Te guardo celosamente para mi, mirando a través de la discordia que este espejo roto representa. Ojalá las cosas se presentarán de forma más práctica para poder alcanzar los estatutos mordaces de tu belleza tan intocable; de tu figura intachable.

Estoy muriendo de ello, de aquello y del súper-ello. Quisiera experimentar la cantidad apócrifa de esquemas mundanos que tu rostro pinta sobre la geometrización de las constelaciones que los lunares en tu blanca piel indecentemente forman, dando como resultado una figura tan afable y sensual.

Sollozo como niño pequeño en medio de la nada, recibiendo las gotas de lluvia como si fueran lagrimas angelicales que son el alimento sagrado de la constricción que mi visión altanera posa sobre las llanuras de concreto de esta urbe maldita llena de anatemas.

Hubiera sido fantástico ahogarte en mis brazos de hombre, en mis brazos de niño que con inocencia ahora circundan el diámetro de tus amargos recuerdos y memorias que atormentan la climática forma en la que actuamos; y sea su puritano esquema el que vaya más allá del sortilegio que marca la luna como espectador, a el sol como juez y a mi sangre como redentora. Ojalá, ojalá; eso es lo único que puedo decir, que puedo recitar y musitar en este muladar de palabras olvidadas, de lenguas muertas y de creaciones abortadas. Creaciones que jamás obtendrán pisar la superficie que se ve en armonía con la locura instintiva que seguimos como si fuera el ciclo del sol; del alba a la mañana, del atardecer al anochecer.

Ojalá, ojalá que lluevan lagrimas y sangre; que el suelo se bañe en ellas con un maloliente aroma a frustración, ojalá que la piel no se marchite a modo de hojas secas sobre el suelo de una tarde de otoño; ojalá que la memoria sea suficiente para atrapar en murallas de cristal las vivencias que poseo, las atrocidades que has hecho y que haces; toda la locura nihilista que plasmaste en el lienzo de mi cuerpo, toda aquella pretensión dadaísta culminante en tu actitud putrefacta que tan enfermo me hacía.

Estoy vomitando mi corazón, nauseando mi alma y expeliendo mis entrañas porque no las quiero, las odio; las desprecio por formar tan asquerosa parte de ti, de tu mundo y de tus caricias ácidas que alguna vez calmaron mi piel, mi sed mordazmente infantil. Aquella visión y misión por corromper ese inocente deseo que ultrajado me ha dejado. Ojalá, ojalá que ya me haya ido para cuando tu veneno se presente y empiece a consumir la poca latitud de coherencia etérea que subyuga tu hostilidad al compás de resquebrajar tu amabilidad.

Deja que tus placeres nocturnos, fugazes y artificiales te inviten a perderte entre las moratorias de tus cenizas, entre los espejismos emocionales de tu naturaleza muerta, observa como tu rostro se quema en el espejo; siente como la combustión carente de inquietes reales te embriaga en un proceso de alquimia mística que ha de terminar contigo. Ojalá, ojalá te perdones, ojalá te recorras, ojalá que dejes de buscar el precio de mi conciencia y a mi inocencia; a mi indecencia y a mi inconciencia; ojalá que la reina no te quite todo, ojalá que la toxina filosófica no te deje varada a expensas de la expectación que aquí sientes. ¿Y yo?, no te preocupes, estaré bien, estaré calmo y sin miedo; expectante y restante dentro de mi mundo; como siempre ha sido. Será como ver aquellas imágenes en donde tu figura se perdía entre la arrogante sequía emocional que me diste; y entre gritos e historia, entre novelas y destellos, me encontraré sentado en un rincón.