces ya no hay mas nada que hacer por ellos.
¡Zas! Su existencia desaparece dejando una sutil reminiscencia en el aire. Sin embargo hoy por ser invierno; lo pensarían más de una vez antes de levantar el vidrio. Son de esas cosas en las que tenemos que elegir: el frío o el ...
En esa ida y vuelta en la cual pendula la decisión el tiempo queda suspendido. Esto le da un ratito más para compartir en el vagón y pensar en su creador. Lo conoce, está orgulloso de él, lo considera casi un padre. Pero el Tano se avergüenza, no quiere sentir ni siquiera la mención de este espectro. Con solo escuchar que alguien lo tenga bajo sospecha, alcanzaría para que niegue ser el padre de la criatura etérea.
Fue entonces cuando escuchó lo que no deseaba. Una señora al lado suyo dijo: por favor que alguien abra una ventana.
Si, el olor es insoportable. Dijeron casi a coro un grupo de personas vestidas con traje.
¡Malditos todos ustedes! Se avergüenzan de sus excreciones, me dan más asco que la flatulencia que sin querer se me escapó, gritó el Tano. Luego agachó su cabeza, y de costado vio como se esfumaba su creación por la ventana del tren.