—Marta, deja de mirar la luna ya.

—Pero Luis, es que es tan bonita... La quiero para mí.

—A veces me das miedo, chica. Pon los pies en la tierra. Estamos hablando de algo astronómico, ¿o no entiendes?

—¡Oye, que ya lo sé, no soy tonta! Pero déjame al menos soñar un ratito.

—Ya tendrás tiempo de soñar en casa, que llegamos tarde al cine.

—¡Soso, que eres un soso!

Luis echó a andar calle abajo y, a regañadientes, lo siguió Marta, volviendo de vez en cuando la vista hacia el escaparate que quedaba atrás, con aquella hermosa pulsera de diamantes dentro.