LA TRAGEDIA
Si Antonio y Elena hubiesen continuado juntos habrían resultado ser una hermosa pareja; mas no fue así. Ambos decidieron tomar caminos distintos.
Y es que Antonio nunca se atrevió a expresar claramente lo que sentía, ni a hablar de sí mismo a los demás; ni siquiera a aquella hermosa mujer de la que estaba enamorado. Hasta que llegó el día en que Elena se cansó de tanta soledad compartida, y decidió marcharse, dejando a aquel hombre, aun bastante desconocido, completamente sólo.
Antonio llevaba aquella característica consigo desde muy pequeño, pero a medida que fue creciendo, ésta se fue agudizando cada vez más. Ahora que ya era todo un hombre, la cosa era muy distinta, pues si antes al menos lograba decir algunas cosas, ahora ya no decía absolutamente nada, guardándose todo para sí. Jamás hablaba de cosas personales, y nunca comentaba lo que le sucedía o sentía. Él era un desconocido para todos aquellos que le conocían, incluso para Elena, quien cada vez que le reprochaba aquello, recibía como excusa que lo que Antonio en un principio pretendía decir no eran mas que tonterías, o que tal vez más tarde lo diría. Dándole a su esposa una incertidumbre más, y quedándose él con el sentimiento o frase dentro.
Desde que Elena partió de su lado, todo empeoró. Antonio no pasaba una noche en que no pensara en cuánto la extrañaba, y en las miles de cosas que le hubiese gustado decirle, pero que por una razón inexplicable y superior a él, no podía sacar fuera. Pero él no solo se guardaba las palabras para Elena; también omitía su opinión en asuntos de trabajo, en consejos a sus amigos, y en todo aquello que tuviese que salir del corazón.
Y así, con aquella situación a cuestas, no alcanzó a pasar mucho tiempo, hasta que Antonio comenzó a engordar. Sí, Antonio comenzó a subir lentamente de peso, pues las palabras ya no le cabían en el corazón y poco a poco se le iban acomodando a través del cuerpo.
Cuando Antonio quería reclamar por algo y no lo hacía, engordaba un par de gramos. Cuando no le daban ganas de visitar con tanta frecuencia a su madre y no quería decírselo, engordaba medio kilo. Cuando le daban ganas de llamar a Elena y pedirle que volviera, o decirle cuanto la amaba, pero dejaba aquello solo en las ganas, engordaba casi un kilo. Pero lo que más le aumentaba el peso eran, sin duda, las ganas de llorar acumuladas. Y así, kilo a kilo Antonio paso de ser un hombre delgado y ágil a uno cada vez más gordo y de movimientos más pesados y dificultosos, hasta llegar a padecer una severa obesidad; obesidad de secretos.
Cierto día por la noche, aburrido de estar sólo y guardado en su casa, Antonio decidió salir a algún lugar, para no toparse allí con el recuerdo de Elena, quien aquel viernes cumplía dos meses de ausencia. Aquella noche Antonio se fue caminando hasta su plaza preferida, para así, con la frescura de la noche intentar olvidar todo lo que le estaba sucediendo. Pero las cosas le resultaron muy mal.
Llegó muy complaciente a la, entonces, solitaria plaza, desde donde, por encontrarse en un lugar un tanto elevado, se alcanzaba a ver un trozo de la iluminada cuidad. Mientras Antonio sacaba de su bolsillo un pequeño libro y se acomodaba en un banco, llegó al sitio una pequeña junto a sus padres, quienes no paraban de hablar, reír y jugar. Todo a la misma vez.
Antonio pensó en pedirles que guardaran un poco de silencio, para así continuar con su lectura. Pero no lo hizo. En ese momento engordó un poco más, lo suficiente para que el corazón se le agitara, la presión corporal le aumentara y el cansancio de la caminata se hiciera presente. Algo en su organismo estaba marchando mal.
Antonio quiso volver a su casa, no se sentía bien y quería recostarse. ‘Por suerte que estoy cerca’ pensó mientras emprendía el regreso.
-- ¿Se siente mal señor? –se acerco de repente la pequeña niña que hacía un momento había comenzado a observarlo con atención.
-- No... no me sucede nada. Muchas gracias –dijo Antonio jadeante por el cansancio y los síntomas.
Pero al llegar a la entrada de la plaza, y subir un par de gramos más, su cuerpo no resistió y reventó. Antonio reventó al igual que un globo con demasiado aire.
Entonces todas las frases que guardo por tanto tiempo dentro, salieron eufóricas y con una fuerza inexplicable acumulada. A la niña la golpeó fuertemente una tal ‘Por favor niña, quédate callada’ que la hizo llorar. Las palabras volaron tan velozmente, recuperando su libertad negada, que a los amigos de Antonio le llegaron algunas como ‘Estoy ocupado’ o ‘No tengo ganas de acompañarte hoy’. Pero llegaron tan fuerte que a muchos de ellos les provocaron profundas heridas. A su madre le golpeó la puerta una gran ‘Mamá no me trates ya como un niño’ y a su hermana que él encontraba un poco rellenita, le asalto una ‘que gorda estás’ que le provoco gran dolor, y así, a cada uno le llegó lo suyo.
Pero a Elena, quién a esas horas ya dormía, la despertó un impetuoso ‘Te amo’, que la hizo reaccionar de inmediato. En ese momento comenzaron a llegar a ella un sinfín de frases almacenadas. Antonio estaba en el suelo con el vientre abierto de par en par. Completamente sólo. Elena sintió aquel mal presentimiento y se levantó para ir en su busca, pero Antonio no estaba en su casa. Elena a pesar de todo y de no conocerlo mucho, sabía donde podría estar y corrió al lugar hasta dar con él.
En la solitaria plaza, yacía en el suelo el cuerpo de su hombre, con la mirada de uno que otro transeúnte que pasaba por allí.
Antonio no decía nada. Estaba muriendo.
En ese momento Elena, que a pesar de haber tomado la decisión de llevar un camino distinto al de su esposo; lo amaba, y tenía la esperanza de que todo pasaría y las cosas mejorarían. Y recogiendo a Antonio, como pudo lo llevó hasta su casa. Allí, tomó una aguja y con un grueso hilo comenzó a realizar la costura del vientre de Antonio, de donde aun salían frases y palabras ocultas, que eran lo que verdaderamente producía dolor.
Elena empapó con gasa muchos ‘Te amo’ y palabras sinceras y hermosas dirigidas a ella, y no pudo evitar guardarlas envueltas en el trozo de gasa para sí. Ya el vientre estaba cerrado, y Antonio había vuelto en sí, y se encontraba durmiendo un poco más sereno y sin tantos lamentos. Elena seguía con la esperanza como compañía.
Ella quiso acercarse a besarlo, y así lo hizo; beso que fue correspondido eternamente por el aquejado. Ambos se besaron largamente. Cuando Elena había vuelto a su puesto, desde donde cuidaba a su esposo, notó que la herida no estaba bien, que las palabras guardadas, por ser tan ardorosas habían movido las coseduras y Antonio estaba teniendo una hemorragia. Lentamente caían gota a gota, empapando las sábanas, sentimientos.
Mientras Antonio dormía, Elena vio asombrada, cómo por la gran herida a Antonio le había venido una hemorragia de sentimientos. Elena con los ojos llenos de lagrimas y sabiendo que aquello traería consecuencias nefastas, comprendió que nada volvería a la normalidad, y que aunque Antonio se sanaría, aquello había terminado para siempre. Y tomando su chaqueta salió en silencio de la casa, botando por el camino la pequeña esperanza que le había echo compañía aquella noche. La noche de la tragedia.
LORENA DIAZ M |