El oráculo

Abrí los ojos. La realidad representada en plastas grises me dio los buenos días. Otro día más soportando la monotonía, tratando de imaginar la pasión del color rojo, el positivismo del amarillo, la elegancia del cian... intentos imposibles, mi visión monocromática me planteaba una realidad en escala de grises.

No extrañaba el magenta, ni la alegría de los verdes, quizá solo sentí una especie de curiosidad hacia ellos, pues nadie extraña lo que nunca ha tenido. Hablar de ciertos colores, para mí es como hablar de duendes y fantasmas, seres fantásticos que algunos aseguran haberlos visto, pero... nunca... nunca yo.

Fui hacia la cocina, prendí el televisor a color (A color para la gente promedio, para mí es a blanco y negro). Una mujer daba el pronóstico del tiempo, no le puse gran atención a lo que decía, frío, calor, tormenta...siempre me da igual. El día en que vaticinen la caída de un imperio o el arribo de Quetzalcoatl a la tierra, quizá les ponga un poco más de atención. Fui hacia el refrigerador, saqué un jugo de naranja, (jugo de gris para mí) y me preparé un sándwich en pan blanco, (esto sí, blanco para mí también).

Mientras comía vi la nota adherida al refrigerador “Examen de la vista 4:30 pm”. Consulté mi reloj, apenas eran las tres de la tarde. Saqué un libro que guardaba en la alacena y me puse a hojearlo con las manos oleosas por la mayonesa del sándwich, más que leer las letras, me dedicaba a leer las manchas en las hojas. Cada mancha era un historia diferente; la gris claro me contaba la historia de un guacamole dominguero, la gris fuerte me hablaba del asesinato masivo de una comunidad de fresas, los asesinos... el personal de una compañía de mermelada.

El pájaro cu-cu anunció las cuatro de la tarde. Sentí que el tiempo pasó demasiado rápido (A veces creo que ese pajarraco canta prematuramente para acortarme la vida. No dudo que ya tenga ensayado el réquiem, espero que no lo cante demasiado pronto). Interrumpí la lectura de manchas y me preparé para confrontar con el mundo exterior.

Subí a mi auto y me dirigí al consultorio. Me sentía aburrido, las personas que caminaban en la acera, se movían tan monótonamente, que por un momento, llegué a pensar que se trataba de robots cubiertos por piel humana, hombres de plastilina orgánica, ilusiones ópticas o algo por el estilo, tuve que contenerme para no echarles el auto encima como una forma de comprobar mis deducciones.

Un semáforo en rojo detuvo mi marcha ( Para mí no es rojo, solamente es más gris que el verde, que tampoco es verde sino gris claro). Gris claro, continué mi marcha. Llegué al consultorio, estacioné mi auto bajo un árbol (un blanco perfecto para las palomas).

Entré al consultorio, evitando la mirada de la recepcionista. Me dirigí directamente al cuarto del oftalmólogo.

-Lo estaba esperando -dijo el doctor sin moverse del sillón-

-Ah que bueno –contesté apático-

-Siéntese.

El oftalmólogo me colocó un incómodo aparato en la cabeza, haciéndome sentir como un marinero mirando a través del periscopio de un submarino.

-Y bien...¿Qué es lo que ve?

-Una cabra bípeda en un laboratorio transgénico.

- Amaneció de buen humor-dijo mientras le colocaba un nuevo lente al aparato- ¿Y ahora qué es lo que ve?

-Una nave enorme vuela sobre un cielo muy oscurecido, pero a pesar de todo parece ser de día.

-Deje de jugar... ¿Dígame que es lo que ve realmente?

- Una bomba que cae del cielo... eso es lo que veo ahora... ¿O quiere que le diga una mentira?

-¡Dígame que ve!

-Un parque con niños muertos, que dan vueltas en un carrusel flotante.

-¡Loco!

-¡Ciego!...